Las cinco almas.
“El extraño”
Fernando Flores.
Primera parte
Vacaciones.
Prólogo.
El timbre de salida había sonado y con eso llegaban las vacaciones de verano.
Todos salían por la puerta principal corriendo y emocionados, especialmente los de último grado, todos excepto Ann, que a pesar de que este había sido su último año en la preparatoriano se sentía feliz en lo absoluto, posiblemente por haber terminado meses atrás con su ex novio Stan.
La razón por la que Ann y Stan habían terminado era por la trágica muerte del chico hace 3 meses.
Stan iba caminando por las calles de Ember, cuando un joven ebrio lo atropelló.
Ann desde ese día le ha llorado noche tras noche, y maldice a aquel ebrio que fue el causante de la muerte de su ex novio.
Entró a su Mazda y se encaminó a su hogar.
– ¡Volví! – gritó Ann al llegar a casa.
– Annabella, ¿Qué tal tu último día de clases? – preguntó su madre desde la cocina mientras preparaba la comida, un delicioso Pescado a la Veracruzana.
– Del asco.
Corrió escaleras arriba y entró a su habitación azotando la puerta tras ella.
Se aventó de espaladas a la cama y puso el estéreo todo volumen.
Veía el techo lleno de fotografías de ella con Stan, hundió los dedos en su cabello y lo sujeto con fuerza mientras luchaba por no llorar; si alguien quisiera contratar a una plañidera, ella sin duda sería una gran opción para el trabajo.
Durmió durante horas.
Cuando despertó, se levantó de la cama y de inmediato sintió vértigo, tomó una sudadera y salió de su casa.
Entró a su Mazda 6, 14’ y se dirigió a casa de su mejor amiga, Elizabeth, que se encontraba en otro pueblo llamado Luxian, a unos 20 minutos de su casa.
– ¡Elizabeth! – gritaba mientras golpeaba con la mano abierta la puerta de la casa de su amiga.
Después de tocar y tocar la puerta continuamente, se dio cuenta de que no había nadie en casa.
Caminó de regreso a su auto, en unos segundos el ambiente se volvió helado y una extraña ansiedad absorbió su ser.
Aceleró el paso. Cuando por fin llegó a su coche inmediatamente entró a él y arrancó en dirección a Ember.
Pasó la primera calle y cerró los ojos aliviada, sentía como si un peso se le quitara de encima.
Después de unos minutos en carretera camino a su casa, una de las llantas traseras se reventó y maldiciendo orilló el coche fuera de la carretera.
Bajó del auto y checó el problema en la llanta. Sacó las herramientas necesarias para cambiarla.
El clima volvía a ser frío, estaba en plena carretera y era de noche; la luna brillaba e iluminaba todo alrededor. Para su mala fortuna la carretera estaba totalmente desértica.
El nerviosismo regresaba, entró al vehículo y se dio cuenta de que la temperatura que marcaba el termómetro del automóvil no compaginaba con la sensación térmica que sentía en el exterior.