Capítulo 4: El guardián

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- Discúlpame un momento. - El chico se incorporó, esbozó una sonrisa afable y se retiró al otro lado de la puerta, volviendo a hacerla chirriar.

Aproveché para analizar mas en profundidad la estancia. A mi lado derecho había una mesita de noche con unas delicadas tulipas anaranjadas. Mas allá hallé un escritorio de madera rojiza, encima yacía un libro y una mochila abierta.

- Espera, eso es mío, verdad? - susurré para mis adentros.

De repente la conversación que estaba teniendo lugar detrás de la puerta subió de tono, tanto que pude llegar a oír lo que decían.

- Es peligrosa, deberíamos acabar con su vida ahora que podemos.- declaraba una voz tosca y potente.

- ¡No lo es! Mírala, he estado hablando con ella y es una chica dulce y agradable, no podría ser uno de ellos. Además, el devorador la estaba atacando, ¿Porqué entonces?- sentenció el chico con una voz firme, aunque sonaba ligeramente desesperado.

- Voy a reunir a los líderes del clan, mantenla vigilada o la culpa recaerá totalmente sobre ti.

La conversación continuó un poco más, pero antes de que acabara decidí que quedarme allí no era seguro. No entendía nada de lo que decían, aquel coloquio me había dejado desconcertada, pero veía mi vida peligrar y no quería meterme en más líos de los que fueran necesarios, ese era mi lema. Me levanté dificultosamente, introduje el cuaderno de campo  en la mochila y abrí la ventana que había descubierto antes. 

Un instante de inflexión. ¿Qué estaba haciendo? Quería salir de allí pero mi cuerpo no me respondía, mi mente no sabia cómo. 

- Sólo tienes que salir por la ventana. - me dije a mi misma, estaba tan débil y desorientada que no sabía qué estaba haciendo.

Una vez fuera empecé a correr desesperadamente en la dirección que me pareció la acertada, sin analizarla con mucha lógica, siguiendo mi intuición. Me dirigía a un lugar de boscaje espeso, perfecto para ocultarme pero de difícil acceso. Los pulmones me ardían, la cabeza me titilaba y las piernas me flaqueaban. No sabía en que momento debía pararme pero estaba cansada.

- Si que estoy en baja forma - dije irónicamente para sacarle importancia a la situación.

Antes de que tuviera que decidir cuando poner fin a la huida una voz surgió de entre los arbustos. 

- ¿Donde vas con tanta prisa jovencita?

Me paré, miré a mi alrededor intentando averiguar de donde provenían esas palabras. Tardé un poco en darme cuenta que el único ser vivo que se hallaba cerca de mí era un majestuoso búho. Era extraño que estuviera despierto con el sol izado sobre el horizonte.


Devorador de AlmasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora