El principio del fin

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Era un 31 de octubre de 1697 en el barrio de Northwalle, soplaba un frío viento que podría helar a cualquiera.  Los pueblerinos preparaban la hoguera, pues había sido descubierta una señora con brujería.

Las campanas sonaban dando a conocer que eran las once. La ceremonia empezaría a media noche, cuando la luna llegara a su máximo esplendor y haría sombra a las estrellas, empezando con su sonata.

Empezaban a colocar a la bruja sobre la leña, atándola al palo central para inmovilizarla.

La supuesta bruja expresaba tranquilidad y eso me desconcertaba, pues yo, en su lugar estaría aterrada y mi rostro reflejaría ansiedad. Madre siempre me decía que no me guardase las dudas, que si me las guardaba explotaría. Y yo siempre hacia caso a madre, cansaba la gente con mis miles de preguntas. No obstante, esta vez me guardé las dudas y seguí observando a la condenada sin apenas pestañear. Estaba convencida de que mis incertidumbres, así, desparecerían. Y estaba en lo cierto, porque cuando mi mirada se cruzó con la de la bruja, pude ver toda la realidad.

Confusa por la visión no presté verdadera atención a la lectura de la condenada. En mi ensoñación pude observar un campo, un pequeño descampado sin nada a su alrededor, excepto un seco árbol en mitad, con raíces que emergían de la tierra y a una joven que tendría mi misma edad. Estaba jugando con una hoja muerta cuando de sus manos salió un brillo verde y la hoja recuperó la vida. La infanta sorprendida y asustada soltó la hoja y se apartó. Después de un rato de observar la hoja decidió acercarse a investigar, tocó una raíz y el brillo de nuevo salió y acariciando el árbol, recuperó al instante su esplendor. Su vista iba de sus manos al ahora verde árbol. Entonces, decidida a averiguar qué es lo que sucedía, tocó el suelo y todo verde se volvió. 

La imagen cambió y ahora estaba en una casita, donde la niña le contaba el suceso a su madre. Aunque ella no compartió su alegría, y gritándole, le echó. Desde entonces lo guardó en secreto.

 De repente, la imagen volvió a cambiar . Ahora aparecía una casa en donde se encontraba a la que pronto ejecutarían. Esta vez ella con la fuerza de su mente, hizo que surgiera una rotunda llama pero esa vez desgraciadamente, unos señores que iban paseando, presenciaron el suceso, condenándole por brujería. Después de eso la visión desapareció. 

Cuando me volví a concentrar la lectura de la condenada había terminado de recitar y encendía la antorcha con la que prenderían la leña. Faltaban dos minutos para que  el silencio se convirtiera en gritos, dos minutos para que la oscuridad se extinguiese para que el frío se transformase en un sofocante calor que derretía hasta los huesos.

El silencio se apodero del lugar hasta que el sonido de la campanas lo rompió. Era la señal de prender la leña. El verdugo se acercó e incendió la leña; extendiéndose el fuego rápidamente por los pies de la hechicera alcanzando su cuerpo. Rápidamente sus gritos llenaron el aire, gritos de dolor, de desesperación, gritos que te desgarraban la piel, porque eran gritos de una persona inocentemente condenada injustamente.

 Aunque no podía apartar la mirada, nada veía ni escuchaba. Así, el tiempo pasó hasta que solo quedaban las cenizas, agrupada en remolinos por el viento.

La gente despejaba la plaza lentamente. Solo quedé yo. Al darme cuenta de mi soledad, me fui despacio, cabizbaja, sumida en mis pensamientos, hasta mi  morada. Por el camino puede ver una flor seca. Instintivamente la cogí y tal y como se me reveló en mi visión, una luz verde de mis manos apareció, devolviéndola a la vida. Asustada, miré a mi alrededor, y acompañada por el silencio de las sombras supe que iba a morir.




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