Now you see me.

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El pequeño y extraño Kim Taehyung era por lejos una de las personas más distraídas que habitara su desolado pueblo. Por ello, cada día al despertar era objeto de burla y desprecio.

Dios, pensaban los pueblerinos, ¿cómo puede sonreír viviendo entre tanta desgracia?

Sikang Knoa, ubicado fuera de zona urbana, había sido considerado espacio hostil y peligroso hacía más de veinticinco años. Cada semana, luego de un encantador amanecer, una muerte distinta los despertaba para ponerse en marcha. Decapitación, desmembramientos, simples saqueos de cuerpos. Nadie estaba tranquilo, nadie estaba exento. Sinceramente, ¿alguien tendría la inútil capacidad de ser feliz viviendo aquí? Preguntaban con desprecio, murmurando silencioso entre ellos. Clara era su respuesta al divisar esa abundante mata de grisáceo cabello corretear, jugar detrás de las sombrías y lúgubres tumbas pertenecientes a su hogar.

Desde pequeño había sido peculiar, singular, alguien esencial en un pueblo que por poco atentaba con derrumbar. Su energía lo hacía lucir distinto, fuerte, esplendoroso, tan incomprendido como inalcanzable para los andrajosos pueblerinos que en son de guerra, proclamaban ser liberados de aquellas horrorosas bestias.

Tras cumplir sus cinco, luego de observar al pueblo festejar su nueva adquisición; una enorme cabeza de lobo cercenado, Kim Taehyung comprendió lo impuro que podía ser el mundo. Bajo su punto de vista, ningún moustruo debajo de la cama podría asustarlo tanto como el sadismo humano. Entendía lo que sentían, todo ese odio e ira encendida, todas esas vidas perdidas. Sin embargo, ¿cortar sus cuellos como recompensa? Ni siquiera los comían, mierda. Machetes, hachas, escopetas, rifles eran el pan de cada maldito día.

Si tan solo fuese más que el simple rarito de la comunidad podría haber sugerido una tregua menos agresiva, más comprensiva y razonable. Estaba seguro, ellos no eran la víctima en su pelea. Si no hubiesen provocado la furia de los gigantes, no habrían tenido que vivir en constantes funerales. Y es que él tenía tanta suerte, sabía que la mayor parte de su pueblo había tenido algún acercamiento de frente con los hombres lobo, pero aquello no hacía más que hacerlo dudar sobre la real existencia de estos, pues nunca en su corta vida tuvo el disgusto de tener uno acribillando sus talones.

¿Es que están todos locos o no soy realmente atractivo para la especie híbrida? Porque solo se había replanteado dos opciones, pero él estaba bien con ambas. De todos modos se sentía protegido, contenido e incomunicado con la raza desconocida. Si bien la curiosidad lo mataba, feliz podía vivir sin tanta maraña.

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Okpo Land estaba en ruinas. Su parque de diversiones favorito había tomado un olor espantoso, ambiente tétrico y más que simples manchas de óxido en sus juegos. Aquél lindo espacio que de su infancia traía recuerdos, había sido el límite entre la comunidad humana y animal. Ningún habitante se atrevía a tocar ese peligroso suelo de nadie, a excepción de Taehyung, quien llevaba ya más de cinco visitas.

El menor de la familia no podía creerlo. La disputa entre los supuestos imponentes del círculo lunar contra los suyos por caza animal y territorial, había arruinado toda la flora del territorio. Las flores se encontraban más que marchitas, podía percibir tristeza en el ambiente. Árbol tras más frondosos árboles coronaban su alrededor, dándole al bosque que rodeaba su pueblo un aspecto descuidado y sepulcral.

Era más que obvia su desesperada necesidad por la caza, sin ella morirían prematuramente, pero tanto lobos como criaturas mágicas acortaban territorio luego del gran pleito. Morían de miedo, ellos lo sabían.

Taehyung observó aquél carrusel que por años había montado y suspiró. Los asientos rebalsaba de agua, las imágenes infantiles se encontraban rasgadas y un par de figuras caídas, básicamente todas a excepción de la suya. Su elegante corcel blanco. El pelaje estaba algo dañado por las fuertes tormentas que azotaban la noche, pero nada que no pudiese arreglarse. Aún conservaba esa característica esencia que lo había hecho enamorarse de pequeño.

𝙎𝙞𝙠𝙖𝙣𝙜 𝙆𝙣𝙤𝙖.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora