Realmente no estoy loco.

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Todo comenzó al terminar el otoño, ya empezaban a amanecer las calles con nieve y la grama
lucía blanca al despertar. Pensé en visitar a mi amigo de la infancia Joel, un chico alto, de
cabello color castaño oscuro, aficionado a los juegos de consolas, normalmente me ha gustado ir a su casa desde que nos conocimos, recuerdo que un día él me invitó a visitarlo luego de tener una extensa charla en la escuela sobre videojuegos, ya que no vivimos tan lejos: son menos de cinco calles de distancia.
Actualmente vivo con mi hermano de veinticuatro años, casi no nos comunicamos ya que nuestros padres se separaron por un problema que hubo entre nosotros, pero nuestra madre antes de fallecer hace un par de años quiso dejarnos la casa a nuestro cuido, hemos vivido aquí y no tenemos problemas, preferimos que mejor cada quien vaya por su lugar. Me dirigí a la cocina y revisé en la nevera para ver que desayuno podría preparar. Tomé el queso que estaba en la puerta, y la cerré devuelta. «En los gabinetes dejé pan que compré esta mañana» —dijo mi hermano mientras se colocaba su chaqueta para salir.— Revisé y tomé la bolsa que tenía dentro los panes, me preparé dos, no quería abusar ya que los había comprado él y no quería inconvenientes con su novia que constantemente nos visita para ver películas y comer aquí; una vez hice un jugo con las naranjas que había comprado mi hermano y ella no hizo más que
reclamarme, a pesar que no tenía nada que ver en esto.
Terminé de comer y fui a mi cuarto para vestirme e ir a la casa de Joel, vi mi armario y me puse lo primero que vi: unos jeans negros con una camisa de rayas azules. Revisé mi gaveta y
saqué mi cartera, en ella tenía mi identificación y veinte dólares que gané en una apuesta. Eché
un vistazo por la ventana y noté que había una brisa de nieve, así que tuve que colocarme una
chaqueta, elegí una que me había regalado mi tía, me gustaba mucho ya que era negra y tenía
las iniciales de mis bandas favoritas.
Salí de mi habitación y me dirigí a la puerta, tomé mis llaves y cerré con seguro, hace unos
días escuché que habían robado a una vecina por tener su casa abierta y no quería que me pasara lo mismo. Luego de una calle me encontré con una niña de aproximadamente cinco años, era muy tierna, estaba corriendo y se le notaban sus hermosos ojos azules. Ella iba al parque donde
había muchos niños más. Seguí caminando y vi una cafetería, me empezaba a dar hambre y
quería comer algo ya que esos dos panes en la mañana no me llenaron lo suficiente.
Al llegar, vi que una señora estaba con su hijo, lo reconocí porque él había estudiado en el
mismo instituto que yo. Nunca supe su nombre, de todas formas no le di importancia.
Enseguida me senté y esperé a que me atendieran.
—Buenos días, ¿puedo tomar su orden? —Preguntó la camarera dirigiéndose a mí con una
delicada sonrisa.— Hoy tenemos una oferta, si compras un desayuno individual con un refresco te regalaremos un cupón de 50% de descuento en tu próxima compra.
La mire a los ojos, le pedí solo un café y cinco caramelos de fresa para comerlos en el camino,
desde niño siempre me han gustado esos caramelos. Ella tomó mi orden y volvió al mostrador.
Mientras esperaba que ella llegara mi pedido pensé en que debería comprar un juego que había visto en internet la noche pasada. La tienda más cercana de videojuegos quedaba cerca del
parque que acababa de pasar. En ese momento se acerca la dulce camarera y me da lo que había ordenado. Al terminar mi café me dirijo al mostrador y pregunto por la cuenta, otro de los empleados me dice que son 5.95$, así que le pago y me retiro.
Vi la hora y noté que ya iban a ser las once de la mañana así que rápidamente caminé a la
tienda de videojuegos. Llegando al parque escuché un llanto, era la niña que estaba corriendo hace un rato, le ayudé a levantarse y le regalé uno de los caramelos que había comprado hace un momento.
—Muchas gracias. —Dijo la pequeña mientras sonreía a su caramelo. Seguí mi camino a la
tienda y abrí otro caramelo antes de llegar. Me habían quedado tres y los guardé para cuando
llegara a la casa de mi amigo.
Ahí estaba la tienda, entré y aquel era un hermoso lugar, tenía revistas y asientos que
parecían muy cómodos. Caminé a la sección de videojuegos y busqué el que tanto quería, su
precio era de 10.99$, no me pareció mucho y lo compré. Cuando salí de la tienda pensé que no debería perder más tiempo, no quería llegar demasiado tarde y me apresuré en llegar a su casa.
Había llegado y toqué el timbre como de costumbre, él abrió la puerta y muy entusiasmados
hicimos nuestro saludo, fue algo confuso pero ya lo habíamos practicado. Le hablé sobre el
juego que había comprado antes de llegar, Joel lo miró y nos dirigimos a su habitación para
jugar. Su casa estaba un poco desordenada; él vive solo desde hace poco tiempo ya que acababa de cumplir dieciocho años y sus padres pensaron que ya tenía la edad suficiente como para cuidarse solo.
Encendió su consola y empezamos a jugar, y desde ese momento el tiempo pasó muy rápido, en un abrir y cerrar de ojos ya eran las tres de la tarde y nos empezó a dar hambre.
—Buscaré que podemos comer. ¿Vienes? —Preguntó Joel mientras se levantaba de su
asiento. Yo pausé el juego y le seguí el paso.
Cuando entramos a la cocina él empezó a hacer una ensalada con carne para comer. Le ayudé
a preparar la ensalada y no tardamos mucho, la carne estaba en el refrigerador y ésta se demoró un poco. Empezamos a comer y todo iba bien. No pasa mucho tiempo de haber terminado y se escucha un extraño ruido en el patio de la casa y fuimos a ver que era, parecía algo realmente peligroso, así que salimos y no había nada. Rodeamos la casa y nos enteramos de lo que pasaba:
una pequeña ardilla estaba moviendo los botes de basura buscando algo, nos acercamos para ver que estaba buscando y ésta salió corriendo. Adentro habían dos ardillas mucho más grandes atrapadas, seguramente ellas habían hecho todo ese ruido. Joel las liberó y entramos de nuevo a casa.
El juego era demasiado entretenido, tenía muchos modos, traía mini juegos, extras, tenía muchos secretos y queríamos descubrirlos todos ya que uno era más difícil que el anterior, y planeábamos superarlos todos.
Ya se había hecho de noche y Joel me dijo que fuéramos a comer una pizza, yo no tenía más
de tres dólares y le dije que no creía que alcanzara.
—Yo puedo pagar todo, estos días he trabajado y tengo lo suficiente ahorrado como para comprar demasiadas otras cosas —dijo muy animado. Acepté y fuimos caminando a la pizzería.
Salimos y enseguida busqué mi celular, en todo el día no lo había utilizado y podría haber sucedido algo. Encendí la pantalla y tenía cinco llamadas de mi hermano, me pareció muy extraño ya que él normalmente espera a que yo llegue a la casa, así que le marqué para saber
qué había ocurrido. Al pasar unos segundos, contestó.
—¿¡Dónde te has metido!? —Exclamó mi hermano junto con contestar.
—Estuve con mi amigo, ¿sucedió algo? —Mi voz estaba un poco temblorosa.
—Esta mañana fui a visitar a nuestro padre y tuvo un infarto, estamos en el hospital —dijo
mientras se empezaba a tranquilizar.
—¿Necesitas algo? —Pregunté— no estoy tan lejos de casa.
En ese momento se cortó la llamada. Le conté lo que había ocurrido a Joel y fuimos
corriendo al hospital, ya estaba un poco oscuro. Llegamos y pregunté en la entrada por mi padre, el señor que estaba atendiendo las visitas me dijo que él estaba en el tercer piso. Nos dirigimos al ascensor pero había muchas personas así que subimos por las escaleras.
—Aquí es, habitación número 34 —dijo Joel señalando a la puerta con su dedo. Toqué y mi hermano nos abrió, nos explicaron todo, papá iba a estar bien, no fue nada grave.
Luego de casi una hora anunciamos que saldríamos a comer algo. Salimos del hospital y nos dirigimos a un puesto de hamburguesas, Joel pidió dos y empezamos a charlar de lo extraño que nos había parecido este día. En un momento estábamos alegres jugando y luego tuvimos esa noticia. Comimos nuestras hamburguesas y él pagó todo como había dicho antes. Mientras regresábamos al hospital vimos a mi hermano.
—Tenemos que irnos a casa —dijo con indiferencia. Así fue, acompañamos a Joel a su casa y
caminamos a la nuestra.
Llegamos y yo ya tenía un poco de sueño, así que caminé directamente a mi habitación para relajarme. Me quité la chaqueta y me acosté, estuve un rato revisando las redes sociales en mi celular, no había nada interesante. Pensé que debía ducharme antes de acostarme, así que me levanté, fui al baño y me miré en el espejo, lucía muy cansando, mis ojos se veían caídos y un poco rojos, así que me eché un poco de agua en la cara y tomé una ducha. Salí del baño al terminar y caminé hasta mi cuarto, me vestí y me acosté repitiendo nuevamente lo de todas las noches: encender el televisor, y utilizar el celular hasta quedar dormido.
A la mañana siguiente me sentía muy aliviado, abrí la ventana y estaba nevando. Siempre me
gustó ver como la nieve caía despacio. Me levanté de la cama y abrí la puerta, caminé por la
casa y estaba completamente sola. Fui a asearme como todas las mañanas y la luz estaba
encendida, lo cual me pareció muy raro ya que siempre permanece apagada, pero no le di importancia y seguí en lo que estaba, cepillé mis dientes, lavé mi rostro y salí a mi habitación.
Tomé mi celular y tenía un mensaje de un número que no tenía registrado, éste ponía “Ven hoy a la casa de Andrea, estás invitado a su fiesta en la noche, te esperamos.” Andrea es una ex compañera de clases, no hablábamos mucho, pero me caía bien, entonces me decidí a ir. Comí lo primero que encontré, ya que no habían quedado más panes del día anterior. Miré al sillón de la sala y fui a ver televisión, me acosté para estar más cómodo, aunque algunos doctores recomiendan ver la televisión sentado. Tomé el control del televisor, que estaba en una pequeña mesa de noche junto a mí, lo encendí y empecé a buscar algún programa que me entretuviera.
Pasaron unos instantes y la televisión perdió su señal, me pareció muy curioso, ni siquiera recordaba la última vez que había sucedido algo así, lo apagué y me dirigí a mi habitación, tomé el cerrojo de la puerta e intenté abrirla, pero estaba trabada. Estuve unos minutos forzándola hasta que recordé que con alguna tarjeta sería más fácil lograrlo, pero no tenía mi cartera, la había dejado en el pantalón cuando tomé la ducha. Tuve que buscar lo más parecido a una tarjeta, ya que estaba completamente sólo. Así que tomé un cuchillo, estaba un poco afilado, pero tampoco haría nada malo con él. Estuve forzándola nuevamente para abrirla y luego de un momento lo logré, casi me caigo al entrar, y para prevenir un futuro accidente coloqué el cuchillo en el escritorio de mi computadora, la cual me había regalado mi madre antes de fallecer. Pensé en jugar, pero ya me aburría de siempre jugar lo mismo.
Me decidí a dar un pequeño paseo por el vecindario, así que busqué en mi armario y esta vez escogí una camisa de cuadros verde con un pantalón negro. Seguía cayendo nieve así que me coloqué mi abrigo de cuero junto a una bufanda, también activé una alarma en mi celular para
recordar la fiesta de esta noche.
Salí de la casa, observé mí alrededor y decidí caminar por la derecha. Hacia allá había una
pequeña montaña, siempre iba allí con mi hermano y mis padres. Fui a la montaña y había una familia sentada en el suelo, dos niños de quizás siete años, una chica de aproximadamente diez y una señora que parecía ser su madre. Me senté donde no pudiera molestarlos, miraba al
bosque que se notaba a lo lejos. Uno de los chicos que estaban ahí se acercó a donde estaba sentado y me ofreció una rosquilla, miré a su madre y me sonrió mientras hacia un gesto para que la tomara. La sostuve agradeciéndole al amable chico.
—¿Quisieras jugar conmigo y mis hermanos? —Preguntó, tenía una voz un poco aguda.
Acepté a jugar, hice con la nieve una pequeña bola y se la arrojé, por un momento pensé que lo
había lastimado ya que se había agachado, iba a ayudarle, y para mi sorpresa él tenía una bola
que estaba preparando y la lanzó hacia mí, no tuve tiempo para reaccionar cuando sus dos
hermanos ya estaban arrojándome todo lo que podían.
Ya habíamos dejado de jugar cuando sonó mi celular, era la alarma que había puesto antes de salir. Me despedí de todos y me retiré con una sonrisa, desde hacía mucho no jugaba con algún niño. Caminaba mientras revisaba mis redes sociales, siempre quería estar pendiente de todo lo que pasaba, era importante para mi saber que sucedía en cada momento. Entré a la casa y estaba mi hermano con su novia preparando la comida, pero para no molestar preferí caminar a mi habitación.
—¿Quieres un poco? —Preguntó mi hermano. Hice un gesto de afirmación sin mirar atrás.
Entré al cuarto y observé la ropa que me había quitado el día anterior, noté los tres caramelos que habían restado en mi pantalón, los tomé y abrí uno para comerlo. No sabía que colocarme, me dejé mi ropa y lo único que cambié fue el abrigo, me coloqué una chaqueta que era muy acogedora de color marrón oscuro.
Me dirigí a la cocina y le comenté a mi hermano que saldría, solo para que supiera que quizás
no llegaría tan temprano. Él me sirvió la comida, un plato con pasta, carne y jugo de fresa. Les
ofrecí los caramelos que tenía guardado, ambos tomaron uno y lo comieron. Terminé de comer, lavé mi plato y sequé mis manos. Nuevamente salí de la casa, aún no era tan tarde, entonces decidí irme caminando para matar el tiempo. Estaba haciendo un poco de frío, frotaba mis manos y veía el humo que salía de mí al respirar. De un momento a otro pensé en visitar a mi padre, después de todo tenía un poco tiempo libre. Llegué al hospital, subí las escaleras y toqué la puerta, un enfermero salió y me dijo que no era hora de visitas. Como no pude entrar le pedí
el favor de que le avisara a mi padre que había ido a visitarlo.
Me di vuelta y salí del hospital, ya notaba como empezaba a oscurecer. Tuve que dirigirme a casa de Andrea, la fiesta ya habría empezado. No tenía mi cartera, olvidé tomarla antes de salir.
Pensé que eso no sería un problema y empecé a caminar mientras veía las casas cubiertas de nieve y los camiones que acostumbraban limpiar las calles. No tardé mucho en llegar, tal vez porque estaba distraído en el trayecto. Escuchaba música a lo lejos: la fiesta ya había empezado.
Toqué el timbre y uno de mis viejos compañeros abrió la puerta.
—¡Chico alienígena! —Gritó apenas al verme— puedes pasar, nos estamos divirtiendo
demasiado. Nunca me gustó ese apodo, recuerdo que empezaron a llamarme así porque un día
inventé una historia donde un extraterrestre me secuestraba, nadie me creía, de todas maneras parecía muy falso; y desde entonces me llamaban chico alienígena. Ignoré el apodo y lo saludé tranquilamente.
El lugar tenía un olor un poco raro, pero no era nada malo. Procedí a saludar a las personas
que conocía. Me hicieron recordar cuando estudiábamos juntos, yo casi no estaba con ellos, pero de vez en cuando debía divertirme. Vi a Andrea, en ese momento recordé que no tenía algo para regalarle, tuve que pensar algo rápido antes que notara mi presencia y viniera a saludarme.
Me quité la bufanda y tomé una bolsa que estaba en el suelo para meterla en ella y regalársela,
tenía más bufandas en mi casa, puede que no lo notara, parecía estar nueva. Me dirigí a ella y le
sonreí mientras estiraba mis brazos para abrazarla. Ella parecía estar un poco confundida, me abrazó y recibió mi regalo.
—Qué bueno que hayas venido, me alegro de verte luego de tanto tiempo —dijo mirándome
fijamente a los ojos.
Empezaban a llegar muchas personas, conocía a la mayoría, pero me senté en una de las mesas y me serví un trago de la botella que tenía al frente, no estoy seguro de que había tomado, pero aquello tenía un buen sabor. Estuve observando a las personas un momento, de repente sentí una mano en mi hombro.
—¿Qué tal si bailamos un rato? —Preguntó una voz desconocida. Era una chica que no conocía, alta, muy bella y parecía simpática. Accedí a bailar con ella.
—¿Qué edad tienes? —Preguntó curiosa.
—Tengo diecisiete años —repliqué, mirando su linda sonrisa.
Estuvo en silencio un momento, parecía no haberme escuchado. La miré por un corto tiempo
y justo cuando ella iba a responderme escuché mi nombre al final de la sala, volteé para saber quién era, y fue Joel, pensé en ir saludarlo e iba a tomar la mano de la chica con la que estaba bailando, pero ella ya no estaba. Fue un poco confuso para mí, ya que en ningún lugar podía verla. Me dirigí a donde estaba Joel, en un mueble de una tela bastante fina y cómoda.
—Te vi allá parado y pensé en llamarte, ¿qué estabas haciendo? —Preguntó confundido. Lo
miré fijamente y le expliqué lo que había pasado. Él pensó que a lo mejor estaba intentando
hacerle una broma, y cambió de tema inmediatamente.
Él me decía que dejé el videojuego en su casa y jugó demasiado toda la noche. Mientras tanto yo sólo pensaba en qué había sucedido hace unos instantes, pero no conseguí una conclusión concreta sobre que ocurrió. Vi la hora y ya se estaba haciendo tarde. Decidí irme, pero Joel dijo que podía quedarme en su casa para seguir charlando. Acepté y nos despedimos de todas las personas que conocíamos.
Salimos y sentía como la fuerte brisa pasaba por mi cara, estaba casi temblando, ya no tenía
bufanda y mucho menos guantes. Tratamos de llegar lo más rápido posible y casi corriendo llegamos a su casa. Él abrió la puerta y ambos tomamos asiento. Había calefacción y ya me sentía mejor, estaba muy cansado y no tenía ganas de jugar o ver una película, solo comimos un poco de ensalada que había quedado del almuerzo. Ambos fuimos a dormir, Joel me prestó un pantalón de dormir y una remera. Yo seguía un poco confundido, y estuve pensando todo lo que sucedió hasta quedar dormido.
La mañana siguiente desperté con dolor de cabeza, revisé mi celular y no había nada nuevo,
pensé en buscar a Joel, ya era un poco tarde y quizás él ya se había despertado, caminé directamente a la cocina y ahí estaba, sentado viendo a la ventana en una silla del comedor.
—Buenos días —dije para llamar su atención.
No tardó en voltear y darme la mano, me pareció un poco extraño que no me haya respondido.
Tenía un diario, el cual dejó caer. Se levantó y caminó a su habitación. Yo decidí levantar el diario y lo primero que noté y llamó mi atención era una noticia que decía “Fallecen quince personas en atentado suicida”, debajo de este artículo estaba una foto, en la cual aparecían los rostros de las personas afectadas, entre ellos sus padres. Corrí a su habitación para alentarlo, no faltaba mucho para llegar cuando escuché un sonido muy fuerte, asustado abrí la puerta. Estaba él tirado en el suelo, su sangre se dispersaba por todo el cuarto y tenía un arma en su mano.
Mientras lloraba tomé mi celular y llamé a una ambulancia.
Eso fue lo que sucedió, o tan sólo eso es lo que recuerdo. No sé qué más pudo haber pasado, fui interrogado por unas personas que llegaron junto con la ambulancia, me hicieron demasiadas preguntas sobre mí, las cuales no pude responder muy bien. Me obligaron a estar aquí, en medio de cuatro paredes grises, de unos dos metros de altura. Cada día hago una línea en una de estas paredes, la cual está casi llena. Desde ese día no he visto la luz del sol, ni la voz de mis amigos o familiares, ni siquiera sé si me estoy alimentando bien. Supongo que todo esto lo sabré cuando me liberen de éste hermoso manicomio.

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