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Esta va a ser una clase muy excitante.- Prometió la señora Wilhelm, desbordando
entusiasmo mientras nos entregaba la lista de lectura para Literatura Inglesa IV: desde
Shakespeare a Stoker. -Os va a encantar los clásicos que he seleccionado. Preparaos
para un año de hazañas épicas, emocionantes romances, y los enfrentamientos de los
grandes ejércitos. Todo ello sin dejar jamás el Instituto Woodrow Wilson.-
Aparentemente no todo el mundo estaba tan extático por los ejércitos enfrentados o los
corazones arrebatados como la señora Wilhelm, porque oí un montón de gruñidos a
medida que la lista circulaba por la clase. Acepté la copia de manos de mi eterno
torturador, Frank Dormand, se había dejado caer en el asiento anterior al mío como
una inmensa y pegajosa bola de papel, y eché un vistazo rápido. Oh, no. No Ivanhoe y
Moby Dick… ¿quién tiene tiempo para Moby Dick? Se suponía que este iba a ser el año en que iba a tener una vida social. Por no mencionar a Dracula… por favor. Si había
algo que odiara, eran los cuentos de hadas espeluznantes sin ninguna base en la
realidad o la lógica. Ese era el territorio de mis padres, y no tenía ningún interés en ir
allí.
Echándole una mirada rápida a Mindy al otro lado del pasillo, también vi en sus ojos
pánico y miseria mientras susurraba:
-¿Qué significa “borrascosas”?-
-Ni idea.- Le respondí también en susurros. -Lo buscaremos.-
-También quiero que paséis este cuadro de asientos.- Continuó la señora
Wilhelm, crujiendo por la clase en sus zapatos cómodos. -El puesto que hayáis
escogido será vuestro asiento asignado para el año. Veo algunas caras nuevas por ahí,
y quiero llegar a conocerlos tan pronto como pueda, así que no os mováis.-
Me hundí en mi asiento. Genial. Estaba destinada a un año entero de comentarios
estúpidos, pero malvados, de Frank Dormand, algo que estaba segura saldría a
borbotones cada vez que se diera la vuelta para entregar algo. Y la legendaria
animadora la zorra Faith Crosse había reclamado el sitio directamente detrás del mío.
Estaba atrapada entre dos de las personas más horribles del colegio como en un
sándwich. Y me volví a la izquierda Jake había encontrado un asiento cercano al mío.
Sonrió de oreja a oreja cuando lo miré. Podría haber sido peor, supongo. Pero no
mucho.
Frank se dio la vuelta en su silla para lanzarme el cuadro de los asientos.
-Ahí te va, Urraca- Gruñó, usando el nombre que me había asignado en la guardería.
-Pon eso en el cuadro.- Sí. Estúpido y malvado, tal y como había predicho. Y sólo
quedaban 180 días de clase.
-Por lo menos sé deletrear mi nombre.- Le dije entre dientes. Idiota.
Dormand volvió a darse la vuelta, humillado y con cara de malas pulgas, me puse a
hurgar en la mochila en busca de mi bolígrafo. Cuando me dispuse a escribir mi
nombre, el bolígrafo estaba completamente seco, probablemente porque había
permanecido sin tapa en mi mochila todo el verano. Agité el bolígrafo y lo volví a
intentar. Nada.
Empecé a girarme a la izquierda, pensando que tal vez Jake podría dejarme uno de los
suyos. Antes de que pudiera preguntarle, sin embargo, sentí un toquecito en mi hombro derecho. Ahora no… Ahora no… Consideré ignorarlo, pero quienquiera que
me estuviera dando golpecitos volvió a intentarlo.
-Discúlpame, pero ¿tienes necesidad de un instrumento de escritura?-
La voz profunda con el inusual acento europeo venía de algún punto cercano, detrás de
mí. No tenía más opción que darme la vuelta. No.
Era él. El chico de la parada. Habría reconocido el extraño atuendo, el abrigo largo,
las botas, por no mencionar su imposible altura en cualquier parte. Sólo que esta vez
estaba a apenas unos centímetros de mí. Lo bastante cerca como para ver sus ojos.
Eran lo bastante oscuros como para ser negros y estaban mirándome fijamente con una
inteligencia tranquila, pero de alguna forma inquietante. Tragué con fuerza, congelada
en mi asiento. ¿Había estado en clase todo el tiempo? Y si era así, ¿cómo podía no
haberlo visto? Quizás porque estaba sentado medio apartado de los demás. O quizás
porque incluso el aire en su rincón particular se veía turbio, el fluorescente sobre su
asiento fundido. Pero era más que eso. Era casi como si él creara la oscuridad. Eso es
ridículo, Jess… Es una persona, no un agujero negro…
-Requieres un instrumento de escritura, ¿sí?- Repitió, estirando su brazo a través del
pasillo, un brazo largo, musculoso, para ofrecerme un bolígrafo brillante y de oro. No
los Bics de plástico que casi todo el mundo usa. Un bolígrafo de oro de verdad. Podías
afirmar que era caro sólo por ver cómo resplandecía. Cuando vacilé, una expresión de
molestia cruzó su aristocrático rostro, y agitó el bolígrafo ante mí.
-Reconoces un bolígrafo, ¿verdad? Este es un objeto familiar, ¿sí?- No aprecié el
sarcasmo, o la forma en que me había asustado dos veces en un día, y me quedé
mirando, estúpidamente, hasta que Faith Crosse se inclinó hacia delante y me pellizcó
el brazo. Muy fuerte.
-Sólo firma en cuadro, Jenn, ¿vale?-
-¡Eh!- Me froté lo que sería un moretón, deseando tener el valor de responderle a
Faith, tanto por pellizcarme como por llamarme por el nombre equivocado. Pero la
última persona que se había metido con Faith Crosse había terminado por cambiarse a
Santa Mónica, el colegio católico local. Así de miserable había hecho su vida en
Woodrow Wilson.
-Apúrate, Jenn.- Me espetó Faith de nuevo.
-Vale, vale.- Acercándome al extraño a regañadientes, acepté el pesado bolígrafo de
su mano, y cuando nuestros dedos se tocaron, sentí la sensación más extraña que haya
existido nunca. Como un “deja vu” convertido en premonición. El pasado colisionando
con el futuro. Entonces sonrió, revelando el conjunto más perfecto de dientes blancos y regulares que haya visto jamás. Brillaban de verdad, como armas bien cuidadas.
Sobre él, el fluorescente zumbó a la vida durante un segundo, resplandeciendo como
un relámpago. Vale, eso fue raro.
Me deslicé otra vez hacia el frente, y mi mano temblaba un poco mientras escribía mi
nombre en el cuadro de asientos. Era estúpido estar asustada. No era más que otro
estudiante. Obviamente un chico nuevo. Tal vez viviera en algún lugar cerca de
nuestra granja. Probablemente había estado esperando por el bus, como yo, y de
alguna forma no había podido subirse. Su apariencia extrañamente misteriosa en la
clase de inglés, apenas a un par de metros mío, probablemente tampoco fuera causa
de alarma.
Miré hacia Mindy en busca de su opinión. Obviamente había estado esperando a
establecer contacto. Con los ojos abiertos como platos, agitó el pulgar en la dirección
del chico, vocalizando un muy exagerado, “¡Está buenísimo!” ¿Buenísimo?
-Estás loca.- Susurré. Sí, el tío estaba técnicamente bueno. Pero también era
completamente aterrador con su capa, sus botas y su habilidad para materializarse
cerca de mí aparentemente desde ninguna parte.
-El cuadro de una vez.- Gruñó Faith detrás de mí.
-Aquí.- Pasé el cuadro de asientos sobre mi hombro, consiguiendo un corte profundo y
fino como la hoja de una cuchilla mientras la impaciente Faith me arrancaba el papel
de la mano. -¡Auch!- Agité el dedo sangrante y dolorido, después me lo introduje en la
boca, probando el sabor a hierro en la lengua, antes de darme otra vez la vuelta para
devolver el bolígrafo. Cuanto antes mejor…
-Aquí. Gracias.- El tío que generaba su propia penumbra se quedó mirando a mis
dedos, y me di cuenta de que estaba goteando sangre sobre su costoso bolígrafo.
-Oh, perdón.- Dije, limpiando el bolígrafo en mi pierna, por falta de un pañuelo.
Ugh. ¿Y cómo va a salir esa mancha de mis vaqueros?
Su mirada siguió mis dedos, y pensé que quizás estuviera asqueado por el hecho de
que estuviera sangrando. Aún así juro que vi algo muy distinto al asco en esos ojos
negros… Y entonces se pasó la lengua lentamente por el labio inferior. ¿Qué demonios
ha sido eso? Lanzándole el bolígrafo, me di la vuelta rápidamente en el asiento. Podría
cambiarme de instituto, como esa chica que se metió con Faith. Ir a Santa Mónica. Esa
es la respuesta. No es demasiado tarde…
El cuadro de asientos regresó a la señora Wilhelm, y ella empezó a leer los nombres,
para después alzar la vista con una sonrisa hacia un lugar más allá de mi puesto. Tomaos un momento para darle la bienvenida a nuestro estudiante extranjero de
intercambio, Lucius…- Frunciendo el ceño, volvió la vista al cuadro.
-Vlades… cuuu. ¿Lo dije correctamente?-
La mayoría de los alumnos se habrían limitado a murmurar “Sí, qué importa.”
Quiero decir, ¿a quién le importa de verdad un nombre? A mi acosador mañanero, eso
es.
-No.- Entonó. -No, eso no es correcto.- Detrás de mí, oí el chirrido de una silla al
arrastrarse sobre el linóleo, y después una sombra se apareció sobre mi hombro. Mi
cuello volvió a erizarse.
-Oh.- La señora Wilhelm pareció ligeramente alarmada mientras un adolescente alto
con una capa negra de terciopelo avanzaba por el pasillo hacia ella.
Alzó un dedo con precaución, como si fuera a decirle que se sentara, cuando él pasó
de largo de ella a zancadas.
Cogiendo un rotulador de la bandeja junto a la pizarra blanca, retiró la tapa con
autoridad y garabateó la palabra Vladescu con una caligrafía fluida.
-Mi nombre es Lucius Vladescu.- Anunció, señalando la palabra. -Vla-DES-cu énfasis
en la sílaba media, por favor.-
Cerrando las manos detrás de la espalda, empezó a andar, como si fuera el profesor.
Uno por uno, estableció contacto visual con cada estudiante de la clase, obviamente
contándonos. Sentí por la expresión de su cara que de alguna forma encontraba que
queríamos más.
-El nombre Vladescu es bastante reverenciado en Europa del Este.- Nos aleccionó.
-Un nombre noble.- Se detuvo en su caminar y estableció contacto directo con mis
ojos. -Un nombre de la realeza.- No tenía ni idea de qué estaba hablando.
-¿No “encendéis una bombilla”, como decís vosotros los americanos?- Preguntó a la
clase en general. Pero aún me estaba mirando a mí. ¡Dios, sus ojos eran negros!
Me encogí, mirando a Mindy, que estaba abanicándose, totalmente indiferente a mí.
Era como si estuviera bajo un hechizo. Todo el mundo lo estaba. Nadie jugueteaba, ni
susurraba, ni hacía garabatos. Casi contra mi voluntad, volví a centrar mi atención en el adolescente que había
secuestrado Literatura Inglesa. Era cierto que era casi imposible no mirarlo. El pelo
medio largo, negro brillante, de Lucius Vladescu se veía fuera de lugar en Lebanon
County, Pennsylvania, pero había encajado a la perfección con los modelos europeos
del Cosmopolitan de Mindy. También era musculoso y esbelto como un modelo, con
altos pómulos, una nariz recta, y una mandíbula fuerte. Y esos ojos… ¿Por qué no
dejará de mirarme?
-¿Te importaría decirnos algo más sobre ti?- Sugirió al fin la señora Wilhelm.
Lucius Vladescu se giró sobre sus talones embotados para situarse frente a ella, y tapar
el rotulador ruidosamente.
-No particularmente. No.- La respuesta no era grosera… pero tampoco se dirigió a la
señora Wilhelm como un alumno. Más como un igual.
-Estoy segura de que nos encantaría oír más sobre tu linaje.- Dijo de pronto la señora
Wilhelm, admitiéndolo. -Sí que suena interesante.- Pero Lucius Vladescu había
devuelto su atención hacia mí. Me hundí en el asiento. ¿Se está dando cuenta de esto
todo el mundo?
-Podréis aprender más sobre mí a su debido tiempo.- Dijo Lucius. Había un deje de
frustración en su voz, y yo no tenía ni idea de por qué. Pero volvió a asustarme.
-Esto es una promesa.- Añadió, taladrando en mis ojos. Una promesa.
Y aún así sonaba más como una amenaza.

Guía de Jessica para ligar con vampiros Donde viven las historias. Descúbrelo ahora