Desde su asilo en los remotos y lóbregos confines del universo se eleva su espelúznate figura, quien navegando entre los vientos busca con vehemencia el alimento para su fría y apática esencia, ¡la vida! Aquella que arrebata del cuerpo de los seres simples y mortales.
Su vestidura larga y negra cubre el albor putrefacto de aquella osamenta que forma su materia corpórea, y en sus manos blande una guadaña afilada mientras las brasas encendidas que se posan en las cavidades orbitales de su calavera buscan, entre los hijos de la tierra a una princesa.
La simiente de la monarquía, aquel ser cuya piel fue nutrida con leche y miel desde su nacimiento y, sus cabellos lobados con aguas perfumadas con los pétalos de las rosas que cresen en el frio de las laderas del oriente. Aquella que embalsama su faz con nardo y jazmín, la que viste de purpura y carmesí, la hermosa fémina que envidian las hijas de los mortales y también algunas diosas eternas.
A la orilla del rio la encontró la muerte, cuando esta se disponía a enjuagar sus carnes con las frescas aguas de la cascada. Ella jugueteaba con las cristalinas aguas pero al sumirse entre ellas vio un espanto.
Aquellas chispas ardientes miraban a los ajos de la princesa.
Con su corazón acelerado trataba de escapar pero, no había lugar en donde ocultarse.
Ella comprendió que quien la procuraba, aquel espanto que no quitaba de ella su mirada no era más que la deidad de la muerte.
No podía creer que tan pronto fuera asechada por la muerte, siendo tan joven y tan privilegiada no podía permitirse morir, no todavía.
Entonces miró a la muerte y le hablo con voz temerosa.
-¡No puedes llevarme!
Replico la princesa.
-Debes dejarme entre los vivos.
Aquel extraño cuestionamiento sorprendió a la muerte quien, al escucharle se detuvo.
Mirándole a los ojos y con voz gutural y profunda le contesto.
-¿Debe la diosa de la muerte servir a los hombres?
-¡Oíd! Oíd mis palabras os diré por que debo seguir con vida.
La muerte se encontró ansiosa por escuchar tales argumentos y, tomando lugar sobre una roca dijo así con acento de ultra tumba:
-¿Cuáles son las razones por la que la muerte debe obedecer a los mortales?
-Ciertamente escuchare de ti tres razones pero, si la sabiduría de tus palabras no convencen a mi sabiduría entonces morirás.
-Os declaro el primero.
-¿Acaso la diosa de la muerte desconoce mi belleza?
-Ciertamente no existe entre los moradores de la tierra hermosura semejante.
-Mi cuerpo fue tallado con delicadeza y mi rostro con devoto cuidado, mis ojos son más hermosos que las alboradas y mis cabellos más suaves que los hilos de la ceda.
-No encontraras en ninguna parte semblante semejante.
La muerte no aleja su terrorífica mirada de la princesa, y parece que piensa una respuesta, luego de un lapso de silencio profundo le responde:
-Desconoces por completo la belleza.
-¿Has visto la carne en la tumba? ¿Cuál es su belleza?
-Llamas bello a lo frágil y hermoso a lo corruptible, ciertamente es efímero tu cuerpo y lo que hoy es precioso en ti el tiempo lo vuelve podredumbre.