Capítulo 5

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¿Conociendo a Pat? Debo llevar alrededor de una semana y media.

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-¿Ruth? ¿Ruuuuuuth? -dijo mi mamá agitando mi brazo a modo de "despertador".

-¿Qué sucede?

-Tengo noticias para ti.

Me froté los ojos, y miré el reloj digital que se encontraba junto a mi cama.

-Son las seis y media, mamá. Habla luego, ¿quieres? -dejé caer bruscamente mi cuerpo sobre mi cama.

-Está bien -me tomó ambas manos-. Tu papá me llamó hace unos 15 minutos, y dijo que vendrá a Denver por 2 semanas; negocios, me había dicho él.

Mi cuerpo se congeló.

-¿Mi papá? ¿De verdad? -me mordí las uñas, ansiosa-. ¿Viene solo?

-Sí, sí. ¿Te agrada la idea?

-Me encanta la idea, mamá -la abracé.

-Me da gusto. Le diré en un rato más -apartó suavemente mi abrazo-. ¿Quieres levantarte ya, o quieres seguir durmiendo?

-Creo que la respuesta es obvia. -Mi voz claramente mostraba signos de sueño.

-Buenas noches, entonces -sonrió.

-Buenas noches -le devolví la sonrisa.

A pesar del sueño que tenía cuando mi mamá me despertó, la ansiedad de su noticia me lo había quitado como 3 tazas de café.

En lo personal, yo creía que mi papá ya tenía su familia formada, sin mí.

Pasé alrededor de una hora y media despierta mirando el techo, el cual, al ser blanco, parecía una pantalla de proyección de mis recuerdos.

"-¡Papá! ¡Mira!, ¡mira! -le había dicho a él, indicando una delicada y frágil silueta naranja con motas negras en las alas que sostenía entre mis manos.

-Es muy bella. Ahí hay muchas más; observa -me había respondido él, usando su mano como guía entre las diversas criaturitas que albergaban las flores y árboles bajos.

-Oh... Es bellísimo todo. ¿Volveremos a ver a las mariposas otra vez?

-Cuando tú quieras, Ro -dijo sonriendo y a la vez formando leves arrugas en las comisuras de sus labios.

-¿Hay que ir a cenar ya?

-Sí. Hemos pasado muchas horas aquí metidos; mamá debe de estar bastante preocupada.

-Oh -bajé la cabeza-. Pues vamos.

-No te pongas triste.

-No puedo no ponerme triste."

Mi papá se había agachado, me había dado un beso en la frente, y me llevo cargada en sus hombros; algo bastante impresionante, ya que a los 7 años una niña no debe ser muy liviana para los hombros de un hombre de musculatura promedio.

Comencé a llorar, pero no necesariamente por el recuerdo: sino por cada una de las mariposas que pinté en las paredes de mi habitación; y jamás le quise explicar a mi mamá qué significaban para mí.

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¿La hora que marcaba mi reloj? Ya las 8:03 a.m.

Fruta picada y tostadas se encontraban sobre un plato en el mostrador de la cocina. Mi mamá no se encontraba en casa. Oh, verdad. Jonathan. Se me había olvidado ese pequeño detallito. Aquel lindo detallito que había hecho que mis recuerdos sobre papá fueran recuerdos nostálgicos, y no anécdotas para luego contar con mi papá y mi mamá.

Está bien, está bien, pensé. Ya no podía hacer más desperdicio del agua de mi cuerpo. Tenía 57 minutos para desayunar, ducharme, vestirme y recoger a Vinka para irnos a la escuela.

El dulce sabor de la manzana picada se deslizó por mi boca. Alimentos dulces para pensamientos amargos. Me reí como estúpida ante tal pensamiento.

Una vez que la fruta y las tostadas con miel se encontraban en mi estómago, me dirigí hacia el baño. Me duché, me vestí, me maquillé, me peiné y regresé a la cocina.

Entre mis manos se encontraba un termo humeante de té, al cual le di un sorbo antes de salir por la puerta que daba a la calle.

Una vez que salí, mis botas pisaron una materia ya bastante conocida en Denver: nieve.

Acerqué lo que más pude el termo a mis manos; casi como una segunda piel.

El capó de mi auto estaba blanco. Entré, cerré la puerta y lo eché a andar. Nada. Probé unas 5 veces más, pero tampoco logré que el motor se encendiera. Parece que hoy Vinka y yo nos iríamos caminando hacia la escuela. No sería nada fuera de lo común, sino fuera por el viento que lastimaba mi nariz y me dejaba la cara levemente enrojecida.

Comencé a caminar, al mismo tiempo que me arrepentía de no haberme puesto guantes. Las tenía blancas y torpes; y lo digo porque fue más de una vez el termo se me resbaló de las manos; gracias a Dios que no desperdicié nada de su contenido, el cual por cierto ya debía de estar algo tibio. Ew.

Después de unos largos y duros 15 minutos, llegué a casa de Vinka. Golpeé la puerta.

-¡Ya voy! -se escuchó desde dentro.

-¿No vas a dejarme pasar? ¡Me estoy congelando! -exclamé.

-Oh, sí. Disculpa.

Una arreglada y descalza Vinka me abrió la puerta.

-¡Santo Dios! Qué frío -cruzó los brazos-. ¿Y tu auto?

-No quiere andar -respondí-. ¿Me podrías prestar unos guantes?

-Sí, sí. Pasa.

-Gracias.

Me miré el rostro en el ovalado espejo del vestíbulo: tenía la cara sumamente blanca y los labios azules; sin contar los pequeños copos que se hallaban en mis pestañas y cejas.

-Hola, Ruth -dijo la señora Schwartz-. Oh... Estás congelada, dulzura.

-No hay un clima muy agradable ahí afuera; mi auto no quiso andar, y tuve que venir caminando.

-¿¡CAMINANDO!?

-Mamá, por favor no te exasperes -dijo Vinka-. Ya sabes que nos hemos ido caminando a la escuela otras veces.

-Sí..., pero no con este clima.

-Huh... Ruth, ve a mi habitación; ya sabes donde está la gaveta con guantes y bufandas.

-Gracias -respondí.

Una vez ya con guantes puestos, y con Vinka lista, nos pusimos en marcha para por lo menos unos 20 minutos más caminando -digo, por mí; Vinka no tuvo que caminar otros 15 minutos.

Llegamos a la escuela 5 minutos antes de que tocaran la campana.

Clase de ahora: matemáticas. Genial, pensé sarcástica.

Durante 1 hora y media estuve mitad durmiendo, mitad prestando atención a lo que el profesor Douglas decía. Pero eso sí, mi amiga estaba peor que yo.

No me percaté del espectáculo que se encontraba en el corredor una vez terminada la clase, hasta que Vinka me lo dijo:

-Ruth..., estoy viendo algo que probablemente no te guste mucho.

-¿Ah? -pregunté, algo falta de atención.

-Mira hacia allá -dijo, indicando con el dedo hacia el final del corredor; ¿la sala de informática? Esto significa que sólo 1 persona que conozco puede encontrarse ahí.

Y lo estaba, pero acompañado.

Scarlett estaba casi echándose a los brazos de Patrick.

El día en que el agua se mezcló con el aceiteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora