Oliv:
Sábado 7 am:
Abrí los ojos y vi el reloj, apenas dormí dos horas y me sentía como si hubiese dormido toda una noche. Me levanté y papá ya se había ido al trabajo, mamá veía televisión.
–Todavía faltan tres horas. –Me dijo, sin quitar la mirada del televisor.
–Déjame, no puedo seguir durmiendo.
–Sí sólo has dormido un par de horas. –Se rió.
–Mejor hazme desayuno má, estoy ansioso.
Entré al baño y duré 50 minutos bañándome, me cepillé los dientes, me peiné el cabello, quité los tres pelos que apenas me salían en el bigote que me hacían parecer preadolescente recién desarrollado. Me miré por unos 15 minutos en espejo y me di 4 o 5 cachetadas para ver si despertaba pero no, sólo conseguí ponerme la mejilla roja. Seguía siendo real o yo seguía dormido.
Salí y busqué ropa, me coloqué un blue jeans, una chemise y unos zapatos marca Oklesh.
–¡Qué guapo! –Dijo mi mamá cuando me vio. –Realmente te gusta.
–Mamá sólo es una camisa y un pantalón. –Bromeé.
–Pero estás guapo. –Contestó. –Ven a comer.
Comimos y volví a cepillarme los dientes, parecía una niña, quería estar impecable. Entré a Facebook y la vi en línea. Justo cuando quise saludarla vi que estaba escribiendo y cerré la pestaña de conversación rapidísimo, minuto después ella envió el mensaje que decía: "¿Seguro vernos hoy a las 10?" "Tan seguro como que eres hermosa" Le contesté. Joder, aún me parece increíble gustarte a ella, aún me parece increíble que hayamos tenido el mismo sentimiento desde hace tanto, ¿Tan igual? Nuestra vida era una casualidad.
Cuando se hicieron las 9:30 no aguanté más y me fui, mamá me dio la bendición y en el camino le compré una flor. Cuando llegó eran las 9:55 y ya yo estaba ahí, se bajó del auto de su padre y me abrazó, le di la flor y ambos nos sonrojamos.
–Cuídala, es mi princesa y eres el primer idiota que la hace sonreír así. –Dijo su papá cuando se iba.
– ¡Lo haré! –Le contesté. – ¿Pasamos? –Le pregunté y ella afirmó.
Caminamos por el parque, vimos ardillas en los árboles, primera vez que había visto una. Le invité un café y esta vez sí aceptó. Ella sonrió varias veces por el canto de las aves y yo sonreí al ver lo hermosa que era. El día estaba como para enamorarnos. Supongo que la vida estaba decidida a unirnos y yo no me iba a oponer. Comimos algodón de azúcar y las lenguas se nos pusieron azules, como el color del algodón, fue algo encantador, ella estaba tan feliz como yo lo había imaginado y no pude evitar sentirme el hombre más afortunado del mundo. Nos sentamos en una banquito y comiendo un helado hablamos de nuestros gustos y de lo que no nos gusta, nos dijimos que es lo que más hacemos y cuáles son nuestros colores favoritos. Escuché su canción favorita y ella escuchó la mía. Le acaricié el cabello que se sentía como tocar las nubes y ella no dejó de verme los ojos. El día pasó volando.
Hasta un momento en el que no aguanté y le dije lo que tenía entre el pecho y la espalda, justo al ladito del corazón, ahí supe que todo era cierto y que ella podía convertirse en la razón de mi felicidad y entré en pánico, tuve miedo de la vida, tuve miedo de despertar y darme cuenta que no conocía a ninguna Kamille, tuve miedo de que todo fuera una mala broma y aún así, con todo el miedo del mundo le solté:
–Desde muy pequeño estuve enamorado de ti, eso ya lo sabes. Aún recuerdo el primer momento en el que te vi, supe que me gustarías por un ratito. Luego te vi por primera vez tocar guitarra y supe que el ratito aún no se acababa. Pero ayer cuando estábamos por primer vez juntos en un salón y tu mirada se cruzó con la mía supe que el ratito duraría toda la vida.
La tomé la mano y nos miramos, fijos, sin titubear. Después miré sus labios y ella los míos. El deseo fue mutuo; sin necesidad de que le preguntara nada ella afirmó y justo ahí nos unimos para no separarnos, como el yin yang, su piel oscura y mi piel clara. Juntos. Ese encuentro estaba planeado desde hace mucho antes, incluso desde antes de nosotros mismos nacer. Cerramos los ojos y nuestros labios hicieron lo demás.