Gaeil: Una madre bien Padre

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Era la quinta vez que llamaba a Annie a su celular pero mi hija no me respondía

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Era la quinta vez que llamaba a Annie a su celular pero mi hija no me respondía. Ya eran las cuatro de la mañana y estaba yendo a buscarla en mi Ford Torino; tendría que haber vuelto a casa a medianoche pero nuevamente faltó a su palabra de llegar a horario. Y lo peor de todo era que bastaba que me ponga carita de perro mojado para que yo le levantara el castigo y le permitiera las salidas.

La fiesta a la que había ido quedaba en las afueras de la ciudad, cerca de la pradera dónde mi hermano y mi cuñada habían vivido todos estos años. Ahora había barrios y casas de gente con poder adquisitivo, pero si cruzabas la Avenida del Libertador todo era distinto: Las casas construidas por el gobierno, en un principio destinadas para familias de clase media, terminaron siendo entregadas como parte de un plan gubernamental para "combatir" la pobreza bajo presión de los partidos obreros y organizaciones barriales.

En la inauguración de estos barrios todas las casas eran iguales, contaban con tres habitaciones y un baño, cocina, comedor y un terreno bastante amplio. Sin embargo, conforme las casas se fueron entregando, las familias que las habitaban procedieron a ampliarlas de manera tan indiscriminada y poco profesional que las edificaciones parecían desafiar a la física, la matemática, la geometría, el tiempo, el espacio, la carrera de arquitectura, la Nasa, Einstein y hasta el mismísimo Espíritu Santo. Si los arquitectos o ingenieros que diseñaron ese barrio en su inicio decidían ir a ver cómo había quedado seguro se suicidaban.

Muchas de las casas tenían otros materiales distintos a los usados, había habitaciones hechas de madera, durlock, o sólo tenían ladrillo y concreto a la vista; algunas tenían el agujero para la ventana pero no el cristal, sino un pedazo de plástico unido a la pared con... Más concreto, cinta o clavos, incluso... Esas casas se entregaban con la cuota inicial de $10.000 y un compromiso de pago mensual de $3500 por veinte años; sin embargo, la gente beneficiada, lejos de cumplir con el pago establecido, cerró las calles del barrio y dejó de entregar el dinero que debían. Cuando pretendieron desalojarlos usando policías y, hasta el ejército mismo, arremetieron contra ellos usando no sólo piedras y palos, también balas reales; mi hermano se salvó de milagro gracias a su pierna, pero muchos de sus compañeros salieron muy lastimados de ese encuentro. El gobierno tuvo que dejarlos dónde estaban, pensando que así se acabaría el problema pese a que las pérdidas eran millonarias. Aunque lejos de resolverse el asunto, los okupas hacían cortes de rutas, manifestaciones y líos exigiendo que en el barrio haya "más seguridad, luz y agua". Sólo rogaba que mi hija no esté los Barrios Progreso o Bienestar porque ahí no entraba ni salía nadie.

Intenté una última vez con el celular pero nuevamente no me respondió. Temía lo peor, y a todo esto se sumaba que ya estaba a sólo un par de calles de la Avenida del Libertador. Esa avenida, fuertemente iluminada, dividía ambos sectores sociales, aunque lejos de funcionar como un Muro de Berlín muchas veces era cruzado por los malvivientes para asaltar las casas o a la gente del Barrio del Libertador.

Me estacioné frente a una casa de dos pisos y con un bello jardín delantero, iluminado con luces en el piso y una hermosa reja estilo colonial. Apagué el motor del Torino para poder pensar con claridad. Mi hija se había juntado con sus amigas en la casa de una de ellas para arreglarse, el padre de Steffany las llevaría a la fiesta; afortunadamente le había preguntado en dónde iba a ser el evento.

Corazón de Melón con Fresa (libro #4)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora