Se acercaba una guerra, la última de tantas que habían pasado. Ella quería buscar un escondite, pero Alec dijo que debía estar presente y preparada para luchar. Perder a sus padres la hizo más fuerte, ver cómo eran masacrados en manos enemigas hizo que tuviera coraje y odiara tanto a esos enemigos que quisiera asesinarlos con sus propias manos.
El campamento la había preparado para esto, limpiar los baños y los asquerosos pisos le dieron disciplina. Estaba lista aunque un poco asustada. Él mandatario romano había mandado a sus mejores guerreros, aquellos entrenados desde pequeños, criados para acabar con todo a su paso sin tener compasión y todos en el campamento lo sabían.
Por eso dejaban el entrenamiento sólo para ir a comer y podían dormir tres horas al día. En la noche algunos hacían guardia mientras otros descansaban. Marcelle, la única joven allí. Rodeada de toda clase de hombres, siendo maltratada por su circunstancia, ardiente de deseos por luchar por su República, por vengar a sus padres, por vengarse a sí misma.
Nada más importaba.
Su tío Alec pidió perdón por haberla llevado allí. Todos los días le hacía saber que lamentaba la situación donde ésta se encontraba, donde él la había puesto. Siendo ella su única pariente viva, siendo él el único quien podía cuidar de ella; no había nada más que decir. Este era su destino.
El general Ulises ordenó a todos los soldados griegos reunirse en el campamento Ennio, la mayor fortaleza griega del Imperio. Hombres con años de experiencia, bien entrenados y Marcelle.
Todos juntos formaban un ejército de cinco mil hombres. Hombres capacitados para la guerra, sin familias puesto que éstas habían sido asesinadas por los romanos.
El camino era largo. Debían andar con sigilo; podían ser sorprendidos por las tropas enemigas en cualquier momento.
Estaban preparados para cualquier ataque pero no esperaban ninguno. Se sentían seguros de alguna manera.
Escuchando trotes de caballos y hombres diciendo 'prepárense' Marcelle desenvaina su espada lentamente y mira a sus compañeros hacer lo mismo.
Sin decir más, el campamento Tasio es invadido. Hombres con espadas y flechas corren hacia ellos.
Marcelle es empujada varias veces. Mira a todos lados en busca de su tío Alec cuando una flecha llega a su brazo. Al instante la toma en sus manos y la clava en el pecho de un soldado romano.
Petrificada al ver al hombre en el suelo, grita pero, recuerda a sus padres y cómo una de esas flechas atravesó a su madre. Su horror desvanece y comienza a correr hasta donde está Alec. Con su espada traspasa el pecho de dos hombres que intervenían en su camino. La adrenalina que corría por sus venas la hacía valiente.
Sintiéndose fuerte empujaba a todos frente a ella. Quería llegar donde estaba Alec.
El ejército romano era demasiado fuerte para ellos que eran unos cien hombres. Marcelle no pensaba en esto. Creía que iban a tener la victoria. Creía que todos saldrían ilesos.
Se paró en seco cuando vio a Libio; mejor amigo de su tío siendo asesinado por la espalda. Corrió hacia él, en vano; ya era muy tarde.
Al mirar alrededor vio como todos esos hombres que habían estado con ella desde pequeña eran asesinados. Localizó a su tío y presenció cómo dos hombres lo agarraban mientras otro lo degollaba.
Gritando desconsolada y corriendo hacia él, un soldado se paró frente a ella pero ésta lo atravesó con su espada. Otro corrió detrás de ella y le lanzó una flecha que traspasó su corazón. Ya en el suelo, tratando de luchar por su vida, pensó:
'Si no mueres por tu patria, por las causas que crees correctas, por las personas que amas, entonces vives por las razones equivocadas.'