PARTE 1. DESPERTAR

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Y ahí estaba, recargado en su hermoso balcón de roble, con un brazo sobre el borde de metal frío y oscuro; con las plantas de los pies tocando la suave madera del piso; mirando hacía arriba, pensativo; observando la luna con su contorno redondo y brillante, las luces de la ciudad que iluminaban el relieve como si fueran mil luciérnagas estáticas; observando el eterno resplandor de las estrellas en el cielo, que evocaba a la más suave tela del azul mas oscuro. Inhalando el aire fresco de la noche, sintiéndo cada palpitar de su corazón atentamente, recordando que aún estaba vivo; era una noche calurosa de verano, estaba totalmente desnudo en ese balcón, aunque no temía ser visto porque el borde le cubría apenas arriba de la cintura. En su mano izquierda sostenía una foto familiar, en la derecha un Marlboro consumiéndose entre sus dedos. Le desagradaba ser adicto a uno de los peores vicios. Y aún así no dejaba de fumar.
¿Qué tienes mi amor? Me preocupas.

La dulce voz de su esposa le llegó suavemente, como una caricia.
Nada, vuelve a la cama, en seguida te alcanzo.

La señora regreso a la habitación preocupada, sin saber qué decir. Atravesó las delgadas cortinas de seda blanca, que fúngian como división entre aquel pequeño balcón y la hermosa habitación.

Arturo dejó la foto en una pequeña mesa de centro de cristal ubicada en su lado derecho y apagó el cigarrillo en el cenicero junto a la foto.

Atravesó las cortinas de seda, y su esposa estaba acostada con una bonita bata de algodón color vino. La miró y pensó.
Que hermosa es.

Una mujer de 45 años que parecía 15 años más joven, con un cuerpo hermoso y cuidado. Con una cabellera color rojo, que solo podría ser comparado con el rubí mas brillante, y que le recorría toda la espalda. Unos ojos color azul tan profundos como el mar. Una piel tan blanca y tersa, como la arena más fina.

Sintió como se le erizo su piel y su sexo la pedía a gritos.

La señora aún no dormía y lo miró a los ojos, y vio en los ojos de Arturo nada más que deseo, deseo que arde y quema. Lo miró, estaba frente de la cama, ahora erecto. Ella se quitó la bata lentamente, para provocar a su hombre.

Su hombre, mirándola, acariciándola con la mirada, sus pies, sus muslos, su sexo, su vientre, sus senos, su boca, esos ojos, tratando de esperar hasta que el deseo ya no le permitiera aguantar más.

Entonces él se acercó y puso las rodillas en la cama, sintió las sábanas frías, y gateo hacia ella besando las piernas de su mujer, escalando lentamente através de su piel, después beso su entrepierna.

¡Ah!- gritaba.

(¿Demasiado explícito?, ¿Sí? Pues mejor deja de leer.)

Siguió trepando y beso sus pezones, después su boca, le dió un beso apasionado, la señora estiró la mano y tomo el miembro de su esposo con determinación.

-Te quiero dentro de mí- le susurró.

Y él, sin pensarlo, entró en ella. Acariciando sus caderas sus senos, despacio, sin prisa, y le hizo el amor; uno, dos, tres orgasmos estremecían a su esposa. Hacía años que el señor no se entregaba de tal forma a su esposa, y ella lo notó. Sentían como si fueran nuevamente jóvenes, ella demasiado sexy, él vigoroso. Cuando el éxtasis terminó se acostaron abrazados, desnudos, la sensación placentera después del orgasmo, sintiendo su piel mutuamente, es como si los sentidos, -el olfato, el tacto, incluso la vista y el gusto- se maximizaran justo después del sexo.

Esa era la última vez que le haría el amor a su esposa. (Por cierto, ¿ya mencione que días antes le habían diagnósticado una enfermedad mortal, y tenía meses de vida?, ¿No? Ups, bueno ahora lo saben.)

Sí Arturo Montiel, un hombre de negocios, gentil, un padre excelente y un esposo amoroso, iba a morir en, según los doctores,  6 meses.

Injusto.

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⏰ Última actualización: Feb 20, 2014 ⏰

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