Citlalli

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Era la mayor de las hermanas, la líder a la que las demás obedecían, ella era quien daba la cara cuando cometían travesuras y las regañaban, había asumido a sus 14 años el rol de madre, se sentía responsable de cuidar a sus hermanas, las protegía y las defendía aún de ellas mismas. Ella era muy inteligente, en su mente siempre había preguntas como en su estómago hambre, pero el hambre que más le dolía era la del conocimiento. Citlalli hubiera dado todo por entrar a la escuela y aprender, siempre veia pasar a los chicos que portaban el uniforme de la secundaria y le molestaba que ellos no aprovecharan la oportunidad que tenían y por la que ella hubiera dado todo.
En las noches cuando sus hermanas dormían en la primer banca que encontrasen, a ella le gustaba soñar con un futuro mejor, se imaginaba devorándose libros, teniendo reconocimientos por sus buenas calificaciones, a sus hermanas con hermosos vestidos, durmiendo en una cama y teniendo un lugar al cual llegar después de la escuela, una casa y una madre que se sintiera orgullosa de ella y la recibiera con deliciosa comida caliente y un beso, que su única preocupación fuera el estudio y no la comida.
Pero lo que mas deseaba con toda su alma era una familia, como las que pasaban frente a ella, quería sentirse protegida, tener a quien llamar mamá, a quien llamar papá, lamentablemente no los tenía.
No recordaba nada de su madre, se había ido cuando ella tenia cuatro años y cuando Tabata tenía dos, no tenía de ella una foto ni su amor, le contaron que un día como cualquiera las tomo del brazo, las dejo frente a una iglesia, prometió volver pero nunca lo hizo. Día y noche se atormentaba preguntando las razones de aquel abandono, en sus sueños siempre aparecía como una mujer bella y en ellos comprendía que había sido un estorbo para su madre, le hacía falta como nada en el mundo, la buscaba entre la gente pero se daba cuenta de no tenía idea de como era su rostro, ella podía pasar a su lado y no la sabría reconocer, aún así le gustaba imaginar que alguna de las mujeres que iban o venían era su mamá y que regresaba después de mucho tiempo a remediar el daño que les hizo, pero luego se llenaba de ira y de rencor, y quería tenerla frente a frente para darle mil reclamos, a veces la necesitaba pero en ocasiones se repetía que sin ella estaban mejor, que ni siquiera era una madre como tal pues las había abandonado a su suerte.
De su padre tampoco tenía recuerdos pero le dijeron que había dejado a su mamá después de que nació Tabata, que la dejo por otra mujer. Una mala madre y un padre infiel, esos fueron los seres que la trajeron al mundo, los seres que mas la hirieron con su olvido.
Se imaginaba como una mujer rica, poderosa, deseaba que se hiciera realidad una escena, sus padres buscándola por interés y ella haciéndolos a un lado mientras les decía:
-Todo esto lo conseguí yo sola, no necesite de ustedes para tenerlo y no los necesito ahora para disfrutarlo.

Ella quería seguir, luchar para demostrarles a sus padres y al mundo que no los necesitó, que era tan fuerte que pudo sacar de la miseria a sus hermanas, quería ser la diferencia, odiaba a los conformistas, no quería ser así.
Citlalli era hermosa debajo de la mugre y los harapos, tenía un buen cuerpo y lo que mas resaltaba de su rostro eran sus ojos, tan grandes como sus ilusiones, tenía el cabello largo y negro como la noche, siempre lo llevaba en una trenza, el color de su piel era el perfecto para ella, ni muy oscuro ni muy claro, iba con su personalidad, tenia un lunar cerca de los labios y una linda sonrisa que casi no salia al mundo. Con el ajetreo de la cuidad nadie se detenía a ver a la indigente que pedía limosna a su lado, si alguien lo hubiera hecho se hubiese enamorado de ella y de su carácter tan fuerte, pero es que así es la gente de la Gran Ciudad, no se detiene a pensar en lo que le pasa a los demás.

Adoraba a sus hermanas pero su favorita era Lupita, la menor, por ser tan débil y pequeña o tal vez porque ni siquiera era su hermana, a ella la encontraron de recién nacida entre la basura como si fuera un desecho indeseable que se debe tirar, la bebé no dejaba de llorar, estaba en una bolsa negra, se podría ahogar si no la encontraban antes que la muerte, Citlalli y Tabata comenzaron a desgarrar bolsas tras bolsas para encontrarla pero no daban con ella, estaban desesperadas, deseaban tener mil manos y más tiempo, tiempo era lo que les faltaba, fue ahí cuando valoraron el tesoro que es tener un minuto o una hora, se sintieron bendecidas cuando Citlalli la encontró, se la llevó en los brazos, pero no podían cuidarla, si no podían cuidarse entre ellas menos a un recién nacido, se la llevaron a una señora que conocían, tenía muchos hijos y tal vez podría cuidarla y lo hizo, para pagarles unos favores que las niñas le habían hecho, pero a los cuatro años cumplió con su parte del trato, se las entregó a las niñas, en pocas palabras la echó a la calle.
¡Ay! Pobres creaturas, ¿Por qué la vida se ensañaba con esos inocentes seres? ¿A caso no tenían derecho a recibir un poco de amor? No contaban con nadie, sólo con ellas mismas.
Lupita no tenía idea de su origen, pensaba que era su hermana de sangre, pero el hecho de que no fueran hijas de la misma madre no significaba que no eran hermanas del alma. Se criaron juntas, las tres contra el mundo, contra las adversidades y el mal, las tres siempre unidas. No estaban del todo solas, se tenían la una a la otra, y pensaban que siempre iba a ser así, que nada ni nadie podría separarlas.

Citlalli no solía pensar en otros chicos, sólo en Carlos, un encantador niño que fue su novio a la edad de ocho años, cuando las creaturas no saben ni lo que significa la palabra amor, era flaco, moreno y feo además de que era orejón pero tenía mucha gracia, le llevaba flores que hacía con los papeles que se encontraba en la calle, ella le daba besos en la mejilla y jugaban a las escondidas en la calle donde era difícil encontrar al otro, era indigente como ellas, tenía un papá alcohólico que le pegaba y por eso escapó de su casa, le decía que prefería mil veces la calle que regresar con su padre, él a veces robaba para comer, algo sin importancia como un plátano o una mandarina y Citlalli lo regañaba porque sabía que eso no estaba bien pero también sabía lo que es el hambre y lo mal que se siente traer ese dolor punzante en el estómago durante varios días, él le prometió que cuando fuesen grandes se casarían pero aparentemente no iba a cumplir su promesa, cierto día ya no lo vio, y jamás volvió a saber de él, conforme pasaban los años ella se imaginaba cosas peores que le pudieron haber pasado, desde que le hayan dado una paliza por robar, o que lo atropellaran, o que lo mataran de mil maneras diferentes.
Nunca conoció amor más puro que ese, y después de él ya no quería a nadie porque sinceramente las cosas no estaban para romances pues tenía que hacerse cargo de sus hermanas y porque si no era Carlos no iba a ser nadie.

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⏰ Última actualización: Jun 27, 2017 ⏰

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Las hijas de la gran ciudadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora