Capitulo 1:Parte 4

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Estoy acostumbrada a trabajar para matrimonios jóvenes, pero creo que ésta es la
casa más pequeña en la que he servido. Sólo tiene una planta. El cuarto de la señora y de Mister Leefolt está en la parte de atrás y es bastante grande, pero la habitación de
Chiquitina es muy pequeña. El comedor y el salón están como unidos. Sólo hay dos
cuartos de baño, lo cual es un alivio, porque he servido en casas en las que había
cinco o seis lavabos y tardaba todo un día en limpiar los servicios. Miss Leefolt sólo
me paga noventa y cinco centavos la hora, el sueldo más bajo que me han pagado en
años, pero después de la muerte de Treelore acepté lo primero que encontré. Mi
casero no estaba dispuesto a esperar mucho más. De todos modos, aunque la casa es
pequeña, Miss Leefolt intenta hacer que resulte lo más acogedora posible. Es bastante
buena con la máquina de coser. Cuando no puede permitirse renovar un mueble, se
agencia un trozo de tela y cose una cubierta.
Suena el timbre y abro la puerta.
—Hola, Aibileen —me saluda Miss Skeeter, porque es de las que habla con el
servicio—. ¿Cómo estás?
—Güenos días, Miss Skeeter. To bien. ¡Buf, qué caló hace ahí fuera!
Miss Skeeter es muy alta y flacucha. Tiene el pelo rubio y se lo acaba de cortar por
encima del hombro porque cuando le crece se le enmaraña un montón. Tendrá unos
veintitrés años, como Miss Leefolt y las demás. Tras entrar, deja el bolso en la silla y
se arregla un poco la ropa. Lleva una blusa de encaje blanca abotonada hasta el cuello
como las monjas, zapatos sin tacón, supongo que para no parecer más alta, y una
falda azul abierta en la cintura. Da la impresión de que Miss Skeeter se viste
siguiendo las órdenes de alguien.
Oigo el claxon del coche de Miss Hilly y su madre, Miss Walter, que aparca
enfrente de casa. Miss Hilly vive a dos pasos de aquí, pero siempre viene en coche.
Le abro la puerta y pasa por mi lado sin pronunciar palabra. Creo que ha llegado la
hora de despertar a Mae Mobley de la siesta.
En cuanto entro en su cuarto, Mae Mobley me sonríe y estira hacia mí sus bracitos
gordezuelos.
—¿Ya estás despierta, Chiquitina? ¿Por qué no me has avisad?
La pequeña se ríe y se alborota, esperando que la aupe. Le doy un fuerte abrazo.
Supongo que cuando me marcho no le dan muchos achuchones como éste. Muy a
menudo, cuando llego a trabajar, la encuentro berreando en la cuna mientras Miss
Leefolt, ocupada en la máquina de coser, pone los ojos en blanco molesta, como si se
tratara de un gato de la calle maullando tras la puerta y no de su hija. Esta Miss
Leefolt es de las que se arreglan todos los días y siempre se ponen maquillaje.

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