VII

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Entonces el Desgraciado recordó, entre dolor, sangre y lágrimas, la última vez que había conversado con el Taxista Blanco:

Era marzo y el sol estaba resplandeciente aquella tarde, se lo había encontrado "por casualidad" mientras el Desgraciado daba de comer a unas palomas sentado en la banca de alguna plaza.

­̶ Sería bonito ser como un ave ¿no crees? -decía el Taxista Blanco ‒. ¡Poder volar! Sin fronteras, podríamos conocer el mundo entero desde el cielo, ir contra el viento.

Hubo un momento de incómodo silencio.

̶ Sé lo que estás pensando ̶ afirmó el Taxista Blanco al fin, y antes de que el Desgraciado pudiera abrir la boca, añadió ̶ piensas que asesiné a tu madre, me haces responsable de su muerte ̶ Esta vez el Desgraciado si pudo abrir la boca, mas no logró decir nada pues el Taxista Blanco de nuevo se adelantó ̶ yo no disparé el arma, amigo, fue un pasajero que llevaba en el asiento trasero aquella noche ̶ y los ojos del taxista brillaron como fuego, entonces el Desgraciado no dijo nada, se limitó a pararse y empezar a alejarse de aquel sujeto ̶ ¡Lo lamento! ̶ gritó el Taxista Blanco mientras se alejaba el Desgraciado‒ Mucha gente sube a mi taxi ‒el Desgraciado se detuvo, dudando, pero no giró a ver al Taxista Blanco.‒ Tu novia, también la conocí, por lo que oí creo que se fue al extranjero pues el muchacho con el que estaba dentro de mi taxi afirmó que tenía un trabajo allá para ambos, podría reconocerlo fácilmente en cualquier parte del mundo ‒el Desgraciado giró sobre sí, una sonrisa casi imperceptible se dibujó en el rostro del Taxista Blanco‒. Tu padre, estaba deprimido por la muerte de tu madre, me dijo que se mataría, pero no le creí. Mucha gente sube a mi taxi, hay mucha gente en mi taxi; ¿acaso no te interesa conocer al asesino de tu madre? Déjame llevarte a donde él vive y podrías arreglar cuentas con él, ¿o quieres ir al extranjero, en busca de tu amada? ¿o ambos quizá? No te cobraré nada, es lo menos que puedo hacer por ti. Después de tantas desgracias, necesitas un poco de ayuda.

Y fue así que todo lo que el Taxista Blanco le había enseñado, se fue contra él mismo; pues el Taxista Blanco jamás apoyó la venganza y el odio en todas las charlas que había tenido con el Desgraciado y ahora se retractaba proponiéndole tal cosa. Y justamente por eso el Desgraciado dio media vuelta y echó a correr, el Taxista Blanco no lo persiguió, no era su estilo, sin embargo, al parecer, lo había estado esperando durante todo ese tiempo y había escogido aquel momento en que el Desgraciado sangraba y lloraba y se retorcía de dolor en el piso de su habitación para alcanzarlo, como un buitre que espera a que la presa esté agonizante para comérsela.

Fue después de aquel último encuentro con el Taxista Blanco, que el Desgraciado encerró sus recuerdos en la Caja Prohibida, quizás como método de protección para hacer su vida más soportable; también escribió en el sobre blanco unas cuantas de las últimas palabras que mencionó el Taxista Blanco, quizás para que cuando decidiera abrir esa caja, hubiera algo que le recordase de alguna forma que debía escapar del Taxista Blanco.

Hay mucha gente en el taxi blanco.

El Desgraciado jamás olvidó todo lo que el Taxista Blanco le había enseñado de la vida y usó eso como base para enseñar a otras personas, se volvió un profesor y un maestro principalmente para aquellas personas que sufrían. Había visto a mucha gente más subirse al Taxi Blanco y cuando podía evitarlo, lo impedía, no quería que nadie más subiera a ese misterioso taxi, pero obviamente, nadie jamás le hizo caso.

Amigos, familiares, conocidos, tarde o temprano todos subían al Taxi Blanco, es por eso que el Desgraciado se aislaba del mundo, pues creía que el Taxista Blanco se llevaba a todos los que tratasen de alguna forma con el Desgraciado.

El Desgraciado se volvió un sujeto nómada, nunca se asentaba en ningún lugar, pues el Taxista Blanco lo seguía a donde él iba. Jamás volvió a enamorarse a causa de esto, tampoco hacía amigos, sus familiares, los que le quedaban, terminaron pensando que el Desgraciado había muerto, y quizás en cierta forma, el Desgraciado moría cada día, moría a causa de la pena, a causa de la soledad, moría en vida con cada día que despertaba en su miserable vida.

Es por eso que la gente lo conocía como el Desgraciado, pues nunca más lo vieron sonreír, enflaqueció, y su piel perdió el color que antaño le daba vida, parecía un muerto viviente, la gente terminó por olvidar simplemente que el Desgraciado existía, como si éste fuera invisible.

Si de algo estaba seguro el Desgraciado, era que aquel Taxista Blanco no era bueno, y ahora golpeaba afuera de su habitación con un ejército de gente que lo odiaba. Entonces, un dolor como de mil púas penetró la cabeza del Desgraciado, haciéndolo gritar de dolor mientras seguían llamándolo desde afuera de la puerta de su cuarto, el dolor se hizo más fuerte, como si su corazón quisiera salírsele del pecho y una estaca de acero se lo impidiese.

Pronto sus músculos no respondieron, el Desgraciado dejó de llorar, se quedó inmóvil echado de estómago en un charco de sangre y lágrimas, sintió que los párpados le pesaban, sus ojos comenzaban a cerrarse, como si tuviera mucho sueño.

Antes de cerrar sus ojos vio como la puerta se abría con fuerza, pero sólo vio un par de calzados blancos entrar en el interior de la habitación en lugar de miles, como habría esperado después de oír tantas voces, la figura se acuclilló y el Desgraciado pudo distinguir el rostro del Taxista Blanco, quien estaba furioso.

Después de eso, cerró los ojos.

EL DESGRACIADODonde viven las historias. Descúbrelo ahora