Como la lluvia que se desprende de las nubes en un día
soleado, miro al cielo con la esperanza de
verte reflejado en la sutileza iridiscente en la que el cielo se convierte.
Sentirte cerca de mí áviva la sensación
de enlazar tu cuerpo con el mío,
atraído por una fuerza enigmática y trazos
que nos destinan a ser uno.
Caminaba por cada uno de tus lunares
como mágicas estrellas, trazaba interminables
líneas, memorizaba y unía una por una,
y en la maravilla divisar a lo lejos la
constelación nunca antes descubierta y digna
de ser admirada por mi alma.
Tus ojos bordeados por una tenue línea
océanica, al interior como dos soles y en
su centro esferas negras, un conjunto de
conjuros que te atrapan, te envuelven y
te llevan al infinito con la certeza de no
encontrar una escapatoria de su oscuro laberinto.