CAPITULO 2 PEONES DE SACRIFICIO

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La guardia civil tardaría unos 45 minutos en llegar desde Ejea, así que el inspector dejó a la joven encerrada en el habitáculo muy a su pesar debido a que la pobre chica tendría que pasar un buen rato con los dos cadáveres. Después de asegurarse que la puerta estaba bien cerrada, se dispuso a investigar los alrededores de la ermita.

Se dirigió hacia la parte trasera del lugar, dónde hay un buen terraplén y por ahí podría haber escapado el asesino, aparte se podrían ver huellas debido a la humedad de la tierra de la zona; pero no había nada, ni huellas, ni indicios de que por allí hubiera pasado nadie.

Volvió a entrar y se quedó aguardando a la guardia civil con la chica, la cual, aun seguía en shock por la atrocidad que aún seguía allí junto a ella.

Los minutos parecían horas. Pero la espera terminó y llegaron los refuerzos. No pasaron ni 10 minutos cuando habían terminado de acordonar la zona con la cinta. Durante ese tiempo también acudió una ambulancia la cual, se llevó a la chica que ya había empezado a recuperar un poco el raciocinio.

Los cadáveres fueron metidos en sendas bolsas de plástico negras y los trasladaron a la carnicería ya que el cuartel del pueblo no tenía depósito. El carnicero maldecía el tener que haberse levantado tan tarde en la noche y el tener que albergar en su negocio los dos cuerpos.

Como era tarde, nuestro inspector se retiró a descansar para comenzar la investigación al día siguiente temprano por la mañana.

Durante su estancia en la cama no pudo dormir; no hacía más que darle vueltas a aquel trágico suceso. Las horas pasaban lentas y el sol empezó a aparecer en el horizonte.

El inspector se levantó de la cama, se acicaló, salió de su casa y se dirigió al bar que se situaba entre el cuartel y la carnicería a desayunar su café habitual.

Al terminar, en vez de ir como todas las mañanas al despacho, se fue directo a la carnicería. Cuando entró en la cámara frigorífica en la cual se encontraban los cuerpos, el forense ya había llegado hacía un rato largo.

-La causa de la muerte ha sido una decapitación directa. No hay signos de ningún tipo de sustancia que haya podido haber perturbado su consciencia. Las cabezas aún no se han encontrado. No hay ningún resto de ADN que no perteneciera a las víctimas. Si me permite una opinión, le diré que esto ha sido obra de un profesional y que llevaba tiempo planeándolo.

El inspector estaba estupefacto. No había móvil, ni cabezas, ni ninguna otra prueba por dónde empezar a investigar. Sólo el tablero de ajedrez que estaría, si no estaba equivocado, en la mesa de su despacho aguardando ser examinado. Y sin más dilación fue a su despacho.

Al llegar, se puso unos guantes de látex, cogió una lupa y se dispuso a examinar esa única prueba que había. En el tablero, lo único de lo que dispuso para poder empezar por algún sitio era la sangre que en él había de la cual nuestro inspector estaba seguro que sería de las víctimas.

Así pues pasó el tiempo en el reloj y el inspector seguía estudiando y revisando el tablero en vano. Se empezó a poner nervioso y para relajarse decidió ir a dar un paseo a su lugar favorito, una colina que se encontraba nada más salir del pueblo en dirección a Uncastillo.

Estuvo todo el camino hasta allí abstraído con el caso. Al llegar se tumbó y empezó a meditar. Se quedó dormido durante un largo rato y, bien entrada la tarde, empezó a oír un barullo que se aproximaba a él y entonces despertó.

Un gran grupo de gente, se aproximaba hacia él con paso veloz gritando y llamándole. Cuando llegaron hasta él le empezaron a acribillar diciéndole que un edificio derrumbado en el barrio del Pedregal, desaparición de albañiles y muerte.

El inspector no perdió un segundo y se dirigió a toda prisa hacia el barrio mientras llamaba por el móvil a sus compañeros y les decía que se dirigieran también al lugar que decía la muchedumbre.

Al llegar, vio como, efectivamente, había un edificio derrumbado y lleno de escombros. A los pocos segundos también aparecieron el resto de sus compañeros que no tardaron en acordonar la zona.

Empezaron a investigar los escombros, y de repente vislumbraron en una esquina una mano que sobresalía de un montón de ladrillos los cuales daban señales de que habían sido colocados allí a propósito. Al retirarlos descubrieron una horrible imagen que se podría calificar de nauseabunda.

Un cuerpo inerte, sin cabeza y por su estómago asomaba un peón de tamaño acorde al del tablero. Poco a poco, los compañeros del inspector empezaron a divisar más cadáveres y todos con el mismo aspecto horripilante. Se contó un total de dieciséis cuerpos.

Cuando el forense terminó de examinarlos afirmó que la causa de la muerta había sido la decapitación y que lo más probable es que el derrumbamiento del edificio hubiera sido provocado con el fin de incapacitar a los albañiles que en el trabajaban para así poder cortarles la cabeza fácilmente. Los peones habían sido puestos post-mortem, ensartándolos desde la espalda hasta su vientre.

Nuestro inspector comenzó a preocuparse de veras ya que se estaban enfrentando a un asesino en serie, un psicópata, muy peligroso y además que seguro tenía que conocer alguien ya que, por el momento, para cometer todos los asesinatos, tenía que haberse acercado mucho a las víctimas y estas, traicionadas por su confianza, habían experimentado aquella ejecución tan cruel.

El Asesino del AjedrezDonde viven las historias. Descúbrelo ahora