Recobrar las esperanzas

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La nube mágica desapareció y la Reina se materializó en un rincón de los calabozos, al abrigo de las miradas. Desde ahí, podía ver sin ser vista y era exactamente lo que pensaba hacer esa noche. Lo primero que la impresionó fue la calma que emanaba de ese sitio. Esas prisiones que, habitualmente, resonaban con los gritos de sufrimiento o de quejas desesperadas, parecían esa noche extrañamente tranquilas. Ningún grito, ningún gemido rompía la serenidad ambiental...Por un momento, la soberana creyó que todos sus prisioneros habían logrado escaparse. Pero una sola mirada bastó para probarle lo contrario. Todos sus condenados estaban ahí, encadenados como ella los había dejado. ¿Qué ocurría entonces para que estuvieran tan tranquilos? Algo que no comprendía se le escapaba a su control y eso no le gustaba. No le gustaba en absoluto...Su cuerpo comenzó a temblar por los nervios.

La Reina entonces prestó atención, curiosa e intrigada. Y fue en ese momento que comprendió. Proveniente de la celda de la princesa, una agradable melodía se escuchaba. La voz dulce acompañaba la ligera melodía, y por un instante, creyó que el tiempo se había detenido. Como por magia, su enfado se volatilizó rápidamente. Cerró los ojos y se dejó invadir con delectación por el melodioso sonido. Jamás había escuchado tan bella melodía. Jamás una voz había sido tan clara. Con el solo poder de su voz, Emma había logrado serenar los sufrimientos de decenas de prisioneros.

Regina no sabía qué hacer. Hubiera querido tanto enterrarse en una esquina y escuchar la voz durante horas...Extrañamente, no deseaba nada más que dejarse acunar por la pureza de la música canturreada por la princesa.

De repente, el aullido de un lobo en la lejanía rompió el silencio de la noche. Emma detuvo inmediatamente su canto. Los efectos apaciguadores de la canción se dispersaron enseguida. Frustrada con esa interrupción, Regina sintió cómo el enfado la ganaba de nuevo.

Saliendo de su escondrijo, se acercó a la celda de la princesa y dijo secamente

«¡Continúa!»

Emma se sobresaltó ante la sorpresa de ver a la reina aparecer ante ella. ¿Cuánto hacía que estaba ahí? ¿Había escuchado su canto? Pasada la sorpresa, se incorporó sin apartar los ojos de la reina.

«¡Continúa!» repitió esta, de forma más amenazadora

«¿Continuar qué?» preguntó Emma, sinceramente intrigada por la extraña petición

«¡Canta!»

¿La Reina exigía que cantara? ¿Solo se trataba de eso? Emma se quedó intrigada ante esa petición. Pero después de todo, se había preparado para lo que pudiera pasar, consciente de que la reina en su locura podía exigirle cualquier cosa.

Pero la princesa estaba preparada. La visita de Henry la había despertado. Nunca más obedecería a la Reina. Nunca más tendría miedo de ella. Así que, su respuesta salió casi sin haberla reflexionado, y se escuchó a sí misma decir con audacia.

«No»

La sangre de la reina hirvió de rabia. Sus ojos se hicieron negros como la brea y su respiración se aceleró.

«¿Sabes que te encuentras en mis calabozos y a mi merced?»

«Absolutamente»

«¿Eres consciente de que tu vida no pende sino de un hilo? ¿Sabes que puedo decidir tu suerte con un chasquido de dedos?»

«Soy perfectamente consciente. Pero no tengo miedo de vos. Si me quisierais muerta, ya lo habríais hecho»

«Oh, mi dulce princesa, debes saber que puedo hacer cosas peores que matarte» susurró mirándola con ojos oscuros y brillantes «No sabes de lo que soy capaz»

El canto del cisneDonde viven las historias. Descúbrelo ahora