✿ Única parte. ✿

2.4K 311 148
                                    

Durante mi adolescencia, mi familia parecía una familia de pajaritos, nunca permaneciendo en una misma locación por mucho.

Nos asentamos en Busan cuando tenía ocho, y ahí nos quedamos hasta que fui a la universidad en Seoul. La mayoría de mis recuerdos están arraigados a Busan, pero hay fragmentos en el ático de mi cerebro que pertenecen a los varios hogares en los que vivimos cuando era mucho menor.

La mayoría de estos recuerdos son vagos y sin sentido, pero hay un repertorio de memorias cristalinas, como si las hubiese experimentado hace solo una temporada. Con frecuencia, me preguntaba si estos recuerdos eran simplemente sueños lúcidos causados por la enfermedad prolongada que contraje en primavera. Dentro de mi corazón, sin embargo, sé que son reales.

Vivíamos en una casa con una estructura grande, en especial para una familia de tres. Hubieron varias habitaciones que nunca me molesté en revisar durante los cinco meses que residimos ahí. En varios sentidos, era una pérdida de espacio, pero era la única casa en el mercado en aquel momento, al menos una que quedara a la hora de viaje de donde mi papá trabajaba.

Transcurrido mi quinceavo cumpleaños, caí en cama enfermo por fiebre. El doctor dijo que era mononucleosis, lo que significaba que no podía sobreesforzarme y que la fiebre se quedaría conmigo por tres semanas más.

La necesidad de estar encamado no pudo ser más inconveniente, puesto que estábamos en el proceso de empacar nuestras cosas para mudarnos a Seoul y la mayoría de mis posesiones ya habían sido confinadas a cajas, dejando mi habitación desértica.

Mi mamá me traía jugos y libros varias veces al día. El aburrimiento siempre acechaba desde el otro lado de la esquina, queriendo asomar su desagradable rostro y martillar sobre mi miseria.

No recuerdo precisamente cómo conocí a Kookie. Creo que fue alrededor de la semana en la que me dieron el diagnóstico. Mi primera memoria de la pequeña criatura fue preguntarle si tenía nombre. Me dijo que lo llamara Kookie, y me causó gracia en ese entonces ya que sonaba como una galletita.

— Te ves como un conejo. — Le dije en tanto él se sumergía en uno de mis libros.

El castaño se detuvo y me lanzó una mirada de confusión. —¿Por qué como un conejo?

Me encogí de hombros.

— Tus dientes laterales son grandes como los de un conejo, y tu rostro es muy tierno como los de ellos. ― Sonreí inconscientemente al recordar el conejito que tenía de pequeño.

— Oh. — Kookie retomó su actividad cuando terminó de escuchar mis palabras. — No necesitas un conejo. No es igual que tener un amigo de verdad como yo, Jimin.

Recuerdo que Kookie desaparecía cada vez que mi mamá se pasaba para ver qué tal seguía.

― Me escondo debajo de tu cama. — Me aclaró al asomar su cabeza hacia fuera.
— No quiero que tus padres me vean, porque temo que no nos permitan seguir jugando.

No hicimos mucho durante los primeros días. Kookie solo ojeaba mis libros, fascinado por las historias y las imágenes que contenían. A la tercera o cuarta mañana luego de haberlo conocido, me saludó con una gran sonrisa en su rostro.

— Tengo un juego nuevo al que podemos jugar. Tenemos que esperar hasta que tu mamá te venga a revisar, porque ella no nos debe ver jugar. Es un juego secreto, bebé.

Después de que mi mamá me trajera más libros y soda a la hora usual, él se deslizó de debajo de mi cama y me tomó de la mano.

— Tenemos que ir a la habitación al final de este pasillo.

KOOKIE [kookmin]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora