Capítulo 13: Culpable

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Después de presentarse no hubo mayor interacción durante algo más de cinco minutos, salvo por su analítica y ensombrecida mirada que examinaba mi persona de arriba abajo, haciéndome sentir algo incomoda. Mientras, Denia que había observado durante todo ese rato empezaba a irritarse por el escaso avance de la situación:

- Elina, por favor... Es para hoy guapa – dijo aclarándose la voz

- ¿Qué quieres que haga? No tengo ni idea... - contesté, girándome y poniendo cara de circunstancias.

- Menudas salvadoras estáis hechas. Os felicito por haber conseguido entrar sin que os pillasen, pero me parece que a este paso salgo a piezas como los puzles – soltó Asdarel, que se había estirado en el suelo con una posición relajada, en vistas a mi respuesta hacia Denia.

- ¡Ya basta, Asdarel! ¡Muestra un poco más de respeto, al menos hemos venido a buscarte! – gruñó esta al contemplar que el nivel de arrogancia del chico no mostraba signos de mejora.

- ¡No es mi cumpla que ella no sepa cómo sacarme de aquí! – contestó Asdarel lanzándole una mirada tosca y sin cambiar su posición.

Ambos se enzarzaron en una pelea de gallos sin sentido, aunque en algún momento comencé a dejar de oír sus voces. Tuve la sensación de que todo a mí alrededor se había desvanecido, dando paso a una oscuridad y tal silencio que solo era interrumpido por los latidos acelerados de mi propio corazón. Me sentía extraña, como si hubiese presenciado todo aquello en tercera persona, otra vez estaba teniendo la extraña sensación de que mi cuerpo se movía solo.

De repente la perspectiva dio un giro drástico, posicionándome ahora enfrente de mí misma y dejándome aún más confundida. Me mantenía de pie frente a la celda, con una mirada gélida y completamente vacía, Denia y Asdarel interrumpieron su disputa para observarme con la misma expresión de incredulidad. Ni siquiera yo pude entender lo que pasó a continuación; comencé a pronunciar algo aunque por más que intentaba averiguar el qué, no podía oír mi propia voz. Aquel hechizo empezó a materializarse, convirtiéndose en un montón de espirales que acabaron formando un círculo en el suelo alrededor de la pequeña sala, conmigo en el centro, en medio de una estrella con seis puntas. Ni Denia ni Asdarel se atrevían a mover un dedo ni pronunciar palabra. Mi mano se estiró y pasó a través de los barrotes, agarrando por el cuello al chico y al parecer con tal fuerza que no era capaz de soltarse. Inútilmente, la pelirroja intentó acercarse para liberarlo con uno de sus hechizos pero, para sorpresa de todos, su magia revotó contra ella misma y la arrastró hasta chocar de lleno contra la pared, desmayándose al momento. Tras esto, una oscurecida luz nos envolvió a ambos y sin darnos cuenta intercambiamos nuestras posiciones.

En ese mismo instante, el portón que conducía a aquellas celdas se abrió, dando paso a un grupo de soldados que habían llegado a toda prisa al escuchar alboroto mientras descendían. También yo volví en ese momento a mi ''cuerpo''. A partir de allí todo fue un completo caos; aquel grupo se abalanzó contra Asdarel para capturarlo de nuevo, aunque sus rápidos movimientos se permitieron escabullirse y acabar con la mitad de ellos. Mientras tanto, Denia que acababa de despertar tras el golpe, contempló la situación alarmada. Seguramente cuando comenzó la misión, no entraba en sus planes ser descubierta ni capturada. Antes de que pudiesen hacer nada contra ella, abrió un portal en la pared que absorbió a los soldados que quedaban, y antes de que acudiesen más, agarró a Asdarel y se adentró en el agujero. ¡No podía creer que me estuviese dejando tirada! Antes de desaparecer por completo, el chico me dedicó una última mirada, pero aquella no era lasciva, sino de verdadera compasión. Ya había tenido esa sensación antes, provocándome cierta nostalgia.

- ¡DENIA, ASDAREL! ¿¡QUÉ PASA CONMIGO!? ¡NO ME DEJÉIS AQUÍ! – grité con todas mis fuerzas, dejando escapar una lágrima.

El muchacho seguía mirándome, juraría incluso que había retrocedido en su huída para intentar ayudarme, pero alguien tiró de él desde el otro lado, obligándole a cruzar y cerrar así el portal. El resto de guardias reales que llegaron solo encontraron una pila de soldados caídos en la batalla, en un calabozo completamente bañado por su sangre y a mí encerrada en lugar del condenado al que iban a dar sentencia.

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