32.¿Me haces un favor?

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Capítulo 32
           
Después de tanto correr sin saber hacia dónde ir siento mi respiración agitada y entrecortada. No siento mis piernas y me arde el pecho y no hablemos de lo seca que se encuentra mi boca. Quisiera seguir corriendo sin importar el dolor pero las necesidades humanas me ganan y termino tirándome en el medio de la calle. Desesperada, me arranco los zapatos de tacón y noto como mis talones y dedos están sangrando y morotoneados. No me había dado cuenta que estaba llorando hasta que un sollozo sale de mi boca. Mis lágrimas  al perderse junto con la transpiración pasaron desapercibidas. No pasaron más de cinco minutos en los cuales pensé en lo patética que debe de ser verme tirada en la calle sollozando, pero no me importó, por primera vez no me importó. Que me vea cualquiera, que piensen lo que quieran, ninguno sabe lo mal que la estoy pasando y es de tal magnitud que ni yo puedo explicarlo con palabras. Hace mucho que no lloro, hace mucho que no hago una rabieta, hace mucho que no me permito sentirme deprimida ni triste. Siempre creí que tenía que ser fuerte, verme orgullosa y demostrar que nada me daba miedo y nada me intimidaba, pero la verdad es que si, y en cada uno de esos momentos quise llorar, gritar, salir corriendo, pero nunca lo hice por culpa de mis pensamientos y culpa del lugar donde fui criada, donde no me dejaron otra opción que demostrar que soy fuerte y que puedo manejármelas por mí misma.

Pero no puedo.

Extraño a mi papá.

Me siento mal por la muerte de mi madre, me siento culpable.

Odio a la novia de mi padre que me abandonó.

Extraño a Bryony.

Odio a Miss Campbell.

Y no importa lo mucho que quiera ocultarlo, tengo ganas de llorar y de estar deprimida acostada en mi cama.

Seguramente pasaron treinta minutos hasta que una viejita se me acerca y desde arriba me dice.

-¿Estas bien?

Su voz dulce y preocupada de viejita provocó más lágrimas en mis ojos y me impidió levantar mi cabeza para verla a los ojos por culpa de mi orgullo. El piso es mejor, el piso no me juzga, el piso guarda mis lágrimas en secreto, por eso prefiero seguir viéndolo antes que a un ser humano.

No. Eso es lo que le quiero responder a la señora: no.

No estoy bien, estoy muy mal. Siento que me derrumbo, que todo a mi alrededor desaparece, que todas mis paredes se derrumban, que todas las risas se apagan, que todos los recuerdos se oscurecen, que el libro se acaba. Es que el libro se está acabando, porque eso es mi vida, una estúpida novela inventada por alguien superior a mí a quien seguramente le resulta divertido verme sufrir.

-¿Quieres que llame a la policía?-sigue preguntando la viejita-¿llamo a tus papas?

Papas. Papas. Papas.

Esa palabra retumba en mi cabeza porque es una palabra que no aparece en mi vocabulario.

Papas

No tengo papas, nunca tuve. Siempre tuve a alguien a quien le importaba algo o alguien más que yo, que su supuesta hija. A mi mamá le importaba más dejar la vida, a mi papá le importaba más la música y casarse con cualquiera descerebrada, a la descerebrada le interesaba solamente la plata, a Miss Campbell solo le importaba la limpieza y la buena educación, y a James...solo le importa verse bien con su novia y con la prensa.

A nadie le importo, nunca fui primera causa de nadie, y nadie piensa en venirme a buscar, nadie piensa en levantarme, nadie piensa en limpiarme las manos, nadie piensa en curarme las heridas...a nadie le importo.

-¿Courtney?-escucho como alguien dice mi nombre asombrado y preocupado a la vez.

Desee en mis adentros que sea la muerte que haya venido a buscarme, pero la muerte no estaría asombrada por verme en el medio de la calle llorando e implorando por mi muerte. Desgraciadamente era una persona de carne y hueso y por segunda desgracia me conocía. Escucho como le dice algo a la viejita pero no logro descifrar sus palabras, mis oídos ya no tienen fuerza suficiente para escuchar lo que sucede a mí alrededor, y eso provoca que vea el mundo moverse en círculos y que me empiece a doler la cabeza. Veo como la sombra de la viejita se va alejando, seguramente se quedó tranquila por lo que le dijo el joven. Seguramente le habrá dicho que soy una loca desequilibrada y desquiciada y que estoy en tratamiento. Para agregar y que parezca más realista, me escape del loquero.

Mi Papa es un pendejoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora