Parte 3 - Capítulo XXVI

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El jardín estaba cubierto por una tierna capa de nieve que cubría la grama. Cerca de la casa había un limonero donde se veía como algunas hojas luchaban por estar presente hasta la primavera. Él tenía una taza humeante de café en la mano mientras con la otra acariciaba la cabeza del hermoso animal que Annie tenía como mascota. Ella por otro lado le arrancaba camadas de humo a un cigarrillo con tanta furia y determinación como el empujón con que Annie se zafó del beso que él le había robado. Si bien tuvo una torpe idea de poder acercarse a ella con aquel apasionado impulso, solo había logrado alejarse más de ella. Sirvió dos tazas de café, puso una frente a él y abrió la puerta corrediza de la cocina dejando que el viento helado entrara en la casa como semblanza del frío trato que se había ganado de ella. El asunto del 'beso despertador' nunca quedó saldado y aún sentía aquel berrinche como una moneda hipócrita que usaba en su defensa ya que ella lo había besado primero. Al menos él estaba suponiendo que aquello fue así.

Ya era tarde y era evidente que no tenía más que hacer en aquella casa y que solo Nena era la única que le iba a permitir acercarse. Sus padres ya debían de estar preocupados por él, y aunque no le habían escrito o llamado de seguro no tardarían en hacerlo. Lo mejor era dejar todo aquello así e irse. Desde un principio sabía que aquella visita era una mala idea pero ya era tarde para echarse atrás. Sacó el teléfono celular de su bolsillo solo para darse cuenta que no tenía señal. De seguro sus padres estarían muy preocupados. Debía volver a casa.

– Voy a irme a casa. ¿Puedes prestarme tu teléfono? No tengo cobertura.

Annie lo miró desde lo lejos con un buen toque de desdén. Estaba molesta. Él no entendía bien porque. Se había propasado, lo sabía, pero no sabía si fue lo que dijo, lo que hizo o todo en conjunto lo que la hizo enfurecerse.

– Yo te llevo a casa. Ningún taxi va a querer manejar a estas horas para acá.

– No te preocupes por eso. No deseo causarte más molestias.

– Bueno la verdad es tarde para eso – dijo mientras pagaba con el pie los restos del cigarrillo en el frío suelo. – Vamos Nena, vamos a pasear.

– ¿Vas a llevarla?

– Le gusta el frío y así no vuelvo sola.

Entraron a la casa y ella cerró la puerta de la cocina. Encendió la luz del garaje y metió una frazada en la parte de atrás de su carro para que la perra estuviese más cómoda. Puso el motor del auto en marcha para que entrara en temperatura mientras los tres esperaban en silencio en el umbral de su puerta.

– Tienes correo – dijo Henry de pronto.

Annie no entendió bien lo que le decía así que él le señaló con un dedo el buzón donde la banderilla roja llena de nieve le señalaba que dentro tenía correspondencia sin recoger.

– ¡Ah! Si. Cierto. La recojo cuando vuelva. Entremos en el auto.

– ¿Y si es importante?

– Ya ha estado allí un par de días, que esté un par de horas más no creo que le haga más daño.

El ofrecimiento a llevarlo a su casa no había hecho desaparecer para nada su mal humor. Ella abrió la puerta trasera para que su mascota entrara en el carro y él decidió hacer lo mismo por su parte en silencio y mantenerse así hasta que llegara a su casa. Ya era costumbre en otras ocasiones que estuviesen sentados frente a frente sin hablarse, así que pensó que le daría igual hacerlo durante una media hora.

Salieron de la casa de Annie y mientras iban calle abajo saliendo del barrio, Henry veía como los árboles que unas horas atrás brillaban en destellos rosados ahora se ahogaban en la oscuridad de la noche sirviendo como telón de fondo a la evidente incomodidad que estaba reinando en el carro. Al parecer la única que estaba disfrutando el viaje era Nena que tenía la cara apoyada en la ventana, admirando con gracia como brillaban los postes del camino. Annie encendió la radio y aparecieron las notas de una balada de Roberto Carlos versionada por Alejandro Fernández, lo que al parecer la molestó un tanto ya que cambio a otra emisora donde sonaba un suave Jazz. Henry decidió hacer igual que el animal que estaba tras de él y deleitarse en el paisaje que lo rodeaba. Habrían pasado alrededor de unos quince minutos cuando Annie rompió la barrera que había puesto entre ambos.

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