Imagina que es verano. Que te vas de campamento. Imagina que preparas tu mochila para ir quince días a una montaña.
Imagina que te montas en el autobús y que empiezas un viaje de cinco horas.
Imagina que llegas al campamento con todo tu grupo, y que esperáis a otro grupo, de otra ciudad, que no tardará en llegar.
Imagina que ellos llegan y se bajan del vehículo, tú saludas a tus amigas.
Imagina que te chocas con alguien y pierdes el equilibrio. Alzas la mirada. Quien te tiende la mano es un chico moreno, con ojos canelas y una marca en la mejilla, nada fuera de lo normal.
Imagina que a cada día que pasa, os reís más juntos, vuestro tiempo libre lo pasáis juntos y coméis juntos.
Imagina que un día tu haces una gran ruta. Él te ayuda pues tú estás tan cansada que no puedes más. Te coge la mochila, se la carga al hombro y sigue hacia adelante sin dejar que la recuperes. Imagina que a la mitad del camino resbalas, y que él te coge de la mano en el último segundo. Imagina que os miráis. Contacto.
Imagina que llega el último día. Te da miedo que se vaya y no sabes por qué. Sin embargo, antes de irse, te abraza.
Te abraza tan fuerte que te cuesta respirar. Te envuelve con sus brazos. Le dices que te deje ir.
Te mira.
Y dice que no lo hará jamás.
Y en ese momento, ocurre.
Nunca imaginaste que sus labios serían tan dulces como la miel. Su boca me mueve al compás de la tuya. Las lenguas se rozan tímidamente. El corazón se te acelera.
Estás enamorada.
Imagina que él se va, dirigiéndote una última mirada de tristeza.
Le echas de menos.
Te apoyas en el muro. Hay algo vacío en tu pecho.
Y entonces lo comprendes.
Jamás volverás a verle.
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