La Sangre Habla ©

2.5K 152 58
                                    

¿Por qué debo soportar esto? ¿Qué hice para que todos me miren con desprecio mientras camino por la escuela? Nunca molesté a nadie ni hice daño. Siempre me quedo callado al fondo del salón, prestando atención a lo que el profesor dice, y parece que soy el único que lo hace.

¿Es por eso? ¿Por ser aplicado es que me golpean y señalan con el dedo? Lamento mucho no poder ser como mis agresores, altos, fornidos, sin marcas de acné en sus rostros y estómagos de acero. Lamento mucho no ser el hijo del que mis padres puedan estar orgulloso, ese que entra en el equipo de fútbol y trae a casa trofeos. Yo solo traigo exámenes con una enorme ''A'' en ellos. Lamento mucho que no me gusten las mujeres y no ser el mujeriego de la familia, como mi padre querría.

No me sorpendí cuando alguien me empujo por detrás y mi cara chocó con el frío linóleo del pasillo. Mis libros salieron volando y desde el suelo pude ver como Hunter y su clan de descerebrados los pisaban y se burlaban de mi. No sentí un dolor físico, más bien fue emocional al ver que Steve estaba con ellos. De día aparenta no conocerme y besa a cuanta chica se le siente encima, pero de noche me llama llorando y pide que vaya a su casa. Termino siendo yo a quién besa en su cama. Pero nadie puede saber que el quarterback del equipo es gay, sería una vergüenza para la institución. Así que, ese soy. El nerd homosexual oprimido por sus compañeros y que vive un amor en secreto. Me gustaría decir que solo es sexo, que Steve me da asco y no lo necesito, pero sería una cruel mentira. Lo amo, y es un amor bizarro. Desconozco si es correspondido, pero que es destructivo no hay lugar a dudas. Me utiliza como trapo de rejilla, y yo le dejo, siempre listo esperando a que me tome, me restriegue contra la suciedad para que luego simplemente me estruje y deje a un lado. 

Sus ojos chocan los míos, y no veo ni una pizca de lástima en ellos. Si él estuviera tirado en el suelo, no esperaría un segundo en correr y ayudarle. Pero las cosas no son así, y ambos lo sabemos perfectamente. Todos pasaban de mi como si solo fuera un chicle en el suelo. Nadie quiere tener un chicle pegado en el zapato ¿No es así? Nadie denota mi existencia, solo cuando pueden burlarse un rato parece que cobro vida de entre los muertos. Con la dignidad por el abismo, me levaté y recogí mis libros, pero no fui a clases. Era el alumno más aplicado de todos, pero lo único que conseguía de eso eran las felicitaciones de algunos maestros. Después, nadie veía mis logros como algo importante.

El baño de hombres estaba vacío. Fui hasta el último cubículo y pase la traba de la puerta. Me senté sobre el inodoro, subí mis pies en él para que nadie los viera desde afuera, y en silencio comencé a llorar. Algunos dicen que llorar es bueno, porque te deshaces de toda la tensión acumulada, pero para mi es una mierda. Sentir como todo mi cuerpo sucumbe en sacudidas y a mi rostro crisparse en distintas direcciones me hace sentir débil. Más débil de lo que ya soy. Todo esto es injusto. Tengo que vivir en una constante depresión por culpa de esos orangutanes sin cerebro, que creen que hacer sentir mal a alguien es divertido, pero no se dan cuenta del dolor que causan en las personas. Te hacen sentir miserable, inservible. Un bueno para nada que merece morir, porque su existencia es de lo más irrelevante. ¿Y qué ganan con burlarse? Nada. Absolutamente nada, porque ni siquiera saben como me llamo. El único que me conoce en todos los sentidos es Steve, y a él no le podría importar menos mi vida. 

Salí del cubículo y me puse frente a un espejo. Me miré desde los rulos de mi cabello, pasando por mi rostro con algunos granos incipientes. Mis hombros huesudos, que no importaba cuanta ropa me pusiera encima, sobresalían como estacas. Mis brazos y torso, flacuchos y enclenques. Me observe de arriba a bajo con desprecio, porque ahora si creía lo que todos se habían esmerado tanto en hacerme creer. Doy asco.

Mi respiración se tornó agitada y mi pecho subía y bajaba entrecortadamente. Mis manos se cerraron en puños a mis costados, y mi quijada iba a quedar desencajada por la fuerza con la que la apretaba. Sentía la rabia y la impotencia fluir por mis venas, y de un segundo a otro mi puño derecho se estrelló contra el espejo. Una cascada de vidrio cayó sobre el lavabo y miré sorprendido lo que había hecho. No se cuanto tiempo pasó hasta que empecé a sentir dolor en mi maño, y me di cuenta de que mis nudillos estaban cortados. A mi lado en el suelo había un enorme charco de sangre. Escuché el sonido de una puerta al abrirse y en el reflejo del espejo contiguo al que destrocé, vi el rostro preocupado de mi profesor de historia. Lo único que recuerdo es que me sujetó antes de caer desmayado por la falta de sangre.

Me suspendieron por ''Crear disturbios en el pasillo del área escolar y ocasionar destrozos a la propiedad privada''. Mi padre me castigó porque tendría que pagar una multa por el espejo que rompí y me envió a dormir sin cenar durante toda la semana. No me preguntó que pasó en el pasillo. Tampoco el por qué del incidente en el baño ni de mis nudillos cortados. Solo se limitó a decirme una sarta de insultos, mientras mi madre estaba detrás mirando al suelo. Sabía que sentía vergüenza de mi, pero es mi madre, tendría que defenderme. Al fin y al cabo estuve dentro de ella por nueve meses, debe tenerme algo de cariño.

Acostado en mi cama, con la música en un nivel bajo para que mi padre no la escuche, dejaba que las lágrimas inunden mi rostro. Me sentía pésimo, vacío y enfermo. Palpé mi estomago con mi mano ya curada y ahogué un gemido al darme cuenta de que podía sentir mis costillas a la perfección. Los huesos de mi cadera relucían como montañas y sentí un poco de dolor cuando los toqué. Estaba muy débil, corporal y mentalmente, De solo pensar en que mañana debía volver a la escuela y enfrentarme a los mismos abusivos se me revolvía el estómago. No quería, no quería volver a pisar ese maldito lugar. No quería volver a ver a Steve nunca más. Solo pensaba en dormir, dormir y no despertar. En mi celular tenía unas veinte llamadas perdidas de él, pero era demasiado tarde para preocuparse. Ya había tomado una desición. Me metí en el baño y abrí el botiquín detrás del espejo. Ahí estaba mi preciada caja con cuchillas. La tomé entre mis manos un momento y la contemplé, hacía años que no las usaba. La dejé sobre una esquina del lavamanos y la abrí. Rebusque entre las cuchillas raspándome un poco los dedos y econtré la más nueva, la última que había usado. 

Y también la última que usaré.

Con los dedos libres, subí la manga de mi camisa hasta el codo, dejando ver las múltiples cicatrices que surcaban mi piel. Nadie las había visto, ni siquiera Steve. Pensé en cada cosa negativa que había pasado en mi vida e hice el primer corte. De codo a muñeca, recto y perfecto, y cruzando todas las demás. Pensé en Hunter, y corté de nuevo. Mi padre, otro corte. Mi madre, otro corte. Pensé en cada persona que se había burlado de mi durante mis diecisiete años de vida, y por cada nombre hacía un tajo. No pasó mucho tiempo hasta que mi brazo se quedó prácticamente sin piel y solo se veía la carne, y mucha, mucha sangre. El círculo rojo en el piso se extendía cada vez más y más. Tiré la cuchilla en el lavabo y vi como la sangre en ella se esparcía y mezclaba con las lágrimas que caían de mis ojos. Toque mis heridas con la mano derecha, la cual tenía sus cicatrices en los dedos. Marcas de una vida llena de pena y sufrimiento.

Me miré en el espejo. Mi rostro estaba blanco y lívido. Bajo mis ojos enormes manchas azules habían tomado lugar y hacían un gran contraste con mi piel. Miré mis labios, casi tan blancos como el resto de mi cara y me pregunté por qué debían estar así. Lo único que al parecer sí le gustaba a Steve de mi no merecía estar incoloro y reseco. Entonces, llevé mi mano a mi boca y con los dedos llenos de sangre, pinté mis labios. Pasaron de estar pálidos a rosas en un segundo. Sonreí y vi mis dientes manchados de sangre. Saboré su sabor con mi lengua, pero al instante me arrepentí por el mareo que vino después. Eso, sumado a toda la sangre que había perdido, hizo que me sintiera de mal en peor en cuestión de minutos. Tuve que sostenerme con la mano izquierda al lavabo para no caer. Miré por última vez el reflejo que me devolía el espejo. Pasé mis dedos nuevamente por mi brazo sangrante y escribí mis últimas palabras en el vidrio reflectante, antes de caer muerto al suelo.

''¿Consiguieron lo que querían?''

La Sangre Habla ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora