La caja de cartón

16 2 0
                                    


Me desperté aprisionado en aquella jaula sin ventanas. Todo estaba tan oscuro que no podía ver a más de diez metros de distancia.

— ¿Hola? — pregunté al aire, confundido —. ¿Hay alguien ahí? — el eco fue la única respuesta que encontré en aquella habitación vacía —. ¿Hola? — pregunté, esta vez más fuerte. De nuevo, el eco era la única respuesta que recibía.

Empezaba a asustarme, ¿cómo había llegado hasta allí? No recordaba nada. El suelo que pisaba era blando, como si fuese de cartón. Mis ojos se habían acostumbrado a la oscuridad del lugar. Sin nada que hacer, decidí moverme por la habitación, para tener un lugar de referencia o encontrar alguna salida. ¿Quién me había encerrado?

Comencé a caminar con cautela haciendo el mínimo ruido posible, como si fuese un felino. Después de unos segundos, pude observar el límite de mi jaula: una pared enorme y marrón se levantaba ante mí, del mismo material que el suelo pero con una gran frase escarlata cuyo fin no podía llegar a atisbar: <<Schr>>. Había encontrado un límite: solo tenía que seguir la pared para encontrar la puerta... porque había puerta, ¿verdad? Arañé la pared comprobando que, efectivamente, era de un material esponjoso y firme, igual que el suelo. Seguí caminando por el perímetro de la pared sin prisa: no debía agobiarme. Sabía que tenía que haber alguna abertura en aquella jaula.

A los pocos segundos pude observar dos figuras.

— ¿Hola? — dije.

— Hola — dijo una voz masculina.

— Hola — dijo una voz femenina.

— Pensaba que estaba solo aquí — dije airado, contemplado a las dos personas que se mantenían de pie, con una rectitud envidiable. El hombre tenía una moneda que no paraba de lanzar al aire. La mujer portaba una carpeta en la que apuntaba, aparentemente, el resultado de la tirada. Ambos vestían de la misma forma: una larga bata blanca. La chica llevaba gafas.

— Pues ya ves que no — dijo la chica

— ¿Por qué no me habéis respondido antes? — dije sospechoso.

— ¿Habías dicho algo antes? — el hombre miró a la mujer, deteniendo por un momento su lanzamiento.

— No lo hemos oído — la mujer le devolvió la mirada al hombre.

— Tal vez no estuviésemos aquí.

— Tal vez no existiésemos.

— ¿Quién sabe? — dijeron los dos a la vez, volviendo a su rutina.

— ¿Cómo que no existíais? — pregunté, desconcertado.

— Bueno, no nos estabas mirando — dijo la mujer, apuntando un nuevo resultado cuando el hombre dijo en voz alta <<cara>>

— ¿Qué no os estén mirando significa que no existís? — dije.

— ¿Cuál es tu profesión? — dijo el hombre extrañado, parando de nuevo el lanzamiento, como si fuese lo más normal del mundo.

— Míralo bien, ¿cómo va a tener una profesión? — dijo la mujer, exasperada, como si fuese lo más obvio del mundo.

— Pero puede que tenga conocimientos de física cuántica. En este lugar, no es extraño, al fin y al cabo — resumió el hombre, encogiéndose de hombros.

La caja de cartónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora