El viento le soplaba en la cara, un viento suave y reconfortante, aún sentía el dolor de su pecho y su cabeza, pero ya no había sangre, fue al abrir los ojos que el Desgraciado se dio cuenta que volaba, volaba encima de un águila blanca en un cielo crepuscular.
El águila giró hacia la derecha y el Desgraciado cayó de su lomo hacia el vacío, sintió vértigo y miedo, pero al tocar el suelo, no se hizo ni un solo rasguño, aunque el dolor de su pecho y cabeza aún lo confundían, entonces se tomó unos cuantos segundos para incorporarse y notar en qué lugar había aterrizado.
Era un salón enorme, de piso enlosado y blanco, en el salón había infinitas peceras rectangulares ordenadas en filas; las peceras eran enormes, de unos cinco metros de ancho y dos de alto, todas eran iguales en forma y tamaño, mas no en contenido, pues algunos tenían más peces que otros y distintos colores y formas de peces; en algunas peceras había algún tiburón, al que ningún otro pez quería acercársele por temor a ser devorados; también habían caballitos de mar, que morían por amor; e incluso habían pulpos que no usaban sus ocho tentáculos para dar un abrazo a aquel pez que lo necesitaba, más bien los usaban para cuidar sus preciados tesoros.
Al frente de cada pecera, estaba una persona, parada o sentada, mirando con admiración los peces de su acuario, a menudo les lanzaban comida, pero en cada pecera siempre había un pez que comía más que los demás.
‒Son los seres humanos y sus corazones ‒le dijo una voz femenina conocida desde atrás, el Desgraciado giró y vio asombrado a su amada. ¡Era hermosa en verdad!, sus enormes ojos cafés y su lacio pelo negro hicieron que escapara un suspiro de la boca del Desgraciado. Ella sonreía, pero el Desgraciado notó que en realidad no lo hacía, sus ojos estaban apagados como los del Taxista Blanco‒. Cada pez es una persona que te quiere o que te ama; por supuesto una persona viva, cuando alguien muere, y pertenecía a tu pecera, viene El Encargado y se los lleva al inodoro detrás de aquella puerta ‒señaló una puerta roja en un extremo del salón‒. Cuando alguien deja de amarte, simplemente desaparece de tu pecera, a veces puede reaparecer, pero rara vez se da el caso ‒y señaló la pecera que estaba frente al Desgraciado, la misma que él hasta entonces no había visto ni de reojo.
Y cuando el Desgraciado giró para ver su acuario, se echó de rodillas en el suelo enlosado y unas lágrimas de cristal le resbalaron por sus mejillas, clavándoseles en el pecho, donde el dolor aumentó, pues la pecera del Desgraciado estaba vacía, no había ahí más que agua, agua limpia y cristalina.
‒Pero... ‒dijo su amada acuclillándose y abrazando al Desgraciado‒ a veces algunos descubrimos otro camino ‒y acarició el rostro del Desgraciado, limpiándole las lágrimas, mas este se encontraba absorto en sus pensamientos y tenía la mirada fija en su pecera vacía.
‒¿El Taxi Blanco? ‒adivinó el Desgraciado sin desviar su mirada de aquella pecera.
‒Así es ‒confirmó su amada y le susurró al oído‒: Ya no huyas de nosotros, nuestra intención siempre fue aliviar tus desgracias, matar a la pena y a la soledad que te torturan cada segundo que tú respiras, deja que te mostremos que dentro del Taxi Blanco hay paz y felicidad. Te esperaremos afuera, te aconsejo que te apresures pues El Encargado no tardará en llegar, y él no te dejará ir con nosotros, te extraño mucho y no quisiera perderte otra vez ‒y dicho esto le dio un tierno beso en la mejilla, se paró y salió por una puerta negra que se encontraba en la pared paralela a la pared donde estaba la puerta roja y la dejó abierta.
¿Quién es el Encargado? Quiso preguntar el Desgraciado, pero estaba demasiado herido para formular cualquier pregunta.
No se movió, se quedó mirando, con los ojos marcados de sufrimiento, su pecera vacía, si estaba vacía significaba que nadie lo quería, todos aquellos que lo habían querido habían muerto o habían escogido otros caminos, por eso era El Desgraciado, porque la soledad era su única compañera, ahora sólo se encontraban él, su pecera vacía y la opción de subirse en el Taxi Blanco, quizás el Taxista Blanco no era tan malo después de todo, quizás en realidad quería ayudarlo. '
Hay mucha gente en el taxi blanco.
Si había muchas personas dentro de ese taxi, quizás ahí ya no estaría solo nunca más.
Tomó una decisión.
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EL DESGRACIADO
Short StoryLa gente lo conocía como El Desgraciado, pues nunca lo vieron sonreír, enflaqueció, y su piel perdió el color que antaño le daba vida, parecía un muerto viviente. Y es que moría cada día. Moría a causa de la pena. Moría a causa de la soledad.