El primer día en que noté que Martirio se había ido

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04/04/17


Honestamente no sé cómo iniciar con esto.

No tengo un nombre por el cual llamarle por el simple hecho de que no le conozco.

Luce como mi adorada Martirio, como mi pequeño colibrí, como mi opiario, pero tiene unos ojos distintos, unos ojos que no son los suyos.

Comienzo a preguntarme si es que nuestro amor se ha muerto o si simplemente se ha perdido... Lo mismo me pregunto acerca de ti.

Ya no sonríes al verme, ya no me abrazas como solías hacerlo, ya no me ves como lo hacías... y quizá sea eso, que tus ojos ya no son tuyos, Martirio.

Es que no puedo siquiera llamarte así.

Te he visto hoy tan rota, pero tan cruel... Mi corazón se ha hecho trizas.

Comienzo a creer que ya no quieres verme, que quieres perderte de vista, que quieres desaparecer de mi vida... Pero eso no se puede porque estás clavada a mi pecho como un puñal.

Y sí, aún sigues doliendo, pero quizá no por las mismas razones.

¿Cuándo acabarás de doler? Es que si el amor es una flecha, esta estaba envenenada.

Se clavó y cumplió su función, ¿sabes?, pero al mismo tiempo no ha parado de doler.

Siento que intenté sacarla y al tratar solo la he partido y se ha quedado dentro de mí, destrozándome el pecho.

Pero no es eso de lo que quiero hablarte, porque ya debes estar cansada de mi amor empalagoso, con el que al parecer ya no quieres lidiar.

Hoy ha sido un día de esos en que ni siquiera llamarte Martirio puedo.

¿Recuerdas ese escritor que te mencioné? Tiene en uno de sus textos a un personaje, que se repite una y otra y otra vez que la mujer que ama lo va a matar.

"Va a acabar muerto, hermano, ¿Me escuchó? Muerto" se dice Manuel, y siento que yo soy Manuel justo ahora.

Pero no quiero morir, Martirio, no quiero. Quiero vivir con fuerza, que duela, sí, todo lo que quiera, pero este no es el modo.

Me vas a matar. Es más, lo estás haciendo en este instante. Y aun así, siento que no es tu culpa.

Te amo con una fuerza indescriptible, incomparable, inconcebible; pero estoy determinada a sobrevivir, y para hacerlo, debo salir de esta hoguera que es tu amor, con las llagas que ha dejado en mi cuerpo, y respirar aire puro.

He querido salvarte tantas veces, mujer, ¡tantas! Pero dime tú, ¿Cómo se salva a alguien que no quiere ser salvado?

En este instante siento que yo nunca podré salvarte. No pude hace un año, no pude hace seis meses y no puedo ahora. Jamás lo lograré, y el problema incrementa porque cada vez estás más lejos de mí, Martirio, infinitamente más lejos.

Este amor me ha calcinado hasta los huesos, me ha quemado de adentro hacia afuera, y ahora parece que hasta yo respiro fuego.

No hay nada que me queme más que tu amor. No hay nada que me mate más que tu lejanía.

Y yo ya no quiero vivir así, Martirio, no quiero vivir esperando hasta que me des la puñalada final.

Estoy agotada, Martirio, y aunque te necesito, aunque eres la llama que me mantiene viva y me guía en la oscuridad, solo puedo armarme una antorcha, salir de este amor y encenderla con la llama que te queda. Esa llama que ya es más bien poca porque tú ya no eres tú, y porque por ser tú una desconocida, se muere, porque ya sé que no es amor lo que por mí sientes.

Con honestidad no sé hasta qué punto me amaste de verdad. Es más, no sé si fue amor, Martirio. Solo sé que fuera lo que fuese, al igual que tu alma, ya no está.

Tus ojos no son tuyos. Tus ojos no son los de Ignis, o Anette, o Martirio o siquiera mi pequeña Sari; tus ojos son los de una extraña que está muriendo de a poco, sin entender que quien estuvo allí antes fue una selva, que nos dio cobijo a muchos, y que mientras se quema, nos destruye a nosotros también.

Luché todo lo que pude. Saqué fuerzas de donde no tenía para salvarte (salvarnos), pero por lo visto solo puedo pelear de a una batalla.

Así que voy a usar lo que me queda de fuerza para revivirme a mí, para encender mi propio fuego: uno que caliente y no calcine, porque yo ya sé lo que es estar en una hoguera; y usaré lo que queda en mi memoria de ti como mecha, como la chispa que me encienda, y luego solo procuraré ser abrigo y calor del que lo requiera.

He hecho hasta lo imposible ¿Lo sabes, no? Pero mis intentos son inútiles contigo.

He perdido infinidad de veces mi orgullo, he hecho todo lo que estaba en mis manos, he metido mi corazón al fuego por ti, pero nada es suficiente. Contigo nunca es suficiente.

Este cielo ya no tiene a su pequeño colibrí. Puede hacer sol o puede llover, pero ni de día ni de noche puedo encontrarte. Has mutado en una extraña y ahora solo no te reconozco.

Yo te di alas, Martirio, pero creo que las has perdido.

Me duele porque siento que estás en una jaula hecha no de amores, Martirio, sino de miedos e inseguridades. De cobardía.

¿Dónde está tu fuerza, Martirio? Sé que no soy yo, pero dime dónde está y, si no puedes, la busco por ti. Sal de esto. Yo siento que no puedo sacarte.

¿Recuerdas esa primera carta que leíste de Nara para ti? Tenía razón en ese entonces, debí dejarte marchar cuando pude para salvarme yo. Pero no lo hice porque quería salvarte a ti.

Pero yo no soy tu heroína, no soy tu diosa, no soy tu fe, ni tu esperanza, ni tu alegría... Soy tan solo la idiota que se ha quedado hasta el último instante. La polilla que ha sido atraída por tu luz y ha sido devorada por tus llamas.

No soy absolutamente nada para ti, y está bien, extraña, yo lo entiendo. Si no te conozco yo a ti, no tienes porqué conocerme tú a mí.

Saludémonos y digamos adiós: ese acto precario de toparse con alguien en la calle y solo sonreír.

Pero, si ella vuelve, si vuelve mi pajarillo, dígale que la espero aquí arriba. Dígale que la amo y que sigo aquí.

Si no la encuentra, entonces solo déjeme seguir mi rumbo, porque no planeo hundirme por usted, desconocida. Ni planeo joderme más la vida con usted.

Discúlpeme por mi crueldad, pero ya no soporto el dolor de las llagas, y este es el único modo en que podré curarme.

Hasta pronto, extraña.

Llámeme si alguna vez la ve. 

Cartas a una desconocidaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora