No Es Lo Que Parece

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Entre las coloridas plantas y uno que otro árbol sin hojas de un terreno baldío se escondía un hermoso gato negro, su esponjoso pelaje estaba opaco por la falta de aseo, pero a este no parecía importarle.

En el límite de aquel baldío se levantaban cuatro enormes paredes de concreto irrompible, aunque esto era lo que el pequeño felino pensaba desde que tenía uso de razón.

El pequeño animal tenía seis meses de vida, seis meses de soledad pura, la que contenían esos cuatro enormes muros.

Su pequeña cabecita se hacía una simple y sola cuestión, que a su vez era complicada de responder: «¿Por qué?».

Sigiloso, entre las penumbras, se encontraba este ser, esperando pacientemente a una criatura inocente para hacerla su presa, como comúnmente hacia, día a día.

Con su atemorizante mirada se dedicaba a recorrer su alrededor con cautela. Un pequeño ratón apareció en su rango de visión, olfateando con curiosidad el suelo. Seguramente estaba buscando comida, al igual que el débil gato.

Éste se preparó para cazar al primer animal que había visto en algunos días, moviendo su lomo de lado a lado. Saltó al tiempo que sus garras se dejaban ver, pero el ratoncito se enteró con anticipación de las intenciones del misterioso depredador, por lo que antes de ser atrapado, éste huyó dando saltitos.

El gato se maldijo mentalmente y se sentó con sutileza sobre la tierra. Comenzó a pensar en la situación en la que se encontraba, quedándose congelado por un par de minutos.

Después de pasar esos dos minutos se levantó, caminó con pereza hasta un sucio charco y comenzó a beber de él con paciencia, de todas maneras nadie le presionaba.

Su mente divagaba entre sus conocimientos regularmente, así perdiéndose en ellos. Esto era algo extraño, ¿en qué mundo alguien se imaginaría que un gato pensase tanto?

El sonido del crujir de las hojas secas hizo despabilar al felino, quien con temor saltó, alejándose rápidamente de la pequeña planicie, adentrándose así en los arbustos ligeramente amarillentos.

Al pasar un corto periodo de tiempo decidió salir un poco de entre las ramas y hojas para ver por un segundo las flacas patas traseras y la cola levemente afelpada de un animal de tamaño medio. Eso fue lo único que pudo ver a lo lejos por la limitación que le daban las plantas.

Sin hacer ni un solo sonido, el gatito avanzó hacia el invasor que se había metido en su espacio. ¿En qué momento...?

Al poder ver al animal con más claridad un temor indescriptible se apoderó de su tembloroso cuerpo. No era cualquier animal, ¡era un perro!

Su lomo se erizó al tiempo que daba un par de pasos atrás, maulló con algo de fuerza para llamar la atención del canino. Éste miró al gato y se sentó bruscamente en el suelo, seguidamente ladeó su cabeza, dándose un suave toque de ternura. En su hocico sostenía un pedazo irreconocible de carne blanca, desfigurada, seguramente, por aquellos monótonos y gigantescos seres lampiños.

Pero... ¿Cómo era que los conocía?

Estos seres se aparecían por periodos de tiempo solamente para hacerle daño. Siempre venían a su espacio a lanzarle piedras o tablas, obviamente, burlándose de él por no poder salir. A veces tentaban al pobre minino a acercarse, lanzando algo de comida de su lado del muro, y luego lo aporreaban con piedras o cualquier cosa que le pudiesen lanzar.

¿Enserio se merecía tanto odio?

El can dejó caer el pedazo de carne al suelo, simplemente soltándolo. Con las patas delanteras hizo el intento de destruirlo, o eso pensaba el minino por los golpes y zarpazos que le daba al pobre trozo de carne.

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