*Capítulo Once: "¿Quién es él?"

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—Yuuri... —la mente dadora de recuerdos, se nubló hasta zozobrar en la agonía de no comprender cómo actuar frente a un enemigo tan enigmático y poderoso: la verdad. Yuuko se mordió el labio inferior con una fuerza excesiva, que provocó que saboreara la amargura de su propia sangre. ¿Cómo le daría semejante noticia en una condición tan deplorable? Tenía que concentrase en conjugar una frase no hiriente y meditar en un plan infalible, que le ayudara a salir victoriosa de la batalla más reciente de sus años menos gloriosos. Antes de pronunciar la siguiente oración, la joven se encomendó a los cielos para obtener la iluminación bendita que la libraría de causarle un daño mayor a su querido mejor amigo—, tienes que calmarte y no pensar demasiado ¿vale? —sin detenerse a meditar el por qué de tantos rodeos, Yuuri asintió a cada cosa que su mejor amiga expresó.

Y el milagro pedido, apareció como un rayo sanador, que infundió un gran alivio en Jean, que permanecía inmóvil ante la situación.

—El paciente ya tiene que descansar —la suave voz de la enfermera les informó de modo muy sutil que ya debían irse de la habitación—. Es momento de retirarse —añadió temiendo que no comprendieran su indirecta.

Por su experiencia en el campo de la medicina, sabía que muchos familiares podían ser bastante irracionales con el descanso de los pacientes.

—Pronto nos iremos; gracias por decirnos —la mujer vestida de blanco movió la cabeza, un tanto satisfecha por el entendimiento y los dejó en completa soledad para que pudiesen despedirse de forma adecuada.

A una velocidad impresionante, Yuuko, que estaba más pálida que un papel, se puso de pie y caminó a la salida sintiendo como su existencia daba vueltas erráticas por un sendero desconocido. Acababan de ser salvados por la enfermera renegona de turno.

—Vendremos mañana —musitó Jean, levantándose del borde del colchón, obligándose a sonreír como si nada hubiese sucedido—, te prometo que conversaremos de lo que quieras —tranquilizarlo era una prioridad para no cuestionar su ética moralista y darle a entender que las cosas marchaban según lo que creía, sería un flotador del cual podrían sujetarse al menos un par de días. Yuuri asintió a su proposición, emocionado por la compañía de sus dos amigos.

"La soledad podía convertirse en el peor enemigo de la felicidad".

—Gracias por visitarme —expresó Yuuri, entristecido por el oscuro abandono que velaría sus sueños a partir de aquel momento. Él mostró un semblante resignado al atisbar que salían de la habitación—, al parecer todavía no sabré donde están —dijo una vez que ellos desaparecieron del radio de su visión.

Extrañaba a los miembros de su disfuncional familia, incluso, quería ver a su padre, que no había sido una figura de ejemplo ¿Cuántos años que habían perdido la comunicación? No los tenía contabilizados, pero en cuanto viera a su madre, le imploraría por un poco de información, aunque con una mujer tan dulce, era fácil deducir que conseguiría sus objetivos sin mayores esfuerzos.

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Yuuko permitió desplomarse sobre los asientos suaves del consultorio personal del médico encargado del caso de Yuuri, iluminada con una luz blanquecina que daba la apariencia de la mañana perpetua, maldijo su suerte un millón de veces. Con su esbelto cuerpo tembloroso hasta la última terminación nerviosa capaz de sentir, pensativa por las imágenes de una escena impregnada en sus pupilas, que la perturbaban con tan solo recordar la tonalidad bermellón; no resistió y soltó un largo quejido de dolor, acallado con la suavidad de sus propias manos. Un color especifico cubriendo los palmos de su diminuto universo. Una sola alma recordándole que el gris había empañado la vida de su hermano; la única familia que le quedaba en un país desconocido, al que viajó para huir del martirio de sus padres.

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⏰ Última actualización: Mar 17, 2018 ⏰

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