Una carta amenazante (parte1)

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El año en que esperaba morir se pasó la mayor parte de su quincuagésimo tercer cumpleaños como la mayoría de los demás días oyendo a la gente quejarse de su madre. Madres desconsideradas, madres crueles, madres sexualmente provocativas. Madres fallecidas que seguían vivas en las mentes de sus hijos. Madres vivas a las que sus hijos querían matar. El señor Bishop, en particular, junto con la señorita Levy y el realmente desafortunado Roger Zimmerman, que compartía su piso del Upper West Side y al parecer su vida cotidiana y sus vividos sueños con una mujer de mal genio, manipuladora e hipocondriaca que parecía empeñada en arruinar hasta el menor intento de independizarse de su hijo, dedicaron sus sesiones a hechar peste contra las mujeres que los habían traído al mundo.

Escucho en silencio terribles impulsos de odio asesino, para ha agregar solo de vez en cuando algún grave comentario benévolo, evitando irrumpir la cólera que fluía a borbotones del diván. Ojala algunos de sus pacientes inspirara hondo, se olvidara por un instante de la furia que sentía y comprendiera lo que en realidad era furia hacia si mismo. Sabia por experiencia y la formación que, con el tiempo año tras año de hablar con amargura en el ambiente peculiarmente distante de la consulta del analista, todos ellos, hasta el pobre, desesperado e incapacitado Roger Zimmerman, llegarían a esa conclusión por si solos.

Aun así, es motivo de su cumpleaños, que le recordaba de un modo muy directo su mortalidad, lo hizo preguntarse si le quedaría tiempo suficiente para ver a algunos de ellos llegar a ese momento de aceptación que constituye el eureka del analista. Su propio padre había muerto poco después de haber cumplido cincuenta y tres años, con el corazón debilitado por el estrés y años de fumar sin parar, algo que le rondaba sutil y malévola mente  bajo la consciencia

El psicoanalista Donde viven las historias. Descúbrelo ahora