El olor de la traición

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La noche era tranquila a pesar de las nubes densas y blanquecinas que se estaban acumulando de nuevo sobre la ciudad y que vaticinaban una nueva tormenta. Quizás fuese ese el motivo por el que las calles se mantuvieran silenciosas y vacías a pesar de que todavía quedaban un par de horas para que el toque de queda entrase en vigor. Molly se revolvió incómoda desde su escondite tras un muro derruido que, posiblemente, fuese parte del edificio que se alzaba ruinoso a sus espaldas. Llevaban varias semanas vigilando aquella zona y todavía no habían visto nada que sirviese para confirmar nuestras sospechas.

Unos meses atrás el Gobierno había decretado un estado de excepción debido a una crisis alimentaria causada por las tormentas de ácido que se habían hecho más frecuentes desde que habían reabierto una de las centrales nucleares que sobrevivió al terremoto. Ese estado incluía no solo el toque de queda, sino también una restricción en el reparto de alimentos. Muchas familias humiliores estaban pasando hambre y ya habían muerto algunos niños debido a las restricciones.

—Molly —susurró la figura que se escondía a su lado—. Viene alguien.

Molly asintió a su compañero y se agazapó todavía más entre los escombros. El traje gris oscuro y la ceniza con que cubrían su pelo y su rostro les hacía casi invisibles al ojo humano, así que ambos mantuvieron la calma mientras veían acercarse un desvencijado camión. Molly le hizo una seña a su compañero y él asintió levemente con la cabeza antes de sacar una mini cámara negra que había mantenido cubierta con su cuerpo. Con movimientos precisos, el joven colocó la cámara en un hueco que habían hecho para ese propósito, de manera que la cámara pudiese captar todo lo que sucediese ante aquel enorme almacén. Molly sonrió cuando vio que Jake lo había conseguido, pero su sonrisa se evaporó al escuchar voces tras el camión.

—Ya sabes lo que tienes que hacer —comentaba una de las voces—. Carga el camión y dirígete hacia el punto de control, allí te estarán esperando y te ayudarán a descargar.

—¿Y mi pago? —preguntó otra voz, seca y con acento humilde, una voz que Molly conocía estupendamente bien.

Jake abrió la boca para decir algo, pero el gesto silencioso de su compañera le hizo callar. Ninguno podía ver bien la escena, ya que el camión se interponía, pero escucharon cómo las puertas del edificio se abrían y un nuevo intercambio de palabras, esta vez susurradas.

—Señor Knight.

—No me llames por mi nombre, estúpido —le regañó el señor Knight, visiblemente molesto—. Te lo he dicho mil veces, Jamie, si quieres que te pague sólo tienes que hacer lo que te digo y guardar silencio. ¿Tan difícil es? ¿Tan poco te preocupa el bienestar de esa hija tuya?

—No, señor, ya sabe que no diré nada —admitió el otro y Molly sintió que su rostro se encendía de rabia—. ¿Protegerá a Molly, verdad?

—Por supuesto, Jamie —aseguró la voz—, la pequeña Molly no correrá ningún peligro mientras que tú nos ayudes. Ese es el trato. Te he preparado una caja con tu pago. Ya sabes que nadie debe sospechar, ¿entendido? Así que raciona la comida que te doy.

—Por supuesto, señor. Muchas gracias, señor.

—Ahora vete —ordenó el señor Knight—. Hemos perdido un tiempo precioso.

El camión arrancó dejando tras de sí una cortina de humo negro y espeso, pero al retirarse tanto Molly como Jake pudieron ver la cara del señor Knight. Era un honestior, sin duda alguna. Su constitución fuerte y sus ropas de calidad lo demostraban. Ninguno de los humiliores podría haber comprado los vaqueros que ese hombre llevada, ni podría permitirse el lujo de dar una calada a un cigarro. Molly se tensó en su puesto deseosa de salir de su escondite y dar una paliza a aquel hombre, pero la mano de Jake se posó en su hombro y ella se tranquilizó al instante. El señor Knight miró hacia los escombros, como si hubiese visto algo que le llamase la atención y los dos jóvenes se tensaron al pensar que habían sido descubiertos. Sin embargo, el hombre se limitó a sacudir la cabeza y entrar en el edificio.

—Molly...

—Hay que informar de esto. Ya tenemos las pruebas que necesitábamos para...

—Molly, no puedes entregar a tu padre —murmuró el muchacho con los ojos azules abiertos por el espanto—. Es tu padre, Molly. Debe haber alguna explicación para...

—No, Jake, no hay excusas para colaborar con esos cerdos que nos están asfixiando. No hay excusas para ayudarles a matarnos de hambre a cambio de comida y protección —dijo ella con el rostro encendido por la rabia—. Mi padre ha elegido su bando y ha escogido mal. Ahora vámonos.

Jake suspiró, pero no abrió la boca. Conocía demasiado bien a Molly como para saber cuándo era imposible razonar con ella. Quizás el camino hacia la central le sirviese para recapacitar. Ambos se levantaron sigilosamente, intentando que sus músculos, dormidos después de tanto tiempo de inactividad, reaccionasen, y echaron a andar ocultos en las sombras de la noche.

El agujeroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora