Painting & Tea

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— John... John... mírame... John...

Hojas verdes, cielo azul y sus ojos a quien ha susurrado su nombre.

No ha querido, pero ha tenido que hacerlo cuando él se acercó, y lo miró como si fuera la puesta de sol más bella del mundo.

Quiso llorar cuando lo vio tomar su pincel y, frente a su lienzo sin despegar su mirada de él, empezó a hacerlo cantar en tela.

Perdió su mirada en un punto en medio de tranquilidad y la locura para cuando los rizos de su artista, habían terminado con su labor.

Siente su cuerpo moverse entre las piedras del camino, hace meses que ya no se le es permitido el caminar, por lo tanto, tendrá que conformarse con la bastante incómoda silla de ruedas.

Para cuando recupera su ser, se encuentra en su morada, con el calor de horno y el aroma del orégano en el ambiente, con su compañero de vida y de muerte frente a él, meneándose en la cocina por una taza de té.

Lo sirve a sus ojos y se sienta junto a él.

— Si yo hubiera sido ese emperador en china, cuando una hoja de té cayó en su taza y al probarla admiró lo que hoy llamamos esta infusión, no la hubiera compartido... — rompió el silencio mientras apoyaba su cabeza en su compañero —. John, ¿Te he dicho alguna vez que conocerte fue como probar el té por primera vez?

John ríe, recuerda cada mañana en la que Sherlock le recitaba esa historia, una y otra vez, y niega, porque quiere volver a escucharlo de nuevo.

— Fue misterioso, porque no sabía quién eras ni de donde venías, fue intrigante, porque de pronto tú me miraste también, fue caliente, porque sabía que no estaba solo y fue mágico porque...

— Era real...

Sherlock curva sus labios formando la sonrisa más bella, pero ¿qué sabía John de eso?

Él describiría que la sonrisa más bella, fue la de Sherlock cuando lo besó por primera vez. Esa entra en su top 10, no, en su top 5, quizá viene después de la vez que vino cargado un cachorrito, o cuando lo sorprendió tratando de hornear un pastel el día de su cumpleaños.

Sherlock siempre se salía con las suyas cuando sonreía, y esta vez no era la excepción.

Sintió sus labios ser atrapados por algo dulce y suave, porque así era Sherlock, impredecible.

Las cosas se habían perdido un poco, pero para cuando había recobrado la conciencia, Sherlock había caído dormido en su regazo. Con cuidado y sin molestarlo tanto, tomó la libreta en la mesilla a su lado, junto con ella una pluma con tinta azul y empezó:

Es 1904, estoy en la casa que juntos compramos y mi nombre es John Hamish Watson.

Lo cierra y despierta a Sherlock con una sonrisa, ambos se han dado cuenta de que la Luna los observa y deciden irse a dormir.

Como juego habitual de Sherlock, lo levanta de su silla de ruedas, y con ambos brazos y su corazón cerca de John, lo lleva a la habitación donde empezará una cesión de besos y cosquillas.

Hasta llegar al siguiente día, y luego al siguiente, y luego perderá la cuenta, pero Sherlock estará ahí, y eso... es lo que importa.

John sabe que seguirá importando, ese día, el siguiente, y los que siguen hasta que pierda la cuenta.

Vivían en una casa señorial separada por algunos arbustos de la multitud, ambos habían conseguido aquello hace no mucho.

John había dejado de ir a la ciudad sólo para cuando se dio cuenta de que había olvidado como llegar allá.

JohnDonde viven las historias. Descúbrelo ahora