Capítulo 8: El principio del fin

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- No llames así a mi padre - contesté con una voz contundente y rotunda.

- ¿Acaso le conociste para afirmar que no lo era? - respondió uno de los hombres de capa negra.

Me quedé callada mirándole fijamente a los ojos, unos fríos ojos sin fondo negros como el carbón. Era mi mejor manera de demostrarle mi desprecio, pero también mi reticencia hacia aquella pregunta. Quizás fuera peligroso responderle tan descaradamente.

- Debes venir con nosotros- sentenció el otro, que era un poco menos alto.

- ¿Y si no quiero?

No iba a dejar a mi familia sola. Si me estaba planteando seriamente marcharme a estudiar fuera el próximo año, ni se me pasaba por la cabeza abandonarlas ahora. Tampoco sabía por cuanto tiempo, ni si me permitirían regresar. Era un no rotundo.

- Entonces las mataremos a ellas - me miró con una mirada desafiante mientras señalaba a mi madre y mi hermana con las palmas de las manos - así no tendrás porque querer volver a este lugar.

- ¡No le escuches hija!- gritó desesperadamente mi madre - no nos pueden hacer nada.

La miré fijamente, luego a Mía. No iba a permitir que les sucediera lo mismo otra vez. La voz del encapuchado irrumpió en mis pensamientos como un puñal:

- Conozco tu nombre Anaïs, yo no estaría tan segura de ello.

Mientras decía estas palabras agitaba de forma extraña su mano derecha. Paralelamente mi madre se retorcía en el suelo llevándose las manos al pecho con una horrible expresión de dolor. Mientras, mi hermana la miraba impasible, con los ojos llorosos, sin hacer o decir nada.

- Puede que hoy tome mi venganza por embaucar a Álvaro. Tu y Elisabeth sois las culpables de que nos traicionara. 

Mi madre me miró con ojos compasivos, disculpándose. Notaba como evitaba el contacto con Mia, no quería que la viese de aquella forma. Yo tampoco quería.

- Tengo que contarte algo muy importante ... - dijo mirándome fijamente a los ojos. Veía como su existencia se desvanecía. 

- No tiene porque saber nada - El hombre estrujó aún mas su alma, gritaba de dolor y impotencia. 

- Soy tu tía - se tomó una breve pausa para coger aire - tu padre ... - no podía continuar la frase de la aflicción que le provocaba notar como algo se desprendía en su interior.

 El encapuchado no quería que me dijera nada, por eso quería matarla antes de que desvelara algún secreto que no estaba destinada a conocer.- Ya es suficiente - sentenció.

Se apagó la vida en su interior, pero justo antes del fin consiguió decir unas palabras. La tenía entre mis brazos, sujetaba su cabeza muy cerca de mí, las lágrimas rodaban por mis mejillas y caían sobre las suyas.

- Os quiero.

Y finalmente la vida abandonó su cuerpo para no volver jamás.



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