La carta.

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Querida hija, se hace me raro escribirte esta carta.

A tu madre y a mí nos hubiese encantando tenerte. Hubiésemos ido a por ti sin dudarlo. Ella soñaba con un niño, pero yo estoy seguro que de haber nacido hubieses sido niña, una preciosa niña de amplia sonrisa y ojos vivos. Se hace duro decirlo, pero si alguna vez lo estuvo, este mundo ya no está preparado para los niños. Allá donde estés no quiero que pienses que está todo perdido, que ya nada tiene sentido; pero si vieras como se comporta la gente hoy en día entenderías porqué te escribo. En esta época de superficialidades y amores de oferta nos pre fabrican para que no veamos más allá de lo que llevamos suelto en la cartera. Sin embargo, este no es el primero ni será el último de los periodos de dificultades económicas que han existido a lo largo de la Historia. Pero la pobreza de la que yo te hablo es de otro tipo, mucho más grave.

Pienso en esos padres que no dejan a sus hijos más que unas determinadas horas delante del ordenador, pero que luego no dudan en comprarle el último smartphone, cumpliendo con el imperativo de mantenerlos a la moda, y dándoles al mismo tiempo un arma de diferenciación social, marcando estatus. De tenerte me pregunto como haría para mantenerte al margen de eso, para explicarte que no necesitas nada para igualarte con lo demás, para convencerte de que se pudo vivir siglos enteros sin un fino elemento de plástico en el bolsillo que comunica tanto como separa. Cómo hablarte de eso cuando este mundo se cimienta en la dependencia, en las adicciones a lo invisible, en el opio digital.

Yo he soñado mil veces con estrechar tu cuerpo diminuto contra el mío, con llevarte de la mano por la orilla del mar cuando fueras un poco más grande, con verte crecer fuerte y sana vistiendo hermosos vestidos. Yo he soñado con todo eso y nada me habría enorgullecido más que el hecho de traerte a la vida. Pero la razón tiene motivos que el corazón conoce demasiado bien. No pienso ser uno de esos padres que tienen hijos por capricho. Este mundo ya no es lugar para criaturas tan puras como tú. Qué clase de padre sería si te trajera a una sociedad tan frívola, tan desapegada de los valores más básicos y primordiales que conforman la vida. El Siglo XXI, el que iba a ser el siglo de la mujer no ha empezado demasiado bien. Ha arrancado con más desigualdad entre géneros, con el renacimiento de conceptos arcaicos, con muchos avances legales, pero con el mismo anclaje mental a épocas pasadas. Cómo querer que nazcas en un país donde cada cinco días una mujer muere víctima de su pareja; donde el machismo, de la mano de las nuevas tecnologías, ha evolucionado a un fenómeno de control, de acoso y derribo hasta ahora nunca visto.

La infancia ya no es lo que era, la que ibas a conocer hubiese sido una totalmente distinta a la que mía. Ya no se ve como un momento para el descubrimiento y el aprendizaje. La niñez se ha convertido en una de esas estaciones solitarias en las que el no quiere ni parar. Ahora parece relegada a un periodo de transito que hay que superar lo más rápido posible, sin saborear la genuina libertad de ser niño. Cruzando lo más rápido posible esa brecha y aterrizando de la manera más precipitada en el hipócrita y artificial mundo de los adultos.

Te imagino con tu mochilita el primer día de colegio y me estremezco pensando que puedas ser víctima de esa malicia infantil, tan cruda y descarada, en la que una docena de mensajes de teléfono hacen tanto o más daño como una doce de patadas. Esa macabra moda a la que tuvieron que ponerle un nombre comercial y extranjero para que nos diésemos cuenta de que siempre había existido. La diferencia con el ayer y el hoy es que ahora existen más herramientas que nunca para ejercerla.

Nunca fueron buenos tiempos para tener hijos, siempre existió todo lo que te estoy contando, pequeña, pero nunca estuvo tan vacía la vida, nunca estuvieron tan baratos los sucedáneos para llenarla. Nunca el bombardeo fue tan constante y desde tantos frentes. De haber nacido nunca hubieses llegado a conocer la normalidad, la normalidad que conocimos tu madre y yo, y tus abuelos, y los que vivieron antes de tus abuelos. Duele pensar en el mundo que vamos a dejar a los que vendrán por delante de nosotros.

Cómo explicarte que vales lo mismo que un hombre cuando la sociedad manda el mensaje contrario y las mujeres siguen cobrando menos que un hombre por el mismo trabajo; cuando el hombre más influyente del mundo -que no el más poderoso, más quisiera él- trata a las mujeres como mercancía, como objetos, como un negocio más del que sacar unos beneficios. Cómo explicarte que tu cuerpo es sagrado, y que es tuyo y solamente tuyo, cuando una casta de señores que poco pueden saber sobre amar a una mujer alecciona sobre lo que puedes y no puedes hacer con él. Cómo hacerte ver lo bonita que ibas a ser si con el artefacto que llevas en el bolsillo, o con el rectángulo grande y negro que tenemos en casa, te iban a decir constantemente todo lo contrario. Que nunca estáss lo suficientemente guapa, que tu rostro necesitaba éste y aquel retoque, que tus piernas deberían de tener esta u otra forma, que hasta el simple vello natural de tus brazos debería dejar de estar ahí. La cosificación de la mujer siempre existió, la diferencia está en que nunca nos lo recordaron tanto. Si estuvieras en este mundo, verías como no podrías ni salir de casa sin que algo o alguien te recordase que debes cumplir unos roles, unas formas y unas apariencias que no elegiste, que te han impuesto por hecho de haber nacido como naciste, hermosa, bonita y libre como nacéis todas.

A pesar de todo te pido perdón, mis disculpas por no haber ido a por ti, por no haberte dado siquiera la oportunidad de haber probado la vida, de haber habitado este planeta que cada vez parece girar más y más deprisa. Un lugar donde el agua, el viento, los mares, la lluvia, las rocas, la tierra y los bosques que conocerían tus nietos no tendrían nada que ver con los de ahora. Las degeneraciones se suceden tan deprisa como el calendario y los miembros de estas heredan una sociedad enferma, que a trompicones avanza huyendo hacia delante, con lo más sublime del hecho de vivir cada vez más lejos, con lo más bajo del instinto humano al doblar cada esquina. Así no, así no quiero que crezcas, no en una en una suciedad como la que nos ha tocado; así por todo lo que te hubiese querido no quiero tenerte.

Esperando que haya donde estés me perdones, en la paradoja de no haberte traído a este mundo...

Te quiere,

Tu padre.

Una Carta para la hija que no tendreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora