Kam y Oliv - Primera parte. Capítulo II.

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         Oliv:

     Desde muy pequeño me gustó el violín pero mamá y papá nunca me pudieron comprar uno. He estado en muchas peleas y problemas, mi mayor sueño siempre fue tocar, Desde que entré al colegio me gustó una niña, de esas niñas que nunca se meten en problemas, esa niña la cual mis padres dirían que tiene mucha clase para mí. La observo todos los días tocar su guitarra con su orquesta desde la ventana del salón, pierdo adrede los partidos de baloncesto sólo para salir de la cancha a verla.

     Así pase mi etapa en la primaria viéndola desde lejos una chica tan bonita, ojos marrones como el café, su cabello crespo y negro, sus lunares en el rostro... nunca se fijaría en alguien como yo, pobre.

     Cuando comenzamos la secundaria dejé de ver a la chica de los rulos en la escuela, supongo que comenzó a estudiar en otro colegio, ella seguía yendo a la orquesta y yo seguía yendo a verla por la ventana, comencé a guardar dinero y no fue hasta 4 años después que tuve el dinero para comprarme el violín, pero como si el destino estuviese en contra, la orquesta cerró una semana antes de yo asistir a una audición... Duré años de mi vida imaginándome tocar un instrumento junto a esa chica y a sólo una semana de cumplirlo la ilusión se desvaneció. Ya no vi más a aquella bonita chica que tocaba (muy bien) la guitarra.

     Sentía que una parte de mi se había quebrantado y no existía forma alguna de remediarlo pues nunca había tenido la iniciativa de siquiera saludarla o preguntar su nombre, estaba decepcionado de mi mismo, solo me quedó trazar cada línea de su rostro con el arco del violín, cada día tocaba para ser tan bueno como ella, con su sonrisa en mi mente.

     Ya faltarían tres meses para culminar la secundaria cuando me enteré de audiciones en una orquesta cercana, al llegar observé rápidamente a todos los integrantes y ella no estaba "no importa" pensé, "la música algún día nos conectará"

     Toqué lo mejor que pude, al terminar bajé del escenario y encendí un cigarrillo para calmar los nervios y cuando terminaron de aplaudir escuché una voz angelical decir:

—Deberían decirle a ese chico que deje de fumar, es una persona muy buena para tener malos hábitos.

     La voz venía de unos rulos hermosos y definidos, su piel morena combinaba con la terracota de su guitarra afinándola. Ahí me quedé, hipnotizado, viéndola.


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