Luesia, municipio de la comarca de las Cinco Villas en la provincia de Zaragoza. Lugar tranquilo donde los haya. Habitantes pacíficos y amables, llenos de vigor y energía todos los días del año, que se dedican en su mayoría a la agricultura y a la ganadería. Otros de ellos se dedican a la albañilería, herrería y un sinfín más de oficios.
El pueblo contaba con una ermita y dos iglesias; también tenía un castillo de dos torres, aunque una de ellas se derrumbó por la acción del tiempo y los diferentes agentes climatológicos.
En el cuartel de la guardia civil trabaja nuestro protagonista, el inspector Pueyo. Un hombre joven, alto, de complexión atlética pues todas las mañanas se levantaba a hacer ejercicio ya que no se podía permitir perder la forma. Sus ojos eran del color de la cebada, nariz aguileña y labios carnosos; su defecto, sus orejas de soplillo.
En Luesia no solía haber ningún acontecimiento destacable; algún altercado los días que había alguna fiesta provocados por el alcohol, alguna chiquillada de los niños... pero nada que no se pudiera resolver.
Todo el mundo adoraba al inspector; le saludaban por las mañanas, le invitaban a todos los eventos que se celebraban, los niños acudían a él en busca de consejo y para ver alguna vez como trabajaba.
En general, el día del inspector solía ser aburrido, en un pueblo donde no pasa nada de extraordinario ser inspector de policía podía llegar a ser aburrido. Lo que nuestro protagonista no sabía es que todo lo que conocía estaba a punto de cambiar radicalmente.
Era una noche de primavera, algo fresca pero tampoco hacía falta ir demasiado abrigado. Nuestro inspector paseaba plácidamente por el pueblo con el acompañamiento de la tranquilidad de la noche; le gustaba pasear alrededor de estas horas debido a la paz interna que podía llegar a sentir, en la noche tan relajante, tan tranquila, tan callada...
-¡¡¡¡¡¡AAAAHHHH!!!!!!
De repente un grito desgarró el silencio y la calma como la mandíbula de una fiera a su presa, tan penetrante, tan dolorosa... El inspector se quedó petrificado en el acto, preguntándose qué podría haber ocasionado tan perturbador sonido.
-¡¡¡¡¡¡AAAAHHHH!!!!!!
De nuevo se volvió a oír y el inspector, sin pensárselo dos veces, empezó a correr en la dirección de la cual provenía el inquietante grito.
Corrió y corrió, recorriendo calles, subiendo hacia lo más alto del pueblo: la ermita, edificio majestuoso que realzaba la visión del pueblo desde lejos con una estatua de la Virgen a la entrada; esta vez tenía los pliegues del manto ensangrentados.
El inspector desenfundó su revolver, aunque no tuviera balas debido a que nunca había tenido que usarlo durante su trabajo, para al menos poder intimidar.
Se acercó a la puerta, que estaba entreabierta, y echó un vistazo al interior: todo era oscuridad.
Entró y se arrimó a la pared mientras sus ojos se hacían a la oscuridad. Al final pudo vislumbrar la forma de los bancos, las figuras y demás objetos que dentro se encontraban. Avanzaba con paso lento pero firme y siempre pegado al muro para evitar que le pudieran coger desprevenido.
Llegó al altar y todo estaba en la calma más incómoda que una persona podría imaginar. Giró hacia la derecha y entró en la sacristía. Siempre encaramado a la pared hasta que chocó con el cuadro de luces, lo encendió y todo siguió en silencio.
Se dio la vuelta y lo que contempló no lo volvería a olvidar en toda su vida: dos cuerpos sentados en el suelo y en el centro un tablero de ajedrez de considerable tamaño, con manchas de sangre y, de manera macabra y repulsiva, los cuerpos que se sentaban a sendos lados del tablero estaban decapitados. Al fondo del habitáculo una chica, cuya expresión facial, pálida y estremecedora, dejaba entrever la atrocidad que había contemplado.
ESTÁS LEYENDO
El Asesino del Ajedrez
Mystery / ThrillerUn pueblo tranquilo, una masacre repentina, un inspector intrépido. Un asesino que quiere recrear un ajedrez de muerte ha llegado para quedarse.