Capitulo 1:Parte 2

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A sus veintitrés años, es desgarbada como una chavala de catorce.
Hasta el pelo lo tiene delicado, de un marrón casi transparente. Aunque intenta
cardárselo, sólo consigue que parezca más fino. Su rostro se parece a ese diablillo rojo
que sale en las cajas de caramelitos de canela, incluida la barbilla puntiaguda. De
hecho, todo su cuerpo está lleno de ángulos afilados y esquinas. Por eso no sabe
calmar a la criatura. A los bebés les gusta la grasa, enterrar el rostro en tu sobaco y
echarse a dormir. También les encantan las piernas grandes y gordas. Yo sé bastante
de eso, ¡sí señor!
Con un año, Mae Mobley me seguía a todas partes. Al llegar las cinco en punto, la
hora en la que termino de trabajar, se agarraba a mis zuecos y se arrastraba por el
suelo, llorando como si me marchara para no volver nunca. Miss Leefolt me lanzaba
una mirada de enojo, como si yo hubiera hecho algo malo, y me arrancaba de las
piernas a la pequeña, que no paraba de berrear. Supongo que es el riesgo que corres
cuando dejas que otra persona críe a tus retoños.
Mae Mobley tiene ahora dos años, unos ojazos marrones y tirabuzones de color
miel. La calva que tiene detrás de la cabeza estropea un poco el conjunto. Cuando se
enfurruña, le sale la misma arruga en el entrecejo que a su madre. Se parecen
bastante, aunque Mae Mobley es más gordita. No creo que le den el premio a la niña
más guapa del condado, y tengo la impresión de que esto molesta a Miss Leefolt,
pero a mí me da igual. Mae Mobley es mi Chiquitina especial.
Perdí a mi propio hijo, Treelore, justo antes de entrar a servir en casa de Miss
Leefolt. El pobre tenía veinticuatro años, estaba en la flor de la vida. ¡Era demasiado
pronto para dejar este mundo!
Vivía en un pequeño apartamento en Foley Street y salía con una jovencita muy
maja llamada Frances. Yo tenía esperanzas de que algún día se casaran, aunque él se
tomaba este tema con calma. No es que tuviese buscando algo mejor, simplemente
era de esos que meditan mucho las cosas antes de hacerlas. Llevaba unas gafas
enormes y se pasaba todo el tiempo leyendo. Incluso había empezado a escribir un
libro sobre la vida de un hombre negro que trabajaba en Misisipi. ¡Ay, Señor! ¡Qué
orgullosa estaba de él! Pero una noche se quedó a trabajar hasta tarde en el molino de
Scanlon-Taylor, cargando troncos en un camión, con astillas que le atravesaban los
guantes y se le clavaban las manos. Era muy bajo para ese tipo de faenas, pero
necesitaba el trabajo. Estaba cansado y no paraba de llover. Se resbaló de la
plataforma y cayó a la carretera. El conductor del camión no lo vio y le aplastó el
pecho antes de que tuviera tiempo de apartarse, cuando me lo contaron, ya estaba
muerto.

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