Cerrar los ojos y soñar. Imaginar que estás donde quieras. Creer que todo es posible. Amar y ser amado por alguien especial. Escuchar la alarma y despertar.
La incesante sirena le atravesó la cabeza de lado a lado durante los pocos segundos que tardó en detenerla. Con la mano aún en el despertador, abrió y cerró los ojos varias veces. Ya era de día. Tenía que dejar atrás sus sueños una vez más; abandonar ese pequeño lugar lleno de paz para volver a la realidad. Debía vivir un día más.
Correr, saltar, andar. Coger el teléfono y escribir una nota en azul. Leer y marcar en rojo.
Para él todo eran rutinas. Una situación tras otra que hacía de su vida una monotonía interminable. En su casa, en el trabajo; allá donde fuera todo era en el mismo orden y de la misma forma. Él quería cambiarlo todo y sin embargo no podía; no debía.
Cerrar la puerta. Colgar el abrigo. Abrir la nevera. Cenar ligero.
El plato vacío adornaba la mesa del salón frente al televisor. El programa nocturno del jueves volvía a ser Adivina el total. Concurso más que repetido en mil formas y formatos que siempre le aburría tras el primer pack de objetos. ¿Quién necesitaba adivinar cuanto valía todo aquello si no podría tenerlo? Nada cambiaría aunque el concursante llegara al final del programa. Todo seguiría igual.
Cerrar los ojos y soñar. Imaginar que estás donde quieras. Creer que todo es posible. Amar y ser amado. Desaparecer.
Levantarse de la cama de un salto fue más un impulso que una decisión propia. El maldito chisme no había sonado y estaba a punto de llegar tarde. Eso no podía ser, él había escuchado ese sonido infernal antes de abrir los ojos; estaba seguro. No había tiempo para pensar; tenía que darse prisa. Debía llegar a tiempo.
Anotar sin equivocación. Tener un bolígrafo azul a mano. Tomar una aspirina para el dolor de cabeza.
Otra jornada más donde el jefe gritaba a todos. Le pitaban los oídos a cada voz y sin embargo continuaba con su trabajo. No podía quejarse de su superior. Sería el hazmerreir del departamento y el responsable de Personal le haría una visita nada agradable.
Llegar a casa. Tirar el abrigo en el sofá. Cenar pizza fría.
Tener un ordenador y una buena conexión a internet le daban gran parte de sus horas de entretenimiento. Cuando la programación era insoportable, sólo tenía que encender la pantalla. Allí estaban sus series favoritas, las películas que le habían gustado, la música que le relajaba; todo gracias a la tecnología.
Cerrar los ojos y soñar. Imaginar sin final. Creer que todo se puede cambiar. Amar y ser amado. Soñar...