V. Ángel negro, demonio blanco (parte 2)

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Nunca había tenido un arco en sus manos. No uno como ese, al menos. Completamente hecho de madera, minuciosamente tallado a mano con motivos fantásticos, divinos, mágicos; con una cuerda que jamás se rompía. Era pesado, demasiado pesado para ella. Su puño temblaba; cuanto más tensaba la cuerda, su agarre se desestabilizaba y la flecha acababa muy lejos de su objetivo.

Y en aquella ocasión, su fortuna no iba a cambiar.

-¡Otra vez! ¿Por qué no es capaz siquiera de clavarse en la diana!

A su lado, cargada con el carcaj y un par de flechas en su mano derecha, Lexa trataba, en vano, de esconder una sonrisa que bien podía derivar en una gran carcajada. Sabía que las consecuencias podían ser fatales, así que se contuvo.

-Lincoln no te enseñó a coger un arco, ¿verdad? – Clarke negó con la cabeza, cargando de nuevo-. Es normal. A tu raza se le da mejor la lucha cuerpo a cuerpo. Te voy a enseñar.

Le arrebató el arco de las manos, un movimiento rápido y decidido. En apenas unos segundos, el rostro de Lexa pasó de la gracia a la seriedad. Sus movimientos eran delicados, más propios de las ninfas y las diosas de la época antigua, con su armadura de oro, su espada en el cinto y la pintura de guerra.

Lexa estiró el brazo izquierdo, dobló el derecho y tiró del arco con fuerza, acercándose la mano derecha a los labios. El tiempo se frenó en ese instante, incluso la necesidad de respirar se volvió insignificante. El bombeo de sangre en sus venas. El reflejo del parpadeo. Todo quieto, y sólo Lexa era capaz de moverse, como si del mismísimo Edward Bloom se tratase.

La castaña llenó su pecho de aire, manteniéndolo hasta que soltó la cuerda y la flecha salió disparada hacia su objetivo. Dio justo en el centro.

-¿Ves? No es tan difícil.

Le tendió el arco, el cual Clarke recogió de mala gana. Había visto a Lexa con el arco en contadas ocasiones, y nunca había errado ningún tiro. Parecía algo fácil, tan sólo agarrar el arco con fuerza, doblar el brazo arrastrando la cuerda y soltar. Pero no era así. El arco pesaba más de lo que creía, su brazo izquierdo temblaba y a los dedos índice y corazón de su mano derecha poco les faltaba para partirse por la mitad.

-Vamos a corregirte –dijo mientras obligaba a la rubia a estirar el brazo, sosteniendo la pesada pieza de madera a pulso. Lexa se colocó a su espalda, con sus manos sobre las de Clarke y su torso pegado al de la chica. Podía sentir su respiración haciéndole cosquillas en el cuello, el bombeo de su corazón a través de su espalda, el suave roce de su piel contra la suya propia-. Brazo izquierdo tenso, quieto. Brazo derecho atrás, tirando de la cuerda. Con decisión. Bien. Fija tu mirada justo en el centro del cuerpo, en el reposaflechas. Respira. Relájate. Y... suelta.

En cuanto sintió que Lexa se alejaba de ella, que el calor que emanaba su cuerpo desaparecía de manera drástica, bajó los brazos y buscó una nueva flecha. Rápidamente cargó el arco de nuevo, dejándose llevar por la voz de Lexa, la cual se había hecho un hueco en su raciocinio. Se sentía mucho más segura que antes, como si llevase años cargando arcos y disparando flechas a diestro y siniestro; cuando en realidad llevaba apenas unos cuantos días y sin demasiada atención. Pero la voz de Lexa parecía tener un efecto mágico en ella; su voz y su calor, la devoción y la magia con la que se movía: todo cobraba sentido, vida y luz.

Y de nuevo, allí estaba: ella sola, arco en mano y la mirada fija en su objetivo. La mano izquierda le temblaba, el brazo parecía querer arder (al igual que los dedos de su mano derecha); pero no le importaba. Cogió aire y lo retuvo en el pecho durante unos segundos, calmándose y no dejando que nada alterase su estado de ánimo. Entonces, al dejar soltar el aire, soltó también la cuerda del arco, liberando la flecha y lanzándola con delicado estrépito contra la diana dibujada sobre un montón de paja.

Grey AngelDonde viven las historias. Descúbrelo ahora