Sus ojos negros miraban el recipiente de porcelana negra. No era muy elegante, no era tampoco ordinario. Tenía sus peculiaridades y también sus detalles, aunque comunes, eran hermosos. Cabía en la palma de su mano tan frágil y a la vez fuerte. Le habían dicho que era irrompible, no estaba seguro de ello. Pero confiaba que no lo haría. Todo indicaba que tanto cada una de las cosas que veía en aquel recipiente era como ella.
Había tomado la decisión que tenerlas aun con el ya no era necesario y que tanto los recuerdos que tenía en su memoria y la presencia de ella debía dejarlas ir por igual. Era increíble tan solo de pensarlo, cuando mucho antes de tenerle tanto amor, tanto cariño, ese impulso de sobreprotección sobre su persona. No la quería a su lado y solo por ese orgullo de no sentir apego por nadie, aquel lazo que te hacía débil e inútil. Que equivocado había estado, que error había cometido y cuando quiso darse cuenta se había escurrido por entremedio de sus dedos. Sin embargo le había dejado algo con la que redimirse.
-papá-una muchacha de unos diecisiete años lo miró con sus profundos ojos verdes, herencia de su madre exceptuando su cabello negro con algunos tonos azulados como él su fina barbilla su puntiaguda nariz con su piel tersa y pálida con una contextura orgullosa y a la vez humilde denotaba ser parte de dos mitades diferentes, una que la hacía ser toda una Uchiha con humores de perro, egocéntricos, pedantes y fríos y otra como una Haruno, tierna, extremadamente romántica, chillona y solidaria. Era dos sustancias, dos esencia por así decirlo perfectas.
Era su compañía desde que perdió a Sakura, su única adquisición hecha con pureza, con gentileza, con esperanzas. Sin que nadie le dijese que debía hacerlo. Era lo mejor que pudo haber hecho y no se arrepentía de ello.
-sí, enseguida vamos-el mundo ninja era su vida y ahora también la de su hija pero había dejado todo eso para criarla, para tomar el mando de su clan a pesar de que solo eran dos. Su responsabilidad como padre lo había cambiado todo, todo gracias a ella, gracias a esa molestia que tanto llegó a adorar y quería despedirla de la mejor manera, de la mejor forma solo para su cerezo.
Había pedido permiso al sexto Hokage para poder salir de la aldea. Era un viaje de unos tres días aproximadamente que haría con su hija para llegar al lugar donde todo cambio para él, cuando creyó que ahí culminaría todo lo que lo ataba a un simple y estúpido lugar. Pero allí también se había equivocado no era el lugar que lo ataba no era el espacio o la aldea que lo había visto nacer sino las personas que lo habían rodeado alguna vez, aquellas personas que lo habían apreciado a pesar de lo que se había convertido durante todos esos años, el amor que tan desenfrenado que sentía Sakura. Y solo para desligarse de lo que lo hacía sufrir debía matarlo y en todo caso en ese día matarla.
Guardó el jarroncito dentro de su mochila con cuidado sonriendo después de todo no había sido capaz de hacerlo. Y aunque ella murió no en su corazón. Salió de la habitación la que ya su hija había dejado y lo esperaba impaciente ya lista con su ropa típica de descanso en su espalda brillaba el símbolo de su clan pero tenía también a modo de memoria en su hombro el símbolo de la familia Haruno. Orgullosa de sus raíces. Se giró al sentirse observada y rodó los ojos con un suspiro de alivio.
-al fin, tendríamos que haber salido hace una hora.
-no es una misión Mei-dijo con algo de diversión-eres una molestia.
-Hmp, me gusta la puntualidad y eso es gracias a ti, no te quejes gruñón-susurró por lo bajo cuando cerró la puerta detrás de sí.
-te escuché-ella rodó los ojos y colocó sus manos en los bolsillo; su cabello era largo pero le gustaba tenerlo atado, era similar al de su padre exceptuando que dejaba un mechoncito de pelo sobre sus ojos; era bella y eso solo se debía a la genética Uchiha pero su madre también lo era, había algo en ella. No dijeron más nada, amaban el silencio, sobre todo en los paseos rutinarios que daban. Eran el uno para el otro, padre e hija eran como dos gotas de agua.