Soñó que el mundo se cerraba sobre sus pies, aprisionándola en un lugar oscuro y silencioso. Sin movimiento. Sin vida. Sin sonido. Sin color. Sin textura.
Soñó que la prisión cercenaba imágenes antiguas de momentos pasados, cultivadas durante mucho tiempo, como si fuera una guadaña que siega la cosecha.
Soñó, pero el sueño era inquieto. Sus pies, aferrados por el peso del mundo, la sostenían sin caer en el abismo profundo. Sin embargo, la hundían más y más en la negrura aquietada y silenciosa del alma.
Soñó y envuelta en una capa de silencio, la voz se quebró en un grito inaudible que tambaleó sus ojos y resquebrajó sus oídos. Las manos rodearon la cabeza en un último intento desesperado para que no estallara en mil pedazos.
Lágrimas ardientes resbalaron por sus mejillas hasta llegar al suelo. Y allí donde cayeron fueron absorbidas por la negrura que la aprisionaba. Pero tras esas lágrimas, de angustia salada y ardiente, surgieron unos brotes verdes y fuertes.
Sus ojos, desorbitados por el pánico, se fijaron en ellos, recobrando poco a poco el recuerdo de la vida y la cordura del alma. Sus oídos apreciaron el leve rumor de la corteza resquebrajándose para dar paso a una nueva vida, y notó que la presión de sus pies se diluía, liberándose al fin de la prisión oscura.
Soñó que la luz la inundó y por fin el sueño terminó. Con una sonrisa en los labios y en los ojos despertó.
Soñó y el sueño jamás se repitió.
