Cartas para Erik

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La mansión se había manchado de negro, muchos de los presentes lloraban sin importar la presencia de aquel hombre en el lugar. Todos, por extraño que pareciera, le habían dado la oportunidad al cobrizo permitiendo que estuviera ahí, y por al menos ese día no le reprocharían nada.

Los lentes oscuros que Erik llevaba ocultaban a la perfección sus ojos enrojecidos. Entró a la mansión y camino por el pasillo hasta llegar al que algún día fue el estudio de Charles. Giró el pomo con cuidado, si bien el lugar se encontraba un tanto descuidado en general todo estaba igual.

Erik pasó con cuidado la yema de sus dedos por el borde del fino escritorio de Charles, recordando tantas cosas acontecidas en ese espacio, en esa habitación. Las lágrimas comenzaron a caer, se encontraba devastado no había conseguido volver a tiempo y se culparía toda la vida por ello.

—Erik —habló despacio Hank aun sin atravesar la puerta.

El nombrado volteó. —No quiero interrumpirte, pero te he venido a entregar lo que Charles dejó para ti —Hank no quería tener al cobrizo cerca, pero a decir verdad no se sentía totalmente enojado con él, después de todo la decisión de cometer aquello fue de Charles. No negaba que toda la devastación interior que poseía el oji-azul era causada por lo que Erik había decidido en cierta playa, pero la decisión final había sido total y exclusivamente de su amigo telépata.

Hank entregó una pequeña libreta en las manos de Erik. —Puedes tomar lo que necesites, si es que quieres llevarte algo —agregó.

Erik asintió viendo a su alrededor, sintiéndose aún vulnerable. —El ajedrez —contestó indicando el tablero que aún se encontraba en la mesita con una partida a medio terminar.

—No hay problema —Hank caminó hacia la puerta para detenerse frente a ella girando sobre sus talones para volver donde Erik. —Si quieres puedes subir —sonrió de medio lado entregando una llave para luego desaparecer por la puerta.

Por un momento Erik se sintió colapsado, miró en todas direcciones buscando una respuesta. Respiró profundo dos veces, miró sus manos y supo lo que debía hacer.

Cuando entró a la habitación que hace unos años también fue suya las piernas le temblaron cayendo de rodillas en el umbral. Como pudo se incorporó entrando a la habitación, cerrando rápidamente la puerta tras de sí. Todo en ese lugar gritaba Charles y por loco que sonará aún se mantenía su aroma.

Caminó un poco hasta prácticamente caer en el sofá cerca de la cama, acarició la libreta de sofisticado empastado sin estar seguro si abrirla o no, se sentía aterrado.

Vaciló unos segundos. —Es ahora o nunca —se animó abriéndola.

Varias de las primeras hojas se encontraban en blanco, otras llenas de garabatos sin sentido y palabras tachadas. Después de un rato de pasar las páginas una por una Erik se topó con la inconfundible caligrafía de Xavier.
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"Magneto"...

Maldito...

Te odio...

Me abandonaste...

Desearía nunca haberte conocido...
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Lehnsherr:

Un mes desde que te fuiste, un mes de que me dejaste tirado en aquella playa.

Te fuiste y me dejaste en esta maldita silla de ruedas.

Te odio ¿sabías?
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E. L.:

Han pasado 6 meses y no sé qué siento por ti.

¿Te amo aún? ¿Te odio por todo lo que hiciste? ¿Te estimo por haber sido mi mayor confidente?

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