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No sé si fueron los torpes golpes en la puerta de su habitación o esas punzadas de dolor que le surgieron en la cabeza, pero el Desgraciado despertó e inmediatamente escupió un coágulo de sangre, yacía tirado en forma fetal en el piso frío de su habitación que ahora era más frío debido a que el Desgraciado estaba empapado con su sangre, y temblaba, y el dolor en su pecho no cesaba ni por asomo, y golpearon más fuerte la puerta de su habitación y tras ésta gritaban, gritaban su nombre, como en su primer sueño, pero ya no escuchaba la voz de su madre, ni de su padre, ni de su amada, sólo eran voces que expresaban odio, voces furiosas, voces que le manifestaban que quizás el mundo sería un lugar mejor si el Desgraciado no existiera, si aquel repugnante Desgraciado jamás hubiera existido.

En silencio el Desgraciado suplicó que se callen, que dejen de gritar, estaba asustado, triste, confundido y adolorido. Y en silencio también pidió a su verdugo invisible que cesara su tortura, que cesara el dolor en el pecho, que se detenga porque ya había dolido suficiente.

Comenzaron a patear la puerta de su habitación, y a gritar más fuerte y con mayor odio su nombre, miles de voces, voces repletas de odio, el Desgraciado se llevó sus manos cubiertas de sangre a sendos oídos para no escuchar aquellas voces, para no escuchar el odio. "¿Quién estará golpeando?" se preguntó el Desgraciado "¿Quién sino él?" le respondió su subconsciente.

Entonces el Desgraciado tuvo la plena certeza de que quien golpeaba la puerta de su habitación y gritaba su nombre con tanto odio, era nada más y nada menos que el Taxista Blanco.


EL DESGRACIADODonde viven las historias. Descúbrelo ahora