Senores Del Cielo 2 - La Guerra de Los Senores Del Cielo

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Los Señores del Cielo 2

JOHN BROSNAN

LA GUERRA DE LOS SEÑORES DEL CIELO

LA GUERRA

DE LOS SEÑORES DEL CIELO

Traducción de Eduardo G. Murillo

grijalbo

Título original

WAR OF THE SKY LORDS

Traducido de la edición

de Víctor Gollancz Ltd., Londres 1989

Cubierta: SDD, Servéis de Disseny, S.A.

Ilustración serie: Eduardo Manso

Ilustración cubierta: Laura Pontón

© 1989, JOHN BROSNAN

© 1992, EDICIONES GRIJALBO, S.A.

Aragó, 385, Barcelona Primera edición Reservados todos los derechos ISBN: 84-253-2450-5 Depósito legal: B. 27.583-1992 Impreso en Indugraf, S.C.C.L., Badajoz, 145, Barcelona

PRÓLOGO

La Bestia pesaba más de cuatrocientas tonela-das y se movía como un tanque a través de los yer-mos, derribando con suma facilidad los árboles podridos y devorados por los hongos. La Bestia era vieja, y su piel gruesa y nudosa cubría antiguas cicatrices. De algunos puntos sobresalían astas ro-tas de flechas. Sin embargo, la velocidad con que se desplazaba no reflejaba su auténtica edad. Era ca-paz de moverse a una velocidad máxima de treinta kilómetros por hora.

La Bestia tenía hambre. Aquel día había con-sumido ya numerosos animales, pero continuaba hambrienta. Como quemaba una prodigiosa canti-dad de energías, necesitaba comida constantemen-te. Había sido diseñada para preferir carne y sangre humanas y los animales nunca acababan de satisfa-cerla, fuera cual fuera su tamaño. Habían pasado muchas semanas desde que había saboreado carne humana, pero horas antes había percibido la pre-sencia de numerosos humanos en la zona. Por eso atravesaba los yermos a toda velocidad.

Se detuvo y alzó un enorme apéndice. Tenía en su extremo una unidad olfativa extremadamente sensible, y la Bestia olisqueó el aire con ella. Entre los apéndices poseía sensores visuales rudimenta-rios, así como varios sensores auditivos alrededor del cuerpo, pero dependía ante todo de su sentido del olfato. Sí, los humanos estaban cerca. Ya falta-ba poco.

La Bestia prosiguió su camino.

1

Se oyeron unos arañazos ahogados pero po-tentes, procedentes del casco exterior. Algo -algo grande- intentaba penetrar en el hábitat. Ryn se preguntó qué sería. ¿Un calamar, o un gusano ma-rino particularmente grande? El ruido aumentó de intensidad y Ryn frunció el ceño. El eloi sentado frente a él, sin embargo, no hizo caso. El eloi exhi-bía su inevitable sonrisa soñadora, y una mirada plácida aparecía en sus grandes ojos. Estaba senta-do en la posición del loto sobre un almohadón e iba desnudo. Aunque Ryn ya estaba acostumbrado a verlos de tal guisa, no cesaba de mirar su entre-pierna lisa y uniforme. Más de una vez había envi-diado la asexualidad de los elois, y en especial hoy.

Se escucharon de nuevo los arañazos. Ryn se convenció de que era un calamar. Recreó en su mente el duro pico quitinoso, tratando en vano de perforar el casco exterior. Estuvo tentado de salir en el Juguete y matar al animal, pero quería seguir charlando con el eloi mientras fuera posible. Era difícil retener su atención durante mucho tiempo.

-Pel -continuó-, si me retienes aquí mucho más me volveré loco. Tengo veinte años. Eso sig-nifica que tengo grandes posibilidades de vivir, como mínimo, ciento ochenta más. No resistiré dos semanas más en este encierro.

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⏰ Última actualización: May 13, 2010 ⏰

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