Capítulo 12

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Capítulo 12

— E... Es... pera. — No sabía qué estaba haciendo. Las palabras salieron solas de mi boca, pero la necesidad era más fuerte que mi inseguridad. Si lo que mi abuela me había dicho era cierto, no podría quedarme tranquila sin hacer nada.

No tenía nada que perder. Seguro que él sería más confiable que un taxi sucio y, además, él me había ayudado. No parecía una mala persona, aunque aún me sentía algo desconfiada. Pero sería solo un favor; luego me olvidaría de todo y volvería a mi vida semi-normal.

Por otro lado, tal vez mi abuela estaba exagerando y me estaba empujando a tomar una decisión absurda por alguna de sus tonterías. Pero ya no importaba, era demasiado tarde para retractarme.

— Estaré lista a las 6.

— ¡Claro! — Eso lo dijo con demasiada emoción, y luego carraspeó, hablando un tanto más calmado. — Aquí estaré. — Me miró y decidió dar una vuelta más por la casa antes de irse, para cerciorarse de que todo estuviera en orden.

Lo observé caminar de un lado a otro, notando cómo su expresión cambiaba, su semblante era totalmente serio. No entendía cómo podía mostrarme tantas facetas a mí, una total desconocida. Eso era algo que yo nunca haría. No podía arriesgarme a hacer el ridículo o pasar vergüenza frente a alguien.

Cuando finalmente se fue, cerré la puerta y me dejé caer al suelo, con la espalda apoyada en ella, dejando salir un largo suspiro de alivio. Por fin estaba sola y tenía muchas cosas en las que pensar y otras más que maldecir.

Las horas pasaron y todo se dio según lo planeado. Él llegó muy puntual, recostado en el auto, esperando a que saliera.

Yo era una persona muy puntual y estructurada, había estado lista mucho antes de la hora, pero seguía dudando de lo que iba a hacer. Desde que él llegó, lo había estado observando, tratando de animarme para salir y acabar con esto de una vez.

Él parecía impaciente, miraba su reloj sin cesar y, cuando decidió acercarse a la casa, me digné a salir.

Cerré la puerta con suma lentitud y, antes de mirarlo, me puse la capucha del suéter. Me di la vuelta y caminé hacia él con la cabeza gacha. Él simplemente abrió la puerta del auto y se subió para emprender nuestro viaje.

Un par de minutos pasaron antes de que él dijera algo y me sacara de mis pensamientos. Había olvidado que no sabía adónde íbamos.

— ¿Usagi?

— ¿Sí? — Pregunté con voz temblorosa al salir de mi ensimismamiento. Escuché su risa y, al instante, sentí mis mejillas arder.

— La dirección. En el GPS. — Esta vez señaló con el dedo y yo asentí sin mirarlo.

En menos de media hora ya habíamos llegado. Bajamos del auto en silencio, ya que él insistió en acompañarme hasta el final y yo no quise discutir, porque eso implicaba que debía hablar y no quería cruzar más palabras con él.

Luego de que él y su amiga abandonaran mi casa, tomé un largo baño para reflexionar un poco más. Recordé todo lo que había sucedido con ese chico y, aunque él se había disculpado, no dejaba de pensar que sus actos eran algo demenciales. Así que no dejaría que tomara demasiada confianza.

Habíamos llegado a un hospital. Me quedé inmóvil al lado del auto; sentía cómo mi corazón latía acelerado y el aire en mis pulmones se volvía escaso.

— ¿Pasa algo? — Preguntó él.

Negué con la cabeza y le di la espalda. Necesitaba un minuto para calmarme y su presencia no era de mucha ayuda.

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