XLIII

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No sabían en qué momento habían acabo sentados en el suelo, uno frente al otro. Pero se sentía bien.

Se sentía humano.

Ambos se sentían más humanos de lo que jamás se hubiesen podido imaginar.

—Así que esa es tu historia...

El castaño asintió sin expresión en el rostro.

—Es parte de la historia —respondió—. Hay más. Mucho más. Pero no será hoy cuando lo cuente.

Guillermo lo entendía.

—Mi padre no siempre fue un cabrón. Existieron los días en los que lo veía como un héroe...

El más pequeño sólo lo miraba apenado. Escuchando atentamente lo que el otro tenía que decirle.

—Pero ya no más —Su mirada se clavó en un rincón de aquella jaula, permitiendo, al más joven, mirarlo a sus anchas—. Deja de hacer eso —dijo—. No sé qué miras tanto.

—Lo siento... —Se disculpó, bajando la cabeza— Por cierto, tú amigo llegó mientras dormías. —dijo. Y a Samuel le faltó tiempo para levantarse, rápidamente, del suelo e ir hasta el límite de la celda.

—¿Percy? —lo llamó— ¿Estás ahí?

El británico se levantó de su cama para acercarse a las rejas de la celda, para poder ver a su amigo.

—Sí. Aquí estoy.

Samuel sonrió victorioso.

—Así que salió bien —dijo el castaño—. Mi plan salió como esperaba.

—Sí, tenías razón —Percy sonrió con tristeza—. Aunque realmente no sé si quiero vivir así...

El castaño lo observó con atención sin decir una palabra.

—No digas tonterías —dijo—. Ahora tienes que ganarte el respeto de los demás. ¿Recuerdas cómo todos temían a Tom?

Él asintió con la cabeza, mientras le prestaba toda su atención.

—¿Cómo crees que lo hizo? ¿Acaso crees que todo sucedió de un día para otro? Tienes que luchar por ello, y sé que podrás hacerlo.

Percy se emocionaba con cada palabra que el castaño vocalizaba. Quería que fuera como él decía. Deseaba el poder y siempre lo había hecho.

Había estado bajo la sombra de Tomás y Samuel demasiado tiempo, y ahora debía actuar como un líder.

—Eres una de las personas más crueles y sádicas que conozco. Puedes hacerlo.

Le dedicó una sincera sonrisa y se giró para ir de vuelta a su cama, cuando vio a Guillermo que lo miraba sonriendo.

—¿Y tú qué miras? —le dijo de malas ganas.

—Nada... —Y esquivo su mirada, para volver a sonreír cuando Samuel no podía mirarlo.

[...]

Habían pasado un par de días en los que Percy había estado pensando muy seriamente en las palabras que Samuel le dijo.

Estaba más dispuesto que nunca a cumplirlas, y nadie iba a quitarle eso. Nunca más.

Bob se apareció por el pasillo en el que se encontraba su querido británico a quien le encantaba molestar y abusar de él.

Su sonrisa molestaba a De Luque, que era el único, junto a Guillermo ahora, que podía verlo en la distancia por la localización de su celda.

Prisioneros [Wigetta]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora