Para Jo.
Esta es la historia de un loco. “Loco” para ellos, un amigo para mi. Se hizo famoso en el pueblo por hablar solo. Día y noche. Raras veces solía callar y con muy poco alteraba la paciencia de muchos. Estuvo preso varias veces, pero nunca se encontraron razones suficientes para dejarlo encerrado. Tampoco lo parecía considerar un castigo, seguía hablando solo. Hablaba del movimiento de las nubes, del olor a pasto recién cortado, de la corteza de los árboles y la forma de las hojas. “Pavadas”, decían.
Nadie sabía de su familia, tampoco tenía amigos y se negaba responder las preguntas que le hacían al respecto.Se decía que nació en un pueblo del sur. Viajó al norte en busca de trabajo y ahí se quedo, lejos de todo lo que fue, de todo lo que alguna vez conoció.
Después de varios años algunos pocos se encariñaron con él. Las vecinas le alcanzaban ropas que amablemente rechazaba, los hombres algún pedazo de carne que amablemente aceptaba y los niños le regalaban miradas puras, libres de estigmas con las que sonreía. Eso le alcanzaba. Eso y su esquina que llamaba hogar. “Un asco”, susurraban. Él en cambio decía que aquel lugar era uno de los más hermosos que había conocido en sus cuatro décadas.
Era una esquina frente al mar. Pero era poco frecuentada debido al olor a pescado que despedía la pescadería “Cucaracha” y los barcos pesqueros. Él hablaba de la belleza del volar de los pájaros al oler pescado, de los incontables atardeceres, de la sensación de la arena en la planta de los pies y del viento de mar en sus mejillas. Del sonido del quebrar de las olas, de la noche y de la sabiduría del océano. De la fortaleza de las cortaduras de sol y del gusto salado de su piel. Es más, aseguraba que dentro suyo había sal y que si alguna vez lo abrian al medio le darían la razón.
Nunca lo ví triste. Muchos se preguntaban como se podía vivir así. Así, “sin hacer nada”. La realidad es que hacía mucho, tal vez mucho más de quienes se jactan de estar agotados a final del día. Su trabajo, para simplificar y que puedan entender, era el de analizar. No gráficos, ni tablas, ni papeles menos que menos estadísticas. Analizaba rostros, movimientos, pasos, suspiros, formas de hablar. Con solo ver caminar a una persona él le gritaba su estado de ánimo: “¡Doña María que triste está hoy!”.
Era lunes cuando por primera y última vez me senté a su lado. Espere que el pueblo cerrara los ojos. Sabía que se quedaba despierto hasta tarde. Decían que era porque estaba empecinado en contar todas las estrellas sobre su cabeza.
Me acerqué sin miedo. Lo saludé, levantó unos pocos centímentros su cabeza, me invitó a recostarme a su lado y me pidió que lo ayude a contar. Me ofreció un pedazo de pan al que describió como mágico:”Te va a hacer creer”. “Ciento cincuenta mil quinientos veinte, ciento cincuenta mil quinientos veinte y uno”. Contaba. Una estrella fugaz voló sobre nosotros, la siguió con los ojos y con sus manos.
-¿Viste eso? Bueno, eso es amor
- ¿Amor?
- Si nena amor. Sos suertuda, pocos lo pueden ver. ¡Ayy el amor! cuántas preguntas, si sólo puediesemos entender que no podemos entender lo que queremos entender. Te voy a contar un secreto, lo único que se del amor me lo dijo el sol: es bajar y subir. ¿Entendés? Igual que el atardecer, bajar y subir. Ser luz y sombra. ¿Entendés nena?
Despúes se puso de pie y agarró un puñado de arena, lo acerco a la palma de mis manos “¿Sentiste eso? Bueno eso es amor”. Luego señaló un insecto que subía por su pierna “Y esto… esto definitivamnete es amor” .Despúes se acercó y beso mi mejilla. (Es verdad, es salado). “¿ Y eso? Bueno querida eso también es amor”.
Nos quedamos acostados hasta que la noche me recordó lo que es el frío. Aproveché que en el pueblo el sol sale temprano y con el calor como compañero salí a buscarlo. Le quería agradecer por que esa noche me sentí querida. Sin pensarlo dos veces me había mostrado su alma y había sabido leer la mía. Sin pensar en quien soy ni quien pretendo ser. Ni preguntarme mi nombre, ni mi apellido tampoco dónde vivía. Esa noche él caminó conmigo por el cielo, las estrellas y al mar. Esa noche me regaló algo difícil de conseguir e imposible de comprar, ganas de vivir.Esa noche hablamos en silencio, hasta agotar el aire de nuestros pulmones.
No estaba. Busqué en la esquina siguiente, en la otra. En la anterior. En la pescadería no lo habían visto y tampoco los marineros que llegaron esa madrugada.”Capaz fue a nadar”, pensé y me senté en su esquina a esperarlo. Pero en aquel pequeño rincón y bajo mis pies ya no había arena, había sal. Fue entonces cuando entendí su partida… pues aquello también, era amor.
