No pude evitar no enamorarme de ella, esos ojos como granos de café, su cabello tan suave y negro, quería siempre acariciarlo y sentirlo entre mis dedos. No puedo decir que mis pensamientos hacia ella fueron todos puros, soy humano y hombre, es obvio que también me atraía su cuerpo, esas piernas largas, me encantaba que las mostrara, sobre todo me fascinaba mirarla cuando se duchaba, su cuerpo desnudo y mojado, me daban ganas de meteré con ella y explorar con mis dedos esas zonas que no se veían tras su ropa interior.
Me dedicaba a verla por las ventanas de su casa, miraba cuando se agachaba, cuando se paraba, cuando comía, cuando hacia literalmente todo, cada que ella salía me metía a su hogar para acostarme en su cama para imaginar que era yo quien la abrazaba, tomaba el café que ella había dejado para fingir que era un beso, revisaba cada rincón hasta que escuchaba la puerta abrirse y salía solo para seguir admirándola por la ventana.
Mi parte favorita del día era cuando caía la noche y podía verla descansando, tan serena, abrazaba sus cobijas como si alguien estuviera con ella o ella quisiera ese calor, nunca dormía con mucha ropa, de hecho casi sin nada, solo su parte baja de la ropa interior, me encantaba verla así. La noche era mi favorita ya que ella no se movía de un lado a otro, solo se quedaba ahí acostada, su respiración era calmada, no se notaba estresada y había un silencio perfecto para concéntrame en sus perfectas facciones y curvas que se marcaban en la sabana.
Había días en los que la seguía solo para comprobar que nadie más se le acerque, ya sea para cuidarla y para que no me la quiten de mi vida.
Ella no sabía mi nombre, no sabía ni siquiera que yo respiraba, nunca notaba que había un admirador secreto tras ella, una persona que daría su vida por ella, quizá yo no sea la persona más cuerda del mundo, pero, creo que hasta los locos tenemos el derecho de enamorarnos.
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|| Sombra ||
RomanceYo, su acosador Yo, el hombre que la ama Yo, el único que sabe de ella Yo, mirando de la ventana Yo, el hombre que para ella nunca nació