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Un caliente sol de junio brillaba allá afuera, pues tras esa puerta no había un inodoro como había afirmado la amada del Desgraciado. Era una playa, una hermosa playa, y se distinguía el enorme mar azul más adelante, un mar que parecía no tener fin.

‒¿Volver? ‒preguntó el Desgraciado al recordar lo que algunos le habían pedido en la habitación de las peceras.

‒Volverás, claro ‒respondió el Encargado.

‒¿Pez Dorado? Parecía que me hubieran estado esperando, parecía como si me conocieran.

‒¡Oh sí! Te esperaron, mas no te esperaron en serio, te esperaron mirando el cielo, creyendo que bajarías en un caballo blanco y que irradiarías luz. Pero olvidaron mirar el mar, olvidaron mirar su tierra, olvidaron mirar el atardecer, olvidaron mirar la lluvia, olvidaron mirar el hambre, olvidaron oír el llanto de una madre, o el de un hijo. Olvidaron que el Bien y el Mal existe dentro de sus corazones y no en un color, o en la forma de alguna cosa. Espero que ésta vez no lo olviden.

‒Entonces deberías decirles cómo y cuándo volveré, no deberías jugar así con ellos.

‒Recuerda que solo doy respuestas a los que están preparados para ellas, pero les doy pistas, paso la vida caminando en el salón de las peceras, viendo que nadie se vaya con el Taxista Blanco, susurrándoles al oído la fórmula secreta de la felicidad, ése es mi trabajo, pero como ya te he dicho, la mayoría también ha olvidado escuchar.

‒No es sólo tu trabajo. En realidad los amas.

‒Más de lo que te imaginas, incluso a mi hermano, aún lo amo.

‒Quizás deberíamos conseguir una pecera para él, eso quizás le gustaría.

‒Sería una buena idea, y una gran aventura, pero ahora debes descansar, Pez Dorado.

Entonces el Encargado avanzó hacia el mar y cuando estuvo en la orilla, echó todo el contenido de la pecera circular en el fondo del océano.

¿Qué felicidad pasaba por el corazón del Desgraciado? No se podría expresar en palabras, mientras caía hacia el mar, todo lo pasado ya no importaba, no le dolía más ya nada, sólo había esperanza y felicidad, e imaginaba que le diría a su madre al volverla a ver, primeramente mil veces le diría que no había nada que perdonar, después de todo ya nunca se volverían a separar en aquel inmenso mar azul. ¿O sí? No importaba mucho, pero en su interior sabía que ahora le esperaban muchos caminos por recorrer, pero no sentía miedo, se sentía ansioso por comenzar, mas ahora sólo quería volver a ver a mamá.

Fin

EL DESGRACIADODonde viven las historias. Descúbrelo ahora