capítulo 30

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Convencer a Eric de que debía hablar a solas con el señor Alessandro fue todo un dilema; en serio que no conocía esa parte asfixiante y agobiante de él.

Ahora estando  frente a la puerta de mi ex jefe, repasaba mentalmente las posibilidades de escapar, sí, un acto muy valiente; la verdad es que el vacío en mi estómago no me era de mucha ayuda y si a eso le sumanos mis nervios era la mejor representación de caperucita asustada. Claro obviando el hecho de que el lobo,  en este caso el señor Alessandro me esperaba en una espectacular mansión de la cual yo lo único que yo conocía era la habitación de Bruno y... El comedor.

Toqué el timbre esperando en  mí subconsciente que ésta no fuera abierta, algo ilógico lo sé; la puerta se abrió dejando ver una señora de unos cincuenta años, revisando mí cuerpo con una mirada ¿ lasciva?. Al percatarse de mí mirada sonrió.

— Señorita Fara, adelante—  se hizo a un lado dándome espacio para que entrara. Di unos pasos hacia adelante.

— ¿ Dónde está?—  pregunté de espaldas a ella.

—  En el comedor—  emitió una pequeña risita a la cual respondí enarcando las cejas sin entender, volteé a mirarla.

Su risita era extraña, en realidad todo en ella lo era o eso me parecía.

— ¿ Usted trabaja aquí?—  pregunté.

— Sí, señorita—  emprendió el camino otra vez, estaba vez adelante de mí. Creí qué no diría nada más, pero me equivoqué—.  Trabajo con el señor Alessandro hace años, en realidad suelo salir poco de èsta casa.

Entonces algo se activo en mi cerebro, pequeñas partes encajaron y supe la razón de su risita.

— Eh— trague en seco, ella volteó a verme al percatarse de que me había detenido— ¿usted vive aquí?.

Asintió,  llegamos a la entrada del comedor se acercó a mí, como si fuera a decirme un gran secreto.

— Puede estar tranquila, los secretos de mí niño Bruno son los míos... Yo no he visto nada en el comedor.

Dicho esto se marcho dejándome con la cara más roja que un tomate...

¡ Que vergüenza, tragame tierra!.

—  Fara, ¿ estás bien?.

La voz del señor Alessandro me devolvió a la realidad.

— Yo... eh.

Vamos estúpida, di algo. que no se entere también de lo que has hecho en su comedor

— Sigueme—  mascullo sin prestar atención a mí actitud.

Seguí al señor Alessandro por todo el pasillo de su espaciosa sala, llegamos al final del corredor. Se detuvo frente a una puerta de color caoba, giró la perilla y ésta se abrió. Hecho su cuerpo a un lado para darme espacio a que entrara.

Por inercia lo hice, sólo entrar y mi cuerpo se erizó, parado mirando hacia la ventana y de espalda a mí estaba él... Bruno

Mi piel se erizó de sólo verle, mis manos empezaron a sudar, joder,  soy deprimente. Su espalda se observaba tensa, estaba sumido en sus pensamientos o en lo que fuera que observaba a través de la ventana; el miedo se hizo eco de mí, giré sobre mis talones para salir de ahí.

—  ¿ Pasa algo?—  preguntó Alessandro enarcando las cejas.

Maldición

—  Señor— suspire tratando de buscar las palabras exactas, pero en realidad no las tenía, bueno sí, miedo.

AMORES QUE MATAN ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora